Siete u ocho años ya desde que se celebró la nueva revitalización del género post-punk, un nuevo revival desde aquel de principios de siglo que, sobre todo desde las Islas Británicas e irlandesa, insufló vida al circuito de la música de guitarras. Shame, Squid, IDLES o Fontaines D.C., entre muchos otros, venían para quedarse, y si bien han dejado el trending topic a un lado, han construido carreras sólidas separándose más o menos de sus premisas iniciales. Y quizá ahí esté el secreto de la duración del fenómeno post-punk, que más que un estilo de moda es, dada su flexibilidad y anchura de espectro, un acento o una inclinación para explorar caminos bien distintos entre sí. Así parecen haberlo entendido las angelinas L.A. WITCH. Tras dos notables álbumes de garage con raíces psicodélicas, a medio camino entre el sonido de Vivian Girls, Black Rebel Motorcycle Club o Kill Hannah, se sentían limitadas por la etiqueta de la cubeta donde encontrar sus discos. Un viaje a París, con su arquitectura gótica y el frío europeo como contraste con el sol californiano, dio el valor a Sade Sanchez para dar un pequeño vuelco al sonido del grupo. Perdiéndole el miedo al silencio entre los espacios que abre la base rítmica, jugando con las atmósferas oscuras, pero manteniendo por contraste la flipada forma de cantar –de sus orígenes en el rock ahumado por inspiradoras hierbas–, ha encontrado cómo incorporar el rímel negro sin que parezca un disfraz.
En la inicial “Icicle” es posible imaginar a Mark Lanegan respaldado por Joy Division. Sin embargo, acto seguido, en “Kiss Me Deep” juegan con el lado más pop del invento, el que, por ejemplo, le dio buen resultado a Wet Leg hace tres temporadas. Imposible no mentar a The Cure al escuchar canciones como “The Lines” o la titular del álbum; pero solo al nervioso y dinámico grupo de “Three Imaginary Boys” (1979), nunca al de la trilogía oscura o “Disintegration” (1989). L.A. WITCH tienen ese lado punk que las aleja de la densidad melodramática del posterior camino de los de Robert Smith. Sus escuchas a The Gun Club o The Cramps les confiere otra actitud, aunque sin llegar a la fiereza de aquellos míticos combos (son otros tiempos). Ellas son más partidarias de mantener la tensión sin dejarla estallar: uno nunca sabe lo que puede pasar.
En las piezas lentas, como “I Hunt You Prey” o “Lost At Sea”, transpiran el paisanaje geográfico y narcótico de Hope Sandoval y sus Mazzy Star. Y es quizá en la pieza de cierre, “SOS”, en la que mejor convergen todas las direcciones apuntadas, las pasadas y las recién adquiridas, con la incorporación de misteriosos teclados y el cantar chulesco y seguro de sí mismo –un poco a lo Polly Jean Harvey– de Sade Sanchez. Como aquellas personas acostumbradas al sol perenne de su tierra, que se sienten atraídas por los días nublados y lluviosos de otras latitudes, L.A. WITCH parecen disfrutar del viaje. Se queden allí más tiempo, o no, está por ver; los demás, mientras tanto, podemos disfrutar de estas fotos en forma de canción que nos envían desde allí. ∎