Hacia la mitad de “endless”, el corte que abre “choke enough”, hay un momento que delata el afán de Marylou Mayniel en su música: la bruma digital y distorsionada que acaba convirtiéndose en una orla sintética parece detenerse, suspendida en el vacío por unos segundos, justo antes de que su voz filtrada ataje un verso que se siente pertinente, revelador y premonitorio, “far away is closer than it sounds”. Esas palabras son un presagio de todo lo que está por venir: la artista francesa hace honor a esa intención de llegar muy lejos sin dejar de estar muy cerca en cada uno de estos temas.
Oklou puede sonar refinada, erudita, casi inalcanzable. Pero jamás pierde el cable a tierra de una emoción palpable, totalmente identificable y anclada en la radiofórmula manufacturada de su infancia. En su música late el presentimiento insistente de que todo es puro juego. Su aproximación al pop sortea la tentación del virtuosismo: Mayniel es un animal de conservatorio que estudió piano, chelo y teoría musical durante muchos años. Pero siempre acaba oscilando hacia lo asequible. Se vale ante todo de un instinto único para las melodías que fija los contornos de su música en la memoria como chips y procesadores implantados en el córtex cerebral.
Su facilidad para construir himnos minimalistas es insólita, capaz de algo tan mágico como lo que sucede en “family and friends”, una canción perfecta, sin ritmos, levantada únicamente sobre ribetes sintéticos y arreglos corales. Bajo la pátina digital, hay algo medieval, arcano, en esas formas como de cuento. Las armonías fantasiosas también bordean “thank you for recording” y “obvious”, otros dos temas fascinantes en un álbum que en realidad no pierde el poder de ensoñación en ningún momento.
Las notas sintéticas refulgen como dígitos azulados en una pantalla de cristal líquido retroiluminada. Mayniel vuelve a muchos de los elementos y dejos que utilizó en “Galore” (2020), pero sus maneras demuestran más soltura, sobre todo en su forma de resolver las series de arpegios y acordes y de modelar el sonido, que logra mayor alcance y contraste sin perder el misterio. El canadiense Casey MQ, con quien ha trabajado mano a mano desde los EPs “For The Beasts” (2017) y “The Rite Of May” (2018), vuelve a coproducir y coescribir casi todos los temas. También hay producción adicional de A.G. Cook y Danny L Harle, fans confesos de Oklou, que hacen saltar varias de las pistas con arreglos elásticos y graves saturados.
Nick León y underscores dan impulso y tracción a “harvest sky”, que evoca un hit eurodance sonando en una discoteca al aire libre de un pueblo de la costa mediterránea en una noche de agosto entre finales de los noventa y principios de los dos mil. El recuerdo pálido de las melodías de sacarina de Eiffel 65 y Gigi D’Agostino se confunde con una letra que mezcla imágenes de ritos paganos y el placer de observar la fiesta a cierta distancia desde un balcón. Es el momento más exultante de “choke enough” y el único rastro, junto con “take me by the hand” (con ritmos de UK garage adulterados y el fraseo lánguido del rapero sueco Bladee), de la idea original detrás del álbum, que iba a inclinarse mucho más hacia la pista de baile. Mayniel se dio cuenta de que era mejor hacer que prevaleciera el brillo nacarado de los patrones sintéticos para acentuar las melodías, atenuando los ritmos, como en el bucle trance del tema que da título al disco, una escalera helicoidal y transparente elevándose hacia el cielo.
Debatida entre lo ilusorio y lo real, cansada de vivir atrapada en la cárcel de pantallas de una existencia crónicamente online, Oklou traslada esa encrucijada a su música, invocando la inocencia y el poder de la imaginación de una niña. El andamiaje sonoro de “choke enough”, tan rico, tan nítido, tan ligero y tan bien fabricado, traduce esa sensación. En cambio, sus letras (la mayoría de ellas coescritas con Cecile Believe y Casey MQ) parecen cercar las ideas que tiene en la cabeza sin llegar a apresarlas. Su pop de cristal se vuelve más diáfano hacia el final, en los dos cortes que cierran el álbum, “want to wanna come back” y “blade bird”. Encarnando un trasunto de Natalie Imbruglia, Nelly Furtado y Dido, Mayniel esboza reflejos más claros del pasado sin dejar de sonar al futuro. Esa mezcla irreal entre la nostalgia y lo futurista empapa todo lo que hace, fijando su música en el presente. Pero ella se afana en superar las fronteras del tiempo. ∎