Después de pasar todo el confinamiento “de rodríguez” musical, como quien dice, alejados de la composición y de cualquier cosa que tuviera que ver con la profesión de músico, Omni se enfrentaron la pospandemia con muchas ganas, renovada un poco la llama de la creatividad. De estas sesiones supercentradas surge “Souvenir”, su cuarto trabajo de estudio y segundo bajo el paraguas de Sub Pop, una colección de canciones ciertamente afiladas, urgentes y pegadizas que capturan bien la esencia de la banda –quizá mejor que nunca– y que van un poquito más allá, lo suficiente para doblar la apuesta por la consolidación del trío de Atlanta como una de las formaciones fundamentales de post-punk de Estados Unidos en un momento en que el género vive allí una especie de sequía, de decadencia.
Lejos quedaron los tiempos de hegemonía y de excelsa creatividad de Nueva York, que siempre que amaga con regresar termina opacando la realidad de que el post-punk norteamericano se da fundamentalmente en el interior, en estados y ciudades azotados por los procesos de desindustrialización, como Ohio, Georgia o Michigan. Y aun desde este interior que comparte orígenes con R.E.M. o Devo (a quienes hacen referencia en las fotos de promo), Omni remiten a la herencia neoyorquina, enseñando desde el arranque con “Exacto” unas influencias que se mantienen, desde el comienzo de la banda, firmes y reconocibles. Piensa uno en ese stop-motion funk con aires arty de Talking Heads, o en su gusto por las letras crípticas como las de la propulsiva “Plastic Pyramid”: oscura, seria dentro de su histeria y construida a dos voces junto a Izzy Glaudini, la cantante de Automatics –volverá a hacer segundas voces en “F1” o en “Verdict”–, aportando un punto de vulnerabilidad y un sutil aire Stereolab. Y lo piensa oscilando siempre hacia las guitarras afiladas y oblique de Television, pero especialmente en “To Be Rude”, con referencias directas a “Marquee Moon”.
En cualquier caso, el trío formado por el cantante y bajista Philip Frobos, el guitarrista y teclista Frankie Broyles (anteriormente en Deerhunter y Balkans) y el baterista Chris Yonker propone nuevas fórmulas para su sonido acercándose por momentos al psych-rock y explayándose en desarrollos armónicos como el de la cantina flotante steam-punk de “INTL Waters”. Y también números más deliberadamente art punk que buscan jugar a la sorpresa y a la imprevisibilidad, como la estimulante “Granite Kiss” o una “F1” que se esfuerza constantemente por mantenerse contenida y que incluso cuando amenaza con desatar permanece encadenada (no se entienda como algo malo: en discos a priori tan enérgicos se agradece el rollo tántrico).
La culpa de muchos de los avances en lo sonoro la tiene el hecho de haber trabajado por primera vez con un productor ajeno a la banda, Kristofer Sampson, relativamente conocido en las escenas indie (del punk al folk) del underground de Atlanta. Es él quien ha aportado un punto de cohesión más al sonido del trío, limpiándolo y logrando dotarlo de una pátina de accesibilidad que quizá la banda necesitaba para dar un salto en cuanto a repercusión ya no solo nacional, sino también internacional. Es evidente que lo han conseguido; ahora solo falta saber si esta nueva dirección les sirve para confirmar su posición. ∎