¿Qué hace un grupo cuando van pasando los años y el éxito lo esquiva, pero sigue teniendo su público? ¿Qué pasa cuando un grupo deja de ser enmarcable en un contexto más amplio, una escena, determinado slot en determinados festivales, para funcionar como una isla? El Reino Unido siempre ha sido proclive a crear grupos con un público fiel, de esos que cuenta con un puñado de fans obsesivos que coleccionan bootlegs y discuten en foros y grupos de Facebook cuál fue el mejor bajista de la formación. Desde XTC hasta Half Man, Half Biscuit, de los Cleaners From Venus a Turin Brakes, hay bandas que, independientemente de sus méritos artísticos o comerciales previos, han entrado en la rueda del culto. En un espacio en el que no hay puntos intermedios. O eres fan o los ignoras. O sabes cómo se llama el perro del teclista o no eres capaz de tararear ni un estribillo. Nunca los verás en los festivales de moda, ni sus vídeos compartidos en Twitter, pero llenarán la sala.
Sea Power antes eran British Sea Power y oscilaban entre ser unos Arcade Fire avant la lettre, unos Chameleons aún más poperos o unos Echo And The Bunnymen de pueblo. Tocaron techo de popularidad (ay) con su debut, “The Decline Of The British Sea Power” (2003). Se abandonaron a la pura épica en “Do You Like Rock Music?” (2008), en el que el conato de himno festivalero “Waving Flags” anticipaba el intentar ser una banda, si no de masas, de esas que abraza la grandilocuencia, escenarios gigantescos anocheciendo, fanfarria y puños en alto, sin dejar de lado una carga política. De ahí a una relativa decadencia. Relativa porque sus proyectos iban cada vez más al nicho. Bandas sonoras, colaboraciones con bandas de viento metal, discos financiados por crowdfunding… En el fondo había algo de salida, fuera obligada o no, del circuito comercial estándar, de la rueda de las discográficas, agencias de contratación, management, del “lo vas a petar con este disco, te lo juro”. Les dio aire, sin duda, su banda sonora para el celebradísimo RPG estonio “Disco Elysium” (2019), un videojuego que rompió el techo de cristal que las grandes desarrolladoras imponen en un buen sector de la prensa especializada. Llegaron a otro público, encontraron un nuevo nicho. Se quisieron alejar de cualquier connotación atávica eliminando el British de su nombre: el delirio de amor por la patria del britpop es ahora vergüenza ante los eructos de Boris Johnson.
Ahora nos entregan su primer disco post-cambio de nombre, “Everything Was Forever”. El oyente casual de la banda se topará con la misma barrera de siempre: el grupo ha hecho de la querencia épica su seña de identidad. La mayor parte de canciones van hacia arriba, hacia la celebración, hacia el conformismo de quien sabe qué quiere su público. Hay momentos, como “Doppelganger”, que beben tanto de Joy Division que llevan a varias preguntas. ¿Qué sentirá un grupo veterano que ha mamado tanto del libro de estilo del post-punk británico al ver un puñado de grupos (véase Yard Act, Squid o Dry Cleaning) llevándose el reconocimiento al fusilar las mismas fuentes? Al hacer una canción como “Green Goddess”, que suena tanto a 2005 que parece un acto revivalista, ¿están en línea con los grupos que recuperan cierto indie rock de esa época desde una perspectiva, digamos, joven?
“Everything Was Forever” resulta la viva imagen de un grupo con un manual de estilo, extraordinariamente apegado a los patrones estéticos de su era (más o menos) dorada. Es difícil que sin entrar precisamente en la rueda de discográficas y agencias de contratación se cree la narrativa que diga una verdad del barquero: que British Sea Power, ahora Sea Power, ya estaban allí, haciendo ciertas cosas, reivindicando ciertos estilos. Que no hay tanta distancia entre Fontaines D.C. y “Two Fingers”, ni entre estos últimos y, qué sé yo, Editors. Que un reloj parado da la hora bien dos veces al día. ∎