Álbum

Lily Allen

West End GirlBMG, 2025

Solo con la canción titular, y homónima, de “West End Girl” ya tendríamos para una novela entera. Now I’m in London, on my own, I’m in a hotel room, and I’m all alone, now I’m a West end Girl”, dice su protagonista, una inglesa con hogar en Nueva York, matrimonio “convencional”, hipoteca, un casoplón de ladrillo caravista y la oferta repentina para actuar en una obra del West End que no rechaza. Allen despliega sus refrescantes manierismos en esta canción de arreglos soul que podría haberla escrito Burt Bacharach con similares emociones de euforia, rebeldía y esperanza que canciones como “London Boys” (Bowie), “Fun City” (Soft Cell) o “West End Girls” (Pet Shop Boys) expresaron en su día alrededor de una ciudad como Londres, a pesar de la gentrificación de su centro histórico. Solo que una coda telefónica al final de la pieza indica lo que de verdad se cuece por aquí.

El tipo del que se desprende esta vez Lily Allen es su segundo marido, David Harbour –el sheriff grandullón de la serie “Stranger Things”–. Un casamiento con pactos de amor moderno y consecuencias expresadas con tal honestidad que dejaría para siempre a la buena de Cate Le Bon en el limbo más abstracto de su instalación conceptual favorita. La narratividad de Allen llega a ser brutal, decidida a contar su versión de los hechos al estilo sarcástico de un Lee Hazlewood, pero con toda la cubertería sobre la mesa: Leí los mensajes y ahora me arrepiento, no me entra en la cabeza cómo has podido estar jugando al tenis, si solo fuese sexo no estaría celosa, pero nunca jugarás conmigo y, por cierto, ¿quién coño es Madeleine?”. Es parte de la letra de “Tennis”, donde se expresan algunas cláusulas del viejo contrato: “Tenía que haber pago y siempre con desconocidos. Donde coinciden Le Bon, Hazlewood y Allen es en la imposibilidad de retorno. Amor kaputt.

“Madeleine” es justo la canción siguiente: No puedo confiar en nada que salga de su boca”, canta como poseída por Dory Previn, la cantante y genial compositora que perdió la cabeza tras saber que su marido, André Previn, había dejado embarazada a Mia Farrow. A pesar de sus problemas mentales –le diagnosticaron hiperactividad y trastorno bipolar–, Allen –no Woody, otro damnificado, sino Lily– conserva la suya envolviéndola en ese hábito que Le Bon hace tres años y ahora Rosalía han viralizado. En el clip de “Pussy Palace”, la londinense de Hammersmith aparece ataviada de monja a la moda descruzando las piernas como Sharon Stone mientras revela una nueva tanda de intimidades epistolares con los ligues de su marido –No sabía que era tu ‘palacio del coño’, siempre pensé que era un tatami– sobre una base de pop electrónico hollywoodense a lo Lana Del Rey. Puede que esta sociedad ultramoderna no haya cambiado tanto desde entonces: bajo un contexto 2-step, “Relapse”Intenté ser tu esposa moderna, pero la niña dentro mí se rebela– apoya la tesis más plausible de que las relaciones abiertas son una filfa.

Durante los siete años que han pasado desde “No Shame” (2018), Allen ha tenido tiempo para actuar –esa “obra de teatro” del West End puede ser “2:22 A Ghost Story” (2021)–, promocionar su propio vibrador y vender fotos de sus inmaculados pies a los fans más podófilos. En “West End Girl” no detectamos una gran invención en términos estilísticos, sí quizá en los personales –Allen se cura en salud asegurando que no todo es literal en este exorcismo de autoficción prejudicial–, y un puñado de melodías de pop contemporáneo brillantemente producido, catártico y autorreivindicativo, como en la última canción de aroma noventero, “Fruityloop”: Solo soy una cría buscando papaíto, es lo que hay: tú eres un desastre y yo una perra, ojalá pudiese arreglar toda tu mierda, pero eso te toca a ti”.

Alineándose con panteras confesionales de nuevo cuyo como Lola Young, PinkPantheress, Sabrina Carpenter o Charli XCX, es quizá la influencia de esta última la más patente en el sonido de “West End Girl”, un álbum con notas y texturas que apuntan en muchas otras direcciones, como el clasicismo pop de Pet Shop Boys –4chan Stan”–, el exotismo de Stromae –“Beg For Me”–, dancehall junto al MC londinense Specialist Moss –“Nonmonogamummy”–, pop acústico con cuerdas a lo Scott Walker en los sesenta –“Just Enough”– o el soft-funk con seudónimo, el que la protagonista usó en una app de citas mientras su marido trabajaba fuera de casa en algún papel de hombre justo –“Dallas Major”–. No reconocer la lengua inglesa con grandes automatismos favorece la escucha de estas grandes canciones con tantos detalles escabrosos pero sin demasiados dramatismos, una verdadera cantera para la prensa amarilla si no viviéramos en la civilización del postodo, y puede que también un valiente acto de autosabotaje tan británico e inescrutable como el retrato posisabelino de su autora en portada, cortesía de la artista de Huelva Nieves González. ∎

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