Aaah, MIKE… Ese descendiente espiritual de MF DOOM, ese aparente discípulo de Earl Sweatshirt, ese inquieto productor bajo el alias de dj blackpower… Bonachón por excelencia del hip hop actual. A Michael Jordan Bonema ya lo conocemos bien. A sus 25 años lleva doce proyectos largos, con al menos un disco por curso. Este 2023, y en poco menos de un mes de diferencia, ha sacado dos. “Faith Is A Rock”, álbum colaborativo con The Alchemist y Wiki, y “Burning Desire”, con el que ha roto, eso sí, su particular tradición de publicar sus trabajos coincidiendo con el solsticio de verano o el de invierno. Como contrapartida, un viernes 13 de octubre se antoja la mejor fecha para lanzar un disco con esta cubierta rollo slasher panafricano y en cuya intro se nos promete “a dark romantic horror with comedic twists”. Invocación de raíces en una cara. En la otra, la inspiración es más secular: “Burning Desire” también es el título de una misión del “Grand Theft Auto. San Andreas”, cuyo estilo visual ilustra la versión en CD del álbum. Máscaras africanas y calles virtuales, pues. Los ancestros y los homies. El alma y el hustle.
De esa dicotomía entre lo espiritual y lo terrenal, que quizá no es tal, se nutría “MAY GOD BLESS YOUR HUSTLE” (2017) –el álbum con el que un MIKE de 18 años empezó a captar la atención del oído underground–, entendiendo ese hustle como lo que en el fondo es: la supervivencia costumbrista del día a día, la batalla personal para lidiar con bolsillos vacíos y demonios internos, abordando ya desde entonces el tema de la salud mental, tan transversal en toda su discografía. El título venía de un mensaje que le escribía frecuentemente su madre desde Nigeria. Anuoluwapo “Sandra” Majekodumni fallecería dos años después, dejando a MIKE con la herida de la pérdida materna bien latente. Poco a poco, disco a disco, se ha ido, se va, cerrando, si es que acaso puede terminar de hacerlo alguna vez. En “Burning Desire” esa sanación entra de distintas maneras y a través de varias voces. La de la propia “Sandra” suena a modo de transición entre dos temas; en otros, escuchamos consejos, recuerdos y divagaciones de amigos y familiares. Mensajes de voz que se convierten en poemas, en spoken words robados. El poder de la palabra ajena, la de los seres queridos, para animar o impulsar la propia.
El de Nueva Jersey logra relatar aquí todo el abanico emocional vivido. En su modo de rapear letárgico pero incansable se sigue palpando ese duelo eterno: “Mental stampedes accompany the misery (...) Not knowing who to grab for when the ship sink” deja ir, a la deriva, en “Sixteens”. Momentos de soledad que encuentran ocasionales y esperanzadores puntos de contraste –“It mean the most when you hit me, it show I exist”, vulnerable realización en “Snake Charm”– o resistencias a caer en la trampa nihilista –“Desire and a bit of hate would fill me when I’m starved / It’s the fire that my feelings made, it never gave me darkness” dice con orgullo en “Dambe”–. Pero como la máscara de la tragedia no sería nada sin la de la comedia, también hay espacio para un tono más desenfadado –“I’m Michael Myers but with dreads”: “What U Say U Are”– o incluso para el vacile –“Who your mans I don’t see you in the gang pictures / It be fan fiction”: “Golden Hour”–.
Un pen game afiladísimo que encuentra en su propia producción el papel ideal sobre el que divagar y soltar tinta mental. Cediendo solo en dos cortes las tareas instrumentales, este es probablemente el disco en el que MIKE alcanza su cenit como beatmaker, con cambios de energía constantes que hacen que los veinticuatro temas del álbum fluyan sin sonar repetitivos y consiguiendo un equilibrio perfecto entre la vocación más experimental y algunas de las canciones más accesibles de su carrera –pienso en “Golden Hour”, con un beat que funciona a modo de lujoso reloj para el feat. de un inspirado Larry June–.
Samples en ebullición constante, esporádicas aceleraciones de tempo hasta alcanzar el nirvana del chipmunk soul, explosiones de chops vocales, un fragmento de Mary J. Blige o una interpelación de Lil’ Kim… En el fuego de “Burning Desire” se funden muchos elementos. Smooth jazz de encantador de serpientes (“Snake Charm”), neosoul levantado por la voz de Liv.e y el saxo de Venna (“U Think Maybe?”), boom bap brumoso al otro lado de una línea telefónica (“Zombie”), un casanova preparando la noche hasta llegar al clímax chipmunk (“Set The Mood”), un soleado punteo de guitarra vestido de infecciosos efectos dancehall (“Billboards”), pianísticos flujos de conciencia (“What U Say U Are”), jazz rap con bucle de trompeta vía Joni Mitchell (“98”), brisas funk para bailar bajo nubes grises (“Burning Desire”) o rhythm & blues para cobijarse cuando estas rompan a llover (“THEY DON’T STOP IN THE RAIN”).
Y a la mínima que te despistas, te salta el salvapantallas y dj blackpower aprovecha para cambiar el usuario a un avatar afro de Macintosh Plus. Como en una “Ho-Rizin” vestida con ritmo funk pero con esqueleto de sintetizador vaporwave, o una “Mussel Beach” en la que se acerca, con aires stoner, a los sonidos de Popstar Benny o Evilgiane. La evolución del cloud rap era esto. Con el bajo hipersaturado de “African Sex Freak Fantasy” –producción de Gawd que remite a un “Donkey Kong Country” en esteroides–, se adentra en una cara distinta de internet, mirando de reojo a las bases abrasivas de JPEGMAFIA sin renunciar a su propia cadencia.
MIKE sigue difuminando sonidos y géneros. Hip hop, avant-jazz, soul… Lo mismo da. En “should be!”, corte conducido en solitario por la onírica voz de Lila Ramani –cantante y guitarrista de Crumb–, nos abandona en un ambient pop hipnótico y fantasmal. La búsqueda del mood como prioridad absoluta. Y un beat sinfónico eleva, con sus violines agonizantes, “plz don’t cut my wings”. Para volar con los pies bien pegados al suelo. Otra joya a añadir a la relación artística de MIKE y Earl Sweatshirt. La línea entre discípulo y mentor empieza a disolverse. Amigos antes que nada, cabría preguntarse si realmente alguna vez ha existido esa distinción. ¿Acaso “Some Rap Songs” (2018) sería lo que es si Earl no se hubiese cruzado con la música de MIKE? El tiempo dirá si “Burning Desire” termina alcanzando la categoría de clásico contemporáneo de ese álbum. Por el momento, se puede afirmar que Big MIKE ha entregado otro gran disco, uno que le sigue erigiendo como una de las figuras centrales de la boyante ola de rap abstracto de los últimos años. Uno con el que, removiendo la música del pasado, sigue moviendo el hip hop hacia el futuro. “It’s all what you bring to the pot, or what you pioneered”, tal y como dice en “Let’s Have a Ball” –cierre con atmosférico indie rock a cargo de mark william lewis, guiño enmascarado a su admirado King Krule; crudo, vulnerable y cálido final–. En ese sentido, MIKE lleva tiempo dejando huella. ∎