Disco destacado

Purple Mountains

Purple MountainsDrag City-Popstock!, 2019
Sería muy fácil escribir una lista de lamentos sobre “Purple Mountains”, el álbum con el que David Berman retomó su actividad musical tras una década en el limbo, pero también sería de estúpidos no leerlo como un testamento anunciado tras el suicidio de su autor. Pero lo que realmente importa es dejar claro que este disco ya era algo excepcional desde el momento de su publicación a mediados de julio pasado, apenas unas semanas antes de la desaparición del virginiano (7 de agosto).

Había ganas de Berman, en barbecho desde que Silver Jews hicieran mutis tras la edición en junio de 2008 de “Lookout Mountain, Lookout Sea”. Silver Jews: seis discos extraordinarios entre 1994 y la despedida, discos que encandilaron mucho a la crítica y menos al público, mientras otros (léase Pavement) se llevaban los laureles.

La voz de Berman, entre la indolencia y el descreimiento, y su capacidad para escribir letras confesionales que se salían de la norma y alcanzaban casi sin pretenderlo altísimas cumbres poéticas dotaron a la obra de Silver Jews de una dignidad y peculiaridad que es difícil de detectar en el indie rock de la época.

Personaje complejo y torturado, Berman bordeó la muerte en varias ocasiones hasta que decidió no esquivarla más. Quizá la no superación de su separación de Cassie Marrett fue la cuerda que finalmente se rompió el pasado agosto en su apartamento de Brooklyn (“She’s Making Friends”: “She’s making friends, I’m turning stranger”).

Producido por Jarvis Taveniere y Jeremy Earl de Woods –tras algunos intentos fallidos con Dan Auerbach de The Black Keys (cofirmante con Berman y Gate Pratt de “Maybe I’m The Only One For Me”) o Jeff Tweedy de Wilco–, el álbum de Purple Mountains es un resumen del mejor Berman, de su capacidad para hacer fácil lo complejo y de articular canciones que van directas al corazón, con estribillos casi desastrados que se adhieren a la memoria desde la primera escucha.

La pena máxima.
La pena máxima.
A su voz y su guitarra, los productores han añadido unos arreglos imaginativos y coloristas –teclados, trompeta, melódica, armónica, los coros de Anna St. Louis y Haley Fohr...– que consiguen rememorar ligeros ecos de grandes clásicos (Neil Young, Lou Reed, The Rolling Stones, Townes Van Zandt) desde una perspectiva como de estar por casa, casi accidental.

Los tres primeros temas del álbum son demoledores: “That’s Just The Way That I Feel”, “All My Happiness Is Gone” y “Darkness And Cold” están entre las mejores composiciones jamás firmadas por Berman, y a nivel lírico ponen el nudo en la garganta: “I mean, things have not been going well / This time I think I finally fucked myself”; “Much of my faith has been destroyed”; “Friends are warmer than gold when you’re old / And keeping them is harder than you might suppose”; “The light of my life is going out tonight / Without a flicker of regret”... Imposible no ver/oír/leer en estas canciones descarnadas notas de despedida.

Pero la pluma de Berman no solo hurga en sus infiernos particulares; también es capaz de modelar delicadas estampas sobre un Nueva York helado (“Snow Is Falling In Manhattan”), construir un hit casi pop sobre la pérdida de la fe religiosa (“Margaritas At The Mall”) o redactar conmovedoras cartas de amor maternal (“I Loved Being My Mother’s Son”).

En el último corte del disco (“Maybe I’m The Only One For Me”), el autor parece asumir el peso de la soledad (“Yeah, I’m starting to suspect / Though I hope I’m incorrect / That maybe I’m the only one for me”), antes de reflexionar sobre el hecho de narrar en “Storyline Fever”, con otra frase para el recuerdo: “On occasion, we all do battle with motivational paralysis / Unable to perform some simple task”. Afortunadamente, su parálisis emocional no le impidió completar este extraordinario álbum, uno de esos discos que dejan cicatrices para siempre. Eterno. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados