Un día eres joven y grabas tu debut discográfico con Vanguard, sello que editó referencias de gente como Joan Baez, Buffy Sainte-Marie y Country Joe And The Fish. Ese primer LP, “Years” (1972), pieza de coleccionista que Munster Records reeditó en vinilo en 2018, te sitúa un pelín más allá de la escena folk en la que sobrevives gracias a un pop sumamente elaborado, barroco, que queda para rastreadores de la música de culto. Al día siguiente ha pasado medio siglo: es decir, tantos años que le ha dado tiempo a nacer a otro joven que, como tú, vive para las melodías luminosas, de ahí que haya decidido hacer tándem contigo para recuperar canciones compuestas a lo largo de ese tiempo.
El primer joven se llama Marc Jonson (1960); el segundo, Víctor Ramírez (1991). Después de entregar, juntos, dos volúmenes titulados “Turning On The Century” en 2022 y 2023, Ramírez –más conocido como Ramírez Exposure– se ha embarcado como productor ejecutivo en un proyecto ambicioso, bonito, con su punto loco: reunir, ordenar y seleccionar el cuantioso material grabado por el estadounidense en su estudio casero de Cornelia Street, en el Greenwich Village. “Groova Tizmo! Lost Cornelia Street Recordings | 1979-2012” vuelve a contar con Munster Records como escudería, la más apropiada, desde luego.
Versionado por The Smithereens, Robert Gordon y Paul Butterfield, entre otros, Jonson ha ilustrado con sus canciones series como “Eastbound & Down” (Ben Best, Jody Hill y Danny McBride, 2009-2013) o “Physical” (Annie Weissman, 2021-2023). Ahora sale a la luz esta selección de entre más de un centenar de temas inéditos, dando cuenta de la obra de un artista definido por sí mismo como “coyote solitario”. No es de extrañar, dado lo alejado del zeitgeist punk y post-punk que anduvo el cantautor, rendido a la preciosidad pop de Brian Wilson, a la concepción del estudio como instrumento (un Phil Spector de cuatro pistas, la TEAC 3340 a la que el artista atribuye ese sonido tan especial, que “posa” junto a él en la portada, diseñada por Paula Costas y con foto de Anita Walsh) o a un folk que solo podía ser interesante si se demostraba íntima personalidad.
Y así ocurre desde el primer corte, “Honey Boy” –de 1979–, toda una declaración de su condición de chico dulce; “The Little Things” ahonda en esa línea estética folk, tan compleja como precisa. Pero es que otro hecho que sitúa a este songwriter, productor y multinstrumentista es, precisamente, su recorrido por el fifties delicado, que no meloso (la deliciosa balada “Show Me Your Mercy”, donde evoca a otro sweet boy, Roy Orbison que estás en los cielos; o el encanto de “I’d Cry” y “I Don’t Have You”, toque country incluido). Este es un álbum de infinitos detalles, recónditos hallazgos de melodías y adornos pertinentes que dotan de magia al conjunto entero. Las superposiciones vocales, lejos de saturar la escucha, producen un placer intenso: ahí están “Anyone Can Call Me” o “Ages Of Wonder”. Hay letras que suenan a despedida de la ciudad, Nueva York, la suya propia. Corría el año 2001 cuando abandonó aquel apartamento de Cornelia St., componiendo canciones como “Ended” (“I’m on my own in this town that’s no good / Something tells me that it’s ended”), repleta de nostalgia anticipada, a la par que solemne.
Aunque el fuerte de la colección estriba en la tradición de sunshine pop antes mencionada, con melodías arrebatadoras y voces de ensueño (“The Man Who Walks On Air”, “The Moon”), concebidas para hacer de la vida algo más liviano, feliz. Que canciones como estas fuesen concebidas en un estudio casero nos invita a imaginar al artista grabando aquellos sonidos que pasaban por su cabeza, probando cosas con resultados efectivos, vibrantes (“November Paintbrush”), en el invierno neoyorquino que, como se sabe, puede ser duro… o especialmente inspirador para alguien susceptible de vivir muchas juventudes en una misma vida. Gracias a las canciones. “Odiaba el clima frío, pero era genial crear canciones en ese tiempo como en ninguna época del año”, ha dicho. Pese a la paradoja, la calidez que recorre buena parte de estas composiciones –incluido el epílogo jazz, casi fantasmal, que titula la compilación– es la que justifica una entrega que, a buen seguro, creará nuevos adeptos a Marc Jonson. Eternamente joven. ∎