El egipcio Maurice Louca se instala con su nuevo disco en la cumbre de los creadores contemporáneos, donde cohabitan los que son capaces de dominar el trinomio composición-instrumentación-improvisación, para ofrecer una música fuera del tiempo en la que, siendo importantes las raíces, sale a relucir el brillo de lo nuevo y espontáneo. Un refinamiento logrado perseverando en una prolífica carrera en la que ha construido un deslumbrante catálogo con mil puntos de fuga.
Nacido en El Cairo en 1982, Louca creció en la ciudad de las pirámides absorbiendo las calles para empezar a hacer música a los 12 años, cuando le regalaron una guitarra en su cumpleaños. En la adolescencia se formó con rock y shaabi –la palabra, que significa “del pueblo” o “popular”, sirve para definir un estilo musical egipcio, originado en El Cairo en 1970, como la nueva forma de música urbana de la clase obrera; su primera estrella fue el cantante Ahmed Adaweyah– y poco a poco, según afirma, empezó a tocar la guitarra como si no lo fuera, con su sonido modificado por pedales y efectos. De ahí pasó a interesarse por la música electrónica. En 2004 ya estaba preparado para formar el grupo Bikya, un trío de electro-rock con el que se prodigó en directo por su ciudad hasta 2010.
Mientras, aprovechaba para pulir sus habilidades como productor y crear su debut en solitario, “Garraya” (2010), un álbum grabado en su estudio casero en el que mezcló electrónica y shaabi. Sería el germen de trabajos posteriores más sofisticados, como “Benhayyi Al-Baghbaghan (Salute The Parrot)” (2014), en el que, partiendo de los ritmos del maqam y otras tradiciones folk, creó algo absolutamente nuevo. De ahí pasó a volverse a interesar por la guitarra para escribir “Elepanthine” (2019), un sofisticado disco de avant-jazz inspirado por Sun Ra, la orquesta Land Of Kush de Sam Shalabi y el folclore yemenita y africano. Este proyecto lo llevó a una nueva dimensión al formar un abultado ensemble que incluía viejos colaboradores, como Nadah El Shazly y músicos de varios países, integrando instrumentos de viento, percusión o vibráfono. El éxito obtenido lo empujó a continuar en el siguiente disco, “Moonshine” (2023).
Antes había tenido tiempo de elaborar “Saet El Hazz (The Luck Hour)” (2021), concebido como una composición en seis movimientos, en compañía del trío libanés de música improvisada “A” Trio y otros músicos encargados de gamelán, chelo o arpa, mezclando influencias europeas, arábigas e indonesias, free-jazz y formas post-tonales, a las que contribuyó con una guitarra afinada para tocar escalas de maqam. Su insaciable curiosidad se reflejó también en “Lekhta” (2017), un álbum compartido con la cantautora Maryam Saleh y el palestino Tamer Abu Ghazaleh, y en su labor con el trío The Dwarfs Of East Agouza, que comparte con Sam Shalabi y Alan Bishop; unas febriles jams que combinan trance norteafricano, improvisación, shaabi, free jazz y grooves psicodélicos en aclamados álbumes como “Bes” (2016), “The Green Dogs Of Dahshur” (2020) o “High Tide In The Lowlands” (2023), este último editado por Sub Rosa. La buena noticia es que su próximo trabajo, “Sasquatch Landslide”, a editar en septiembre, lo publicará el sello Constellation. Louca se ocupa de teclados, beats y electrónica y de momento ya está disponible el single “Neptune Anteater”, un killer attack mezcla de abrasivas guitarras y percusiones atávicas.
En su nuevo disco se inspira para el título en la palabra latina “feral” (cruel, sangriento), de la que deriva “fera” (fiera, animal salvaje). Suponemos que él aplica el término a los asilvestrados polirritmos que están en la base de sus nuevas composiciones. Nueve temas instrumentales electroacústicos, elaborados junto a un grupo integrado por Ayman Asfour (violín), Khaled Yassine (batería y percusión), Rosa Brunello (contrabajo) y Adham Zidan (coproductor). Como invitados aparecen Nancy Mounir, tocando violín y theremín en “El Taalab”, para ayudar a proporcionar una atmósfera que oscila entre el folk arábigo y un sonido progresivo, muy rítmico y a la vez atmosférico, en el que tiene un papel determinante las guitarras microtonales, hechas a medida por encargo para él, y los sintetizadores. Otro invitado es el oudista Hazem Shaheen, que en “Sahar” pone acento medio oriental a una melodía que conecta con la cadencia wéstern de sonidos deslizantes y un anclaje jazz proporcionado por el contrabajo.
Siendo uno de sus álbumes más pautados, Louca deja resquicios para la dinámica experimental y colaborativa. Así, los ondulantes sintetizadores que dominan “Trembler II” son como una fantasía introductoria a un local de la casba cairota, lleno de fumadores de narguiles obnubilados por sensuales bailarinas, aun con el prominente contrabajo. Está permitido fantasear y al mismo tiempo plantearse cómo sonaría la música repetitiva y minimalista en un contexto arábigo de estructura tonal. Es la sensación que produce “Polaris”, que es como Steve Reich en contexto maqam.
El ambient electrónico del inicio de “Ghab” pasa rápidamente a las guitarras deslizantes, para transformar la música en lounge cósmico, sonido al que contribuyen un somnoliento violín, percusiones descriptivas y efectos especiales sintéticos.
Las guitarras, customizadas y reverberantes, determinan la atmosfera de “Tanamor”, a la manera de un soliloquio contemplativo. En cambio, las escobillas y el grave contrabajo de “Lawendi” introducen un cierto swing a una melodía protagonizada por un vehemente violín, que parecen varios, en modo folk hipnótico. Lo único prescindible es el drónico “Barboun”, un cruce entre oleaje y ruido de motor apagado de cuatro minutos, antes de la final “Barĩy (Fera)”, recuperando el pulso rítmico, la forma melódica medio oriental y un tono repetitivo de avant-folk, para pasar de la tradición popular al trance contemporáneo. Solo nos queda implorar que algún promotor lo traiga, porque escuchar en directo este inetiquetable etno-avant-jazz debe ser fabuloso. ∎