De David Grubbs a Jim O’Rourke o el mismo Refree, la vía investigadora de la pulsión eléctrica se encuentra en un momento candente. Vías abiertas hacia la reinterpretación metodólogica de pulsar las cuerdas. La misma que busca retorcer las formas más recurrentes en propuestas cada vez más fagocitadas desde el umbral de la experimentación como condición post. Bajo dichos parámetros, se rige Marisa Anderson, que en este más que notable “Still, Here” juega a dar respuestas a cómo sonaría el flamenco medieval. Dicha respuesta queda ya expuesta en “In Dark Water”, primera parada en este nuevo álbum, en el cual retuerce su técnica con el fingerpicking hasta el punto de generar sensaciones que hibridan el deje blues con la poética andalusí más pura.
El hilo invisible que funde ambos extremos ha sido elaborado con una extensa caja de herramientas donde ha dispuesto de steel guitars afiladas, tal que en “The Fire This Time”, en la que el piano y el teclado eléctrico dotan de circulación orgánica al trasiego de unas canciones donde la voz la pone los punteos áureos con los que Anderson despliega su abecedario en cortes como “The Low Country”. Los aires fronterizos que acunan la electricidad dispuesta en esta última nos transportan a una especie de versión en sepia del Ry Cooder más crepuscular, el de los años 80.
Sea cual sea nuestra parada, cada una de las ocho piezas seduce por los planos abiertos que ofrece la música “sin voz”: la posibilidad de degustar con mayor profundidad cada pequeña inflexión instrumental orquestada sin contrapuntos vocales. A través de la misma, nos topamos con toda clase de metamorfosis. Dentro del mural pintado por Anderson, la telaraña estilística bebe tanto de la música clásica como del pop californiano sesentero. Entre medias, brota con elegancia toda una gama de tapizados a mayor gloria de la heterodoxia blues.
Desde las orillas más recónditas del Delta del Misisipi a las formulaciones del Philip Glass primerizo, Anderson talla una pequeña obra de arte en la forma de fundir tacto acústico y efectos eléctricos. El mimo artesanal que rezuma cada mínimo detalle ayuda a entender la capacidad pictórica con la que la norteamericana afina su guitarra-pincel. Habilidad extrema que fácilmente podría imponer la admiración de su técnica sobre la inspiración, pero que ella es capaz de equilibrar de forma brillante en piezas como “The Crack Where The Light Gets In”, donde somos arrastrados a una soleada sensación otoñal.
En otras muestras, como en la tradicional “La llorona”, parece llevarnos a lomos de una tonada mexicana perdida en los confines de una dimensión fantasmal. Su gran capacidad para armar imágenes prosigue en los casi seis minutos que vertebran “Beat The Drum Slowly”, con los que nos inunda en oleadas de pura melancolía. Belleza sin filtros con la que pone el broche a tan evocador valle discográfico, situado mentalmente en un cosmopolita desierto de Mojave. ∎