Álbum

Oneohtrix Point Never

TranquilizerWarp, 2025

Las benzodiacepinas se unen selectivamente al ácido gamma-aminobutírico, un neurotransmisor que inhibe la actividad neuronal, potenciando su función en el sistema nervioso central y propiciando un efecto sedante, ansiolítico y miorrelajante. No fue la variedad más común de tranquilizantes, sino una visita rutinaria al dentista lo que inspiró a Daniel Lopatin a escoger un título como “Tranquilizer” para su undécimo álbum como Oneohtrix Point Never. Reclinado en la silla, con el filo de una cureta de ultrasonidos vibrando sobre el contorno y entre las cavidades de los dientes, Lopatin observó la imagen de una palmera desplegando abanicos de un verde intenso sobre un amplio cielo azul en alguna playa de aguas turquesas impresa sobre las carcasas que cubrían los fluorescentes en el techo de la sala de la consulta.

Esa alusión a un paraíso remoto y tropical en medio de la rutina gris de la ciudad con el único objetivo de distraer y relajar a los pacientes del dentista lo llevó a reparar en el enorme archivo de ritmos, muestras sonoras e instrumentos virtuales libres de derechos de autor que había vuelto a recuperar después de haberlo visto desaparecer de internet tras años esperando a sumergirse en él. Ese arsenal de sonidos desplegaba una gama inabarcable utilizada para componer bandas sonoras de series, películas, videojuegos y anuncios en los noventa y los primeros años dos mil.

Para la mayoría, aquella extensa librería de música estaría exenta de cualquier atisbo de emoción: adoquines sonoros utilitarios y corporativos, huecos, creados estrictamente para cumplir su cometido. Pero para Lopatin esos recursos musicales también tenían alma y una cualidad artística inherente, más allá de las funciones para las que habían sido diseñados. Como el recodo de un paraíso artificial y bidimensional en una clínica dental, ese catálogo de sonidos prefabricados también aludía a una colisión entre lo banal y lo extraordinario.

La razón de ser de Oneohtrix Point Never siempre ha estado ahí: en tratar de encontrar emoción, belleza y alma en música inerte y denostada, atrezo sonoro aparentemente sin vida. Si en “Again” (2023) Lopatin volvió sobre las ideas y los planteamientos de muchos de sus discos anteriores para afrontar los mismos desafíos en su música desde técnicas y tecnologías más avanzadas, inspirándose en el rock experimental que lo deslumbró cuando tenía veinte años, “Tranquilizer” recupera la premisa central de “Replica” (2011). En aquel álbum Lopatin también tomó como punto de partida un archivo de viejos anuncios de televisión (un pack de copias en DVD que compró por cien dólares). A partir del tratamiento de retazos de jingles e instantáneas de campañas olvidadas, Lopatin dio lugar a fantasmagorías sonoras que trascendían las influencias más palmarias de sus primeros discos –lo new age, lo kosmische, la ciencia ficción de inspiración soviética, el ruido abstracto– para revelar un pulso expresivo propio del que “Returnal” (2010) ya había dado algunos visos y que acabaría eclosionando en toda su apabullante magnitud en “R Plus Seven” (2013).

A pesar de contarse entre los discos más queridos por su público, para Lopatin “Replica” es un álbum cojo, más apegado al proceso que al resultado final, con una segunda mitad demasiado deslavazada. Y quizá fuera la necesidad de resarcirse de ese sinsabor lo que alimentó la motivación de volver a trabajar con un catálogo de samples. Catorce años después, Lopatin es un productor más minucioso, con querencia por la extravagancia y lo inesperado, que ha trabajado para The Weeknd, David Byrne, ANOHNI, FKA twigs, Charli XCX o Yung Lean. También es un compositor tremendamente imaginativo, cuyas bandas sonoras se han convertido en piezas fundamentales del cine vertiginoso de los hermanos Safdie, con una habilidad portentosa para los arreglos y el diseño sonoro. Todo ello se hace patente en “Tranquilizer”, que destila la esencia de Oneohtrix Point Never como un caldo primigenio decantado en un cáliz de silicio y platino.

Como ocurrió en “Magic Oneohtrix Point Never” (2020) o “Again”, discos que también partieron de un diálogo con su propia trayectoria como una forma de recapitulación, Lopatin expande los límites de su fuerza expresiva a partir de lo autorreferencial. Lejos de repetirse o dejarse arrastrar por una espiral de nostalgia propia o ajena, “Tranquilizer” está plagado de hallazgos de una belleza mutante y estremecedora, llena de misterio y otredad, como el safari caleidoscópico de “Lifeworld”, los paisajes lunares que se extienden a lo largo de “Measuring Ruins”, “Vestigel” o “Petro”, el carrusel imantado de “Bumpy” o “Modern Lust”, las lagunas iridiscentes que anegan “Cherry Blue” o “D.I.S.” y las descargas de dopamina que atraviesan “Snow Storm”, “Rodl Glide” y la coda final de “Waterfalls”.

La sensación es la de adentrarse en una casa solariega que parece construida con recuerdos deformados de la infancia. A cada paso, se agolpa la misma mezcla inasumible de extrañeza y costumbre en los pasillos y las habitaciones. Lopatin es todo un maestro en invocar la experiencia de los sueños en sus discos y puede que jamás haya logrado plasmar ese desbordamiento del subconsciente como aquí.

“Tranquilizer” es un álbum tan gobernado por la prevalencia del proceso como “Replica”. Pero, a diferencia de aquel, los trucos están tan bien resueltos, los estratos sonoros tan bien fraguados, que es imposible sentir las costuras y los pespuntes. La experiencia asombrosa de esta música opaca todo lo demás. Limitar la paleta de recursos al mismo repositorio de sonidos prefabricados ha llevado a Lopatin a engrosar su capital creativo y a afianzar su identidad como artista: esta música se siente tan distinta como similar a todo lo que ha hecho antes. Todo en ella remite a los mismos modismos, las mismas obsesiones. Pero lo hace ampliando un inventario de ideas que no deja de intuirse infinito.

“Magic Oneohtrix Point Never” y “Again” auspiciaron logros parecidos, pero lo hicieron abriéndose a otras voces y otros músicos y vampirizando géneros como el rock, el R&B o el pop de radiofórmula para travestir la música de Oneohtrix Point Never, transmutándola. En cambio, “Tranquilizer” propone un viaje al centro de su galaxia, a su núcleo activo, en una versión más virgen, sin adulterar. Es el primer disco que ve a Lopatin estrechar su círculo creativo desde “Age Of” (2018), puesto que lo ha grabado con la única ayuda de Nathan Salon, su indispensable ingeniero de sonido, que comparte créditos de producción y composición con él.

“Tranquilizer” despliega imágenes tan reconocibles como delirantes, como un holograma insólito, un salvapantallas derritiéndose píxel a píxel. Detrás de los contornos ilusorios de esta música laten la noción de los hiperobjetos de Timothy Morton y la trama de una novela inacabada de Philip K. Dick en la que una especie alienígena incapaz de percibir las ondas de sonido posee a un compositor mediocre de películas de serie B para ser capaz de experimentar la música a través de él. A cambio, los aliens hacen de él el músico más grande sobre la faz de la Tierra. Por momentos, a juzgar por la naturaleza inaudita y fecunda de su música fascinante, Lopatin también parece estar cada día más cerca de convertirse en el Fausto de nuestro tiempo. ∎

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