Estamos a merced de las más variopintas estrategias publicitarias, lo sé, sobre todo las provenientes de Gran Bretaña. Grupos sin ningún disco a veces ya causan el revuelo de unos Beatles. Y es que los ingleses aún no se han repuesto del flash de 1962: esperan otros mesías que barran con todo y proporcionan un marco nuevo capaz de producir movimientos inéditos. En la mayoría de casos, sin embargo, pobrecitos, se encuentran apoyando a artistas cuya mayor virtud consiste en reciclar.
Es evidente a estas alturas que la comidilla de 1994 se llama Oasis. Antes de publicar su primer álbum ya se había creado una expectación enorme. ¿Quién fue? Quizá los asistentes a sus conciertos. Quizá Creation, siempre proponiendo la octava maravilla con su habitual mano izquierda con la prensa local. Quizá el entorno favorable –lugar adecuado, tiempo preciso: Echobelly, Elastica– para la erupción de una nueva oleada pop. Y quizá la carencia actual de otras promesas mejores para cubrir las plaza de ídolos de la temporada; si son los elegidos es porque los demás no reúnen los requisitos. Y porque, en definitiva, Oasis reciclan con sutileza y precaución.
En primer lugar está la inevitable herencia de Mánchester, de Happy Mondays y Stone Roses. Por la portentosa habilidad melódica de los hermanos Gallagher, su sonido se inclina hacia los últimos; la misma sensación de euforia –“Shakermaker”, “Up In The Sky”– a medida que transcurre el álbum. Y, como los Mondays –o The Jesus And Mary Chain jugando a Mánchester en “Honey’s Dead”–, esbozan ramalazos de hipnotismo psicodélico al final de algunas canciones, por ejemplo “Shakermaker” y “Rock’N’Roll Star”. Dejando las referencias generacionales y centrándonos en determinados guiños, aparecen más datos reveladores. La fijación confesada de Noel Gallagher por los Beatles queda expuesta limpiamente en “Supersonic”, con su calco de guitarra del “My Sweet Lord”. Asimismo, se atreve con unos de los acordes más conocidos y sensuales de T. Rex para edificar “Cigarettes & Alcohol”.
A mí, sin embargo, me gustaría incidir en Oasis como grupo creativo –su maña componiendo–, de otro modo en esta reseña parecerían simples plagiadores. Y no es verdad. El primero de Stone Roses fue una muestra –así como el segundo de World Party– de que, por encima de robos o apropiaciones descaradillas, lo básico son las composiciones. Un buen desarrollo, un estribillo devastador. Pop. Chispa. Burbuja. Oasis dominan esta vertiente, a la tercera escucha no caben ya dudas. Casi tan brillantes componiendo como Crowded House o Dodgy, solo que interpretando en clave rock por cuestión de credibilidad. Las doce canciones del disco –once en el CD– se adhieren a tu mente para no despegarse jamás. Un feo asunto sin cura posible. ∎