Álbum

Sinead O’Brien

Time Bend And Break The BowerChess Club, 2022

Hay una anécdota sobre Sinead O’Brien que dice mucho de lo que hay que saber sobre la forma de ver la vida y el arte de la cantante, poeta y compositora irlandesa. En esta anécdota, publicada por la revista británica ‘New Musical Express’ en diciembre de 2019, O’Brien se declaraba indignada con la palabra inglesa “cozy” (acogedor) con la que Google Maps calificaba la cafetería en la que la revista le había sugerido a Sinead hacer la entrevista. Ella respondía: “No quiero estar cómoda. Quiero que me sobresalten”.

Pues bien, esto sirve también como descripción de su música, porque las canciones del álbum de debut de O’Brien, “Time Bend And Break The Bower”, publicado recientemente por el sello londinense Chess Club Records, después de una serie de singles y EPs, no son confortables ni acogedoras, ni melódicas en el sentido clásico, sino que se abren paso con una emocionante mezcla de poesía slam y guitarras post-punk en terrenos oscuros. En su música y sus letras se nota que O’Brien ha leído mucho a Frank O’Hara, W. B. Yeats, Joan Didion y Albert Camus, pero como si lo hubiera hecho con los ojos (o, al menos, con la mentalidad) de Mark E. Smith, el fallecido cantante y líder de The Fall. Al igual que Smith, O’Brien no canta de forma convencional, sino que recita pensamientos, quejas y cascadas de palabras, en su caso con un marcado acento irlandés.

Las airadas voces habladas llevan siendo populares en el pop-rock británico desde mucho tiempo: pensemos en bandas y artistas como The Streets, Sleaford Mods o Kae Tempest (de hecho, el disco ha sido producido por Dan Carey, que ha trabajado recientemente con Tempest y Fontaines D.C.). Más recientemente, nuevos grupos de post-punk como Squid, Dry Cleaning o Wet Leg también han experimentado con esa forma de cantar/recitar. Pero para el tipo de música que hace O’Brien –superestilizada y surrealista– sigue siendo única. Las letras de sus canciones, a menudo crudas, son pequeños e inteligentes poemas que sitúan el momento presente. En todas ellas se pueden reconocer temas apremiantes de la época: la identidad, la sexualidad, la crítica a la religión y al consumo, las circunstancias del trabajo creativo y el inminente apocalipsis.

Sin embargo, nunca queda claro de qué tratan exactamente las canciones, interpretadas con vehemencia. Al contrario, los temas de O’Brien se pueden interpretar de muchas maneras, con su caudal poético y rico en imágenes. A veces sus letras suenan como monólogos, a veces como declaraciones feministas, a veces como juegos de rol. Su música remite al post-punk de los 80, con un sonido inquietante pero siempre bailable y una presencia física que en escena parece un cruce entre Kate Bush y PJ Harvey. Es probable, incluso, que, como ellas, entre sus pretensiones figure convertirse en un futuro icono de estilo: en sus vídeos siempre se la ve con trajes de infarto, con vestidos de noche y abrigos de cuero, con gafas de sol y guantes hasta el brazo. La tía más cool de la sala. No es algo casual: O’Brien no solo parece un icono actualizado de los 80, sino que también se ha formado como diseñadora de moda. Creció en un suburbio de Limerick, luego se trasladó a Dublín para estudiar y trabajó para los diseñadores John Galliano, en París, y Vivienne Westwood, en Londres, donde vive actualmente. Encontró el camino hacia la música más tarde y a través de una distracción: su afición a la poesía y a la escritura, que forma parte de su rutina matutina diaria, siempre con música de fondo, como cuenta en las entrevistas.

Lo más curioso de todo es que ha sido un músico situado aparentemente en coordenadas opuestas a las suyas, el anglo-alemán Max Richter, en una entrevista para ‘La Vanguardia’ concedida en su recientes actuaciones en Madrid y Barcelona, quien ha puesto a unos cuantos tras la pista de la artista más interesante surgida en Irlanda en lo que llevamos de siglo. ∎

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