En 2019, el trío angelino MUNA se encontraba en una encrucijada. Aunque su segundo disco, “Saves The World”, las vio dejar atrás el rock alternativo de sus inicios para abrazar de una manera más decidida el pop que habían nacido para hacer, su sello, la major RCA, acabó echándolas. Mientras ellas buscaban la manera de crear una música que fuese genuinamente suya, que saliese de sus adentros, la discográfica les exigía hits. La banda estuvo a punto de disolverse, pero al final su felicidad fue más fuerte que la pandemia o encontrarse, por primera vez en la carrera, sin casa que diese cobijo a sus canciones desacomplejadamente queer. Con el confinamiento llegó lo que su cantante, Katie Gavin, describe como “una segunda salida del armario”, un retorno a todo ese tumulto emocional adolescente que marcó las siguientes canciones que empezaron a hacer.
Luego MUNA conocieron a Phoebe Bridgers y el resto, como se suele decir, es historia. Su tercer disco, de título homónimo, fluyó con libertad creativa, ahora bajo el amparo del sello de esta, Saddest Factory. Paradójicamente siendo esta una plataforma indie y teniendo en cuenta sus anteriores declaraciones, en “MUNA” caben sus canciones más descaradamente pop. Y, sí, hay algunos hits que salvarán la vida, casi literalmente, a más de uno. Como, por ejemplo, ese pórtico de entrada que es “Silk Chiffon”, con acompañamiento vocal de la propia Bridgers. Es un tema que ellas mismas han hecho para que los “chicos se den su primer beso gay”, un himno country-pop de proporciones épicas en su celebración del amor queer que debería musicar las comedias románticas adolescentes de los próximos quince o veinte años.
Con envoltorio de hit pluscuamperfecto synthpop a lo Robyn, aparece a continuación con la fuerza de un tifón “What I Want”, que encapsula toda la idea de la segunda adolescencia queer sobre la que trata el álbum (“He malgastado demasiados, demasiados años sin sacar qué quería, cómo conseguirlo, cómo vivirlo, y ahora voy a compensarlo todo y a la vez”). MUNA quieren conquistar todo lo que perdieron en su primera adolescencia –los fuegos artificiales, la química y la atención de la chica de al lado- mientras bailan en el medio de un bar gay. Son dos ejemplos perfectos de un álbum, por otro lado, all killer no filler, que demuestra que el trío no solo va sobrado de himnos de pop, sino que también ha madurado lo suficiente como para dotar de tridimensionalidad a las típicas historias de amor asociadas al género. Lejos de tópicos, MUNA saben cómo contar el camino espinoso y tortuoso del romance, desde la efervescencia de sus inicios hasta la inevitable ruptura, pasando por las primeras crisis.
Hay en estas canciones autocompasión, pero también la hay por los fans que las escuchan. Y en eso las angelinas siempre han sobresalido: es el tipo de banda que acompaña a sus seguidores, que actúa como una suerte de mentor, de hermanas mayores. Su música es optimista y vitalista, y solo necesitaba un empujón para desatarse de las ligaduras de esa major/sociedad que evitaba que se expresaran como ellas mismas de una manera libérrima. Nunca habían sonado tan felices y nunca nos lo habían hecho sentir tanto. ∎