Álbum

Kuedo

Infinite WindowBrainfeeder, 2022

En los últimos segundos finales de “Aeolian Bodies”, el cuarto track de “Infinite Window”, se oye una voz de mujer que susurra: “Wake up”. ¿A quién se dirige? ¿Al oyente? Es posible, aunque en este caso tendría más sentido al final del disco. ¿Al propio Kuedo? También puede ser, quizá como aviso para que vuelva a la realidad. Sea como sea, el mensaje es claro: estamos, otra vez, como en “Severant” (2011), en un sueño. En realidad, todo es sueño en la música de Kuedo, y siempre ha sido así; al menos desde que dejó Vex’d, su proyecto junto a Roly Porter catalogable como dubstep industrial, que se movía por callejones oscuros de ciudades fácilmente identificables (como Londres). Desde entonces, Jamie Teasdale ha imaginado un mundo donde esos núcleos urbanos se asemejan mucho más al Los Ángeles de “Blade Runner” que a las ciudades inglesas pos-Brexit. La referencia a Vangelis y a la banda sonora del filme de Ridley Scott lo ha acompañado desde entonces casi como una losa; y digo casi porque aquí vuelve a aparecer claramente la influencia del compositor griego, así que quizá tampoco le importe tanto que los analistas siempre digamos lo mismo.

La línea que une ambos álbumes es muy clara, pero hay que recordar que en los más de diez años que los separan el productor inglés fundó un sello (Knives) y publicó un segundo LP (“Slow Knife”, 2016) que, por una razón u otra, no cumplieron –ni sello ni álbum– con las expectativas creadas tras las (muy mereceidas) alabanzas generales a su debut. Algo falló ahí: un exceso de hermetismo o experimentación, falta de definición o quizá, simplemente, poca sintonía con un contexto que iba por otro lado. Así las cosas, el Kuedo de “Infinite Window” vuelve a ser el Kuedo de “Severant”, lo cual se entiende y se disfruta (hay mucha música de alto nivel en el disco), pero también resulta inevitablemente decepcionante, viniendo de alguien que parecía que podía definir con sus sonidos un posible futuro de la electrónica británica para la nueva década.

Así pues, volvemos de nuevo a los ritmos de trap primigenio, cuando el género era instrumental y tenía su epicentro en Houston y el sur de Estados Unidos. Y volvemos también –ya se ha dicho– a los sintes que proyectan escenas oníricas y universos distópicos. ¿Qué hay de nuevo, pues? Apenas detalles de producción, una inyección de contundencia en los ritmos, tracks por momentos algo más barrocos (“Harlequin Hallway” e “Infinite Window” son hermanos del maximalismo del Rustie de “Glass Swords”, otro disco de 2011) y una cierta sensación de urgencia que contrasta (levemente) con el tono más calmado o meditativo del primero. Él mismo comenta en la nota de prensa que se dio cuenta de que sus sonidos antiguos podían hablar del momento actual igual de bien o mejor incluso que la música nueva. OK, puede ser, pero a un productor de su talento hay que exigirle algo más que simplemente recuperar su paleta de toda la vida para hablarnos del presente; le pedimos que invente, que aporte y que abra si no nuevos caminos, sí esbozos, posibles rutas, indicios para ese futuro que presenta ahora prácticamente igual que el que predijo hace ya más de diez años. ∎

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