Tras más de cuarenta años de carrera y dueños de un estilo propio, Melvins nunca han sido fácilmente etiquetables, ni mucho menos abarcables, con más de treinta álbumes en su haber si contamos los grabados en vivo. Aunque todo el mundillo del grunge de Seattle reconoció su gran influencia ⎯con espaldarazo de su amigo Kurt Cobain produciendo “Houdini” (1993) en la multinacional Atlantic⎯, no pertenecieron a dicha escena. Para empezar, Buzz Osborne se había mudado a mediados de los ochenta de Montesano (Washington) a California, donde sigue viviendo. Musicalmente, pese a su influjo, estaban más cerca de las bandas de stoner rock, sin serlo del todo. Se les adjudicó la denominación de sludge rock (algo así como rock fangoso). Este género, de ritmos pesados y riffs poderosos, con conexiones con el doom metal, iba acompañado en otras bandas por una actitud seria, cargada de ira, mientras que Melvins siempre han ofrecido muestras de un gran sentido del humor.
Como ejemplo de su capacidad para zafarse de ideas preconcebidas, el método de grabación de su nuevo trabajo. Ávido de buscar nuevos enfoques, Buzz decidió grabar una serie de maquetas con dos baterías, Dale Crover –su más longevo compinche– y Roy Mayorga, de Ministry, tocando a la vez durante largas sesiones siguiendo riffs interpretados por él a la guitarra y Steven McDonald (uno de los miembros de Red Kross, por cierto) al bajo, con partes tirando de improvisación. Escuchando las tomas, seleccionó los fragmentos en que el trabajo de los baterías le pareció más interesante, y posteriormente, grabó sobre ellos melodías y riffs nuevos –junto con Steven y el guitarra Gary Chester, de We Are The Asteroid– que nada tenían que ver con los que habían seguido en las primeras sesiones.
Algo de dicha libertad de perspectiva se respira, sobre todo en “Pain Equals Funny”, la canción de diecinueve minutos que ocupa toda la primera cara del LP. Ojo, pese al método empleado, no se trata de una deriva instrumental aleatoria: los primeros cinco minutos tienen forma de balada stoner, con cierta épica que va creciendo poco a poco, con poderosos ganchos marca de la casa, hasta desembocar en lo que podría ser otro tema más rítmico con ese aroma Black Sabbath tan suyo, que finalmente deja paso a una parte instrumental que comienza en la calma para acabar prendiendo en un último tramo magnético jugando con la distorsión de forma magistral.
La segunda cara del álbum, con cuatro temas, es algo más convencional en comparación, aunque muestra una paleta de estilos más amplia de lo que pueda parecer. El sonido es tenso como el cable de acero sobre el que Philippe Petit pasó caminando, sin red, de una Torre Gemela a la otra. Su ingeniero de sonido Toshi Kasai, con ellos desde 2003, sabe cómo sacarles chispas. “Working The Ditch” apunta al lado psicodélico de su espectro, con un medio tiempo en creciente ebullición con las guitarras afiladas al máximo. La melodía prácticamente pop de “She’s Got Weird Arms” se ve perturbada por un enervante riff de guitarra que podría silbar Norman Bates. A machete, precisamente, va la siguiente, “Allergic To Food”; cualquier fan de The Stooges , MC5 o, los más actuales, Soul Glo la celebraría con saña. Apenas baja la intensidad en la amenazante “Smiler”, que sirve de cierre y dejará al que se haya acercado de nuevo a ellos con la sensación de que ni el tiempo que llevan ni su lejanía de las escenas en boga les restan un ápice de actitud y de amor por lo que hacen. ∎