Pond especulaban con la grabación de un disco doble a la manera de algunos favoritos personales tan dispares como “Speakerboxxx/The Love Below” (2003), de OutKast, o “Exile On Main Street” (1972), de The Rolling Stones. Pero han preferido concretar. Este noveno álbum es el resultado de un proceso de bosquejos y experimentaciones en el local de ensayo que luego precisó de una concienzuda labor de recorte y edición. Primero fabricaron las piezas del puzle y luego buscaron la mejor forma de hacerlo encajar, obligándose a dejar atrás buena parte de aquel material bruto para extraer lo mejor.
Quizá por eso estamos ante el trabajo más apetecible y dinámico de un grupo que empezaba a dar señales de fatiga creativa tras dedicarse durante más de una década a la exploración neopsicodélica. Este conjunto de premisas y voluntades también se refleja en la nómina artística y en el espíritu general del disco. Es el primero en mucho tiempo que no ha producido su compadre Kevin Parker, comandante de Tame Impala, grupo con el que Pond comparten bastante más que vecindario. Y también el más directo de todos los que dan forma a su abultada discografía.
Una de las mejores cosas de “9” es su variedad de registros. En él encontramos himnos de guitarreo tecnificado como “Human Touch”, elaborados ejercicios de soft rock con carga de profundidad política incluida como “America’s Cup” o incursiones en el primer electro-punk neoyorquino salpimentadas con escritura automática como “Pink Lunettes”. Entre los pasajes más emotivos del álbum cabe destacar “Czech Locomotive”, consagrada a la historia de amor entre los atletas Emil Zátopek y Dana Zátopková, que resuelven utilizando aparejo próximo al kraut. Y también “Toast”, una balada digna de Bryan Ferry a cuyo lienzo –de sosegada apariencia– asoman imágenes inquietantes. Incluso cuando los influjos quedan más al descubierto –David Bowie y “Take Me Avalon I’m Young”, Pink Floyd y “Gold Cup / Plastic Sole”–, el quinteto australiano se desenvuelve con envidiable distinción. ∎