“Seven Psalms” no es una curiosidad de pandemia –Nick Cave escribió los salmos en 2020–, sino una de sus obras más íntimas y personales. Tanto es así que ha querido imbuirla de un apropiado contorno aurático. Para empezar, se publica como un trabajo bajo su propio nombre, a secas, cuando Warren Ellis, sacristán dispuesto a reponer las hostias de su carismático líder en todo momento, aporta de nuevo música y voces. Aura, eso sí, amenazada por los adminículos –entre el kitsch prêt-à-porter y la mitomanía punk– que conviven con este coqueto vinilo de diez pulgadas inserto en el catálogo “Cave Things” que el gran Nicolás mantiene a disposición del público en su sello-web.
Dicho esto, yo no dejaría pasar de largo este disco breve –tan solo contiene ocho pistas, siendo la octava, “Psalm Instrumental”, un refrito funcional de las siete anteriores–, hermoso y con más hendidura de transfondo que una cicatriz facial de Johnny Cash –o las canas de Ellis–. Hay quienes protestan por tanto góspel, pero el puntiagudo pastor con torvas de convicto huido en Darwin responde pacientemente desde su atalaya digital –The Red Hand Files– ungido de compasión y conocimiento de causa. A fin de cuentas, si alguien sabe de penurias terrenales –su antigua adicción a la heroína– o bíblicas –la pérdida a lo Job de dos hijos en apenas siete años– ese es el Señor Cave.
“Seven Psalms” es un disco de spoken word con un fondo musical en absoluto incidental, sino adaptado al tono lírico de cada salmo. Por este orden: celestial, cenobial, eclesial, catedralicio, promisorio, oceánico, telúrico, entre el drone ambient y la new age electrónica. Técnica recitativa que la mala semilla domina a la perfección: partes del imprescindible “CARNAGE” (2021) sirven de inmediato precedente. “Salmo”, por otro lado, es un cántico de invocación a Dios. No el antropomórfico con barba –Ellis responde a esta descripción, pero recordemos que es solo el sacristán–, sino el “dios interior”, aun infinitesimal, del que todos participamos mientras chapoteamos despreocupados en la finitud. Espejo y espejismo al que Cave llama “Lord” y a quien Cohen reprochaba, a punto de sucumbir a su “sleeping touch” pero todavía despierto, “quererlo más oscuro”.
El papel redentor, exorcizante, curativo de la propia música y de la palabra, cobra un sentido especial en “Seven Psalms”. Un disco donde no hay exhibición ni locuacidad, solo dos protagonistas reunidos en uno, sin actores secundarios, ni más colores que los justos en las siete oraciones de apenas dos minutos que Cave pronuncia sobre bases sintetizadas, pianos y austeros coros de naturaleza evanescente. Parece fácil, pero no lo es. Ambient de panteón, pulsante, brumoso, flotante, “vangélico” de Vangelis y de su legión de ángeles –escuchen, si no, “Splendour, Glorious Splendour”– constreñido por la duración de los textos pero cuya riqueza permitiría extenderlos mucho más.
Si Dios personaliza el anhelo humano por superar la extinción, y el rock, el de apurar la vida, Cave logra sintetizarlos fértil y paradójicamente. Cree que la muerte no es el final y parece abrazarla incondicionalmente –“How Long Have I Waited?”, “I Have Trembled My Way Deep”, “I Have Wandered All My Unending Days”, “I Come Along And To You”–, siendo tan posible la gloria como el perdón –“Have Mercy On Me”–. Pero Cave no es un predicador del apocalipsis, sino un letrista poseído por la pérdida, como en la metafórica y no menos conmovedora “Such Things Should Never Happpen”. Después lo veremos marcando masculinidad y lanzando patadas al aire en los conciertos. Amén. ∎