Álbum

Sally Shapiro

Sad CitiesItalians Do It Better, 2022

Parece como si Sally Shapiro hubiese pertenecido siempre a Italians Do It Better, pero no. “Sad Cities” es su primer álbum para el sello de Johnny Jewel –el otro, no el del single de Television–. El cuarto de una discografía y un sonido que habían tocado techo. “Someone Else”, su anterior trabajo largo, data de 2013, por lo que puede decirse que la sueca resurge desde las montañas nevadas a la nube electrónica con nuevas canciones después de casi diez años de un silencio relativo. Porque en el ínterin vio la luz el single “Why Did I Say Goodbye” (2014), de la mano del productor francés Frédéric Féret (Tommy ’86); “If You Ever Wanna Say Goodbye” (2016), sencillo con el que se despidió, aunque el adiós haya durado apenas un lustro; o la presentación en el sello de su retorno con una versión del “Holiday” de Madonna incluida en un recopilatorio de 2021. Estas tres canciones desperdigadas se suman como bonus al CD del crepuscular “Sad Cities”.

En junio de 2020, Shapiro también participó en un EP digital de su partenaire artístico de siempre, Johan Agebjörn, titulado “Forget About You & Love On Ice”. La noticia también fue que la misteriosa cantante –sabemos que nunca actúa en directo y que su nombre real se desconoce– compartía tareas vocales con Ryan Paris –o sea, Fabio Roscioli–, nombre mítico del italo disco mundialmente conocido por el temazo “Dolce vita” (1983)–. El corte titular, no menos infeccioso ni tópico –los amores de verano– de aquel EP, inaugura ahora ”Sad Cities”, ya sin el acompañamiento de Paris y con una Sally Shapiro que registró sus voces en lugares tan evocadores para el fin de un retiro como The Southern Forest y The Monastery Yard.

Emocional y sintetizada como su compatriota Molly Nilsson, Shapiro sin embargo se limita a interpretar las vaporosas composiciones de Agebjörn, otro personaje cuasi anónimo que añadir a la lista, cuyas tareas de minero de canciones comparte a menudo con Roger Gunnarsson, habitual en los créditos desde los inicios. Esto hace de Sally Shapiro un dúo teórico y una empresa colectiva a la que se acaba de incorporar como mentor el inefable Jewel, multinstrumentista y compositor en proyectos con presupuestos similares –electrónica satinada, tendencia al camuflaje, romanticismo exacerbado– como Chromatics, Desire, Glass Candy o Simmetry. John Padgett, su nombre real, se deja notar a gusto en la misma confección de la portada, en las mezclas y en algunas notas percusivas del disco.

Entre sus once temas –catorce con los extras–, destacan el single digital de adelanto “Christmas Escape” –en las plataformas se puede encontrar, además, su adictiva versión instrumental–. Reverso tenebroso de “Anorak Christmas”, el tema navideño que Shapiro incluyó en “Disco Romance” (2006), su primer álbum. Una especialidad que la muchacha cultiva sin prejuicios, poseedora de una voz que, sin ser extraordinaria, te hace sentir como en casa con sus acogedoras modulaciones. Sin embargo, para Sally, los años no han pasado sin dejar marca, claro está, desde el optimismo de la juventud al realismo de la madurez. Temas como “Fading Away”, compuesto por Agebjörn, Gunnarsson y Mikael Ögren, muestran ese cambio de perspectiva envueltos de ambient clásico, trallazos sintetizados a lo Tony Ivy y dramáticos arreglos de piano para bordar el heartbreak disco de una Sally Shapiro pletórica de forma, pero que parece despedirse otra vez.

Temas más optimistas o, si quieren, ingenuos, como “Dulcinea”, compuestos por un tal André Csernak –partícipe en “Christmas Escape”, la baleárica “Million Ways” y “Believe In Me”, es decir, lo mejor del disco–, aportan musicalmente un sutil cambio de tercio hacia el pop “setentas” alineado con ABBA o Jeanette. También lo hace una máquina del tiempo titulada “Down This Road”, a cuya base italo disco se les unen unos arreglos de guitarra a cargo de Alex Karlinski (Highway Superstar) y saxofón, interpretado por Jorja Chalmers, ilustre colaborador de Bryan Ferry, lo que da una idea de los recursos de producción del disco. Otro ejemplo: la ácida “Tell Me How”, donde de nuevo participa Tommy ’86, canción que impulsó la realización del álbum.

Pero su aroma predominante los acerca, sobre todo, a los St. Etienne, Momus o Pet Shop Boys más algodonosos de los años 90 que al eurodisco en el que siempre se les ha encasillado, con una producción cuidadísima, repleta de esos ritmos arpegiados marca de la casa, y cuya cohesión sonora hace de “Sad Cities” una contendiente cierta a obra conceptual a pesar de su inevitable apariencia de producto sueco estandarizado. Esta es su principal debilidad, pero también fortaleza: la producción termosférica y sintetizada de “Sad Cities”. Un álbum de música disco atmosférica, panorámica y exploratoria, pero sin pretensiones, que recomendamos escuchar a oscuras y a buen volumen con la confianza de que su melodrama escandinavo –en fase de deshielo– y euforizante melancolía te llevarán en volandas sin peligro de excesivas turbulencias ni aterrizajes forzosos. ∎

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