A finales del pasado año el actor José Sacristán fue entrevistado en el programa de La 2 “La matemática del espejo”. De entre otras cosas, habló bastante de los ajos y de la importancia que estos han tenido y tienen en su vida. “El ajo es todo un símbolo de la lucha por labrar la tierra y luego vender el fruto”, dijo. Luego dio aquel discurso este febrero al recibir el Goya de Honor y agradeció a todos los que, “bien en manojo o bien en ristra, me siguen comprando los ajos”. Para rematar la faena, va explicando por ahí, cuando le preguntan por el secreto de su inmarchitable juventud (en septiembre cumplirá 85 años, quién lo diría), que este es comerse cada día dos ajos de su pueblo, Chinchón, “y así hasta la tumba”.
El asunto es que para Sacristán el ajo es su Rosebud, su magdalena de Proust, el sabor, el tacto y el olor que lo transportan a su infancia, a sus padres, el Venancio y la Nati. Su clave. Algo que es exactamente lo mismo que propone la neoyorquina residente en Nueva Orleans Leyla McCalla en este disco, “Breaking The Thermometer”, el cuarto de su carrera en solitario, pero cambiando los ajos por la república caribeña de Haití, que es de donde son sus padres, el Jocelyn y la Régine. El álbum comienza con “Nan Fon Bwa”, sampleando una conversación entre Leyla y su madre, donde hablan, sobre fondo de contrabajo, violonchelo y percusión, de recuerdos y viajes: en concreto, del que hizo la autora del disco al país isleño cuando era joven, que la dejó marcada para los restos.
Y es que este trabajo conceptual, guionizado casi como obra de teatro, ha surgido a partir de un encargo de la Duke University (de Carolina del Norte), que adquirió los archivos de Radio Haití en 2016. Una emisora que estuvo retransmitiendo desde 1957 hasta 2003, posicionándose activamente, sobre todo a partir de 1971, como fuente de denuncia de corrupciones y brutalidades, así como de defensa de la lengua criolla local, arrinconada por el francés aunque este solo fuera la primera opción lingüística de algo así como el diez por ciento de la población. Colonias.
Con ese telón de fondo, la que fuera violonchelista (y también banjo y voz) de The Carolina Chocolate Drops, así como luego una de las cuatro componentes de Our Native Daughters, mezclando composiciones suyas creadas para la ocasión y revisiones de piezas tradicionales, y cantando tanto en criollo como también en francés e inglés (es el caso, esto último, de la versión de “You Don’t Know Me” de Caetano Veloso), va despreciando siniestras cárceles de François Duvalier (“Fort Dimanche”, escupiendo su suave rabia sobre archivos radiofónicos) o protestando por ser “los únicos que cocíamos el pan y éramos quemados en los hornos” (“Dodinin”), mientras explora y se recrea en la raíz musical de sus ancestros. Mitad inmersión personal, mitad viaje histórico, en ambos casos unos muy buenos ajos. ∎