En 2017, Smerz lanzaron su primer EP con XL Recordings y se construyó en torno al dúo algo parecido a un hype que dio con el que aún puede ser su hit más famoso, “Because”. Pero era un momento en el que el mundo empezó a ir demasiado rápido, y Catharina Stoltenberg y Henriette Motzfeldt lo entendieron seguramente mucho antes que la gente de XL: sus trabajos posteriores siguieron una paulatina difuminación de la euforia de club que acompañó los últimos momentos de la pandemia o el neoclasicismo; ellas se desvincularon del sello –o las desvincularon por los resultados decepcionantes en términos de industria de su primer disco, “Believer” (2021)– y apostaron por la independencia mientras redescubrían el valor del kilómetro cero y el producto local junto a otras artistas afines que estaban haciendo un proceso semejante como Erika de Casier y Astrid Sonne. Londres, antes, era una especie de idea aspiracional, más que una ciudad, para poder triunfar en un mundo tan exigente y a priori poco diverso como la música. ¿Cómo iba a ser posible tener una carrera internacional de éxito viviendo en Copenhague?
Pero un nuevo cambio de paradigma les empezaba a dejar claro que desde una comunidad local, ajena –o al menos solo colindante– al gran sistema de las ultragentrificadas megalópolis de la oportunidad –Nueva York, Tokyo, Londres, Berlín–, ahora era posible hacer que tu trabajo destacase de igual modo. “Big City Life”, su nuevo álbum, primero con el sello local Escho –convertido ya en su vigésimo aniversario en institución y en culto en el nuevo underground, con artistas como Fine, Astrid Sonne, Molina o Elias Rønnenfelt en roster–, materializa esa idea con la sorna de un estudiante de arte espabilado: la “big city life” que parece sonar a una Nueva York jazzy y arty absolutamente idealizada ahora se vive de verdad en Copenhague, o en Oslo, o en tantas otras ciudades. Y eso está bien, pero también tiene un punto apocalíptico, porque quiere decir que no hay escapatoria de la gran ciudad: al final siempre te encuentra porque si no lo hace, algún día empezará a construirse en torno a ti. En “Roll The Dice”, que define a la perfección el ánimo del disco por abandonar el club sin perder su pulso y que simboliza también la colisión entre pinceladas jazz, la potencia sexi del electroclash y los ritmos y sintes electro, Stoltenberg “canta” casi en un spoken word: “You’re upside down around town feeling brilliant and fun, and up above you, it surrounds you as you’re moving around. And you go in to zoom out, speeding up to slow down. And when you start to get bored, take your jacket and run”.
Entre el goce estúpido de quedarse y la urgencia por irse se debate constantemente “Big City Life”, un disco que se sitúa en un lugar esencialmente onírico sonorizado por el jazz de Chicago y Nueva York, el electro y el hip hop de los ochenta, el lounge retrofuturista de Stereolab y Air, el trip hop, los pianos de Clarisa Connelly, la psicodelia o el electroclash, todo desnudado hasta el esqueleto y en versión rudimentaria, y que apela, como lo hacía desde Hong Kong el músico Bolis Pupul en su último “Letter To You” (2024), a una especie de city pop contemporáneo y underground que romantiza, no sin comentario crítico, la vida artística en la gran ciudad y los mitos alternativos: la Velvet, los mencionados Stereolab, Lynch, Mazzy Star, Dean Blunt. “Sometimes life can feel so wrong, I wake up early with nothing on, my room is an eternity. The freedom of a big city”. Los contrastes y las ironías –que, de nuevo, conectan a Smerz con dúos como Bolis Pupul & Charlotte Adigery o Coco & Clair Clair, delirantes reintérpretes pesadillescos del pop más marginal– quedan patentes desde los primeros compases en la fantasía que es la homónima “Big City Life”, hipnótico experimento que es medio todo (medio rap, medio jazz, medio electro, medio rock, medio indie sleaze, medio dadá), y en la impresionante “But I Do”, un proto trip hop de aura velvetiana y oscura que al mismo tiempo es también pop difuminado con influencia industrial y analógica reminiscente de Broadcast o de Stereolab, y que en su segunda mitad integra un bajo reggae y un efecto theremín para irse sorprendentemente por otros derroteros.
“Estuvimos un tiempo escuchando música de cabaret y canción más tradicional”, le ha dicho Motzfeldt a ‘Vogue’ recientemente. “Empezamos a hacer música en un entorno muy relacionado con la música club, y en cierto punto eso desapareció por completo y ya no andábamos por los clubes tan a menudo”. “Big Dreams”, por ejemplo, empieza en torno a un piano que parece alucinarse en torno a un loop, y la voz de ambas aparece como entrecortada en un diseño sonoro que bebe del minimalismo experimental pero que también conecta con la última Fiona Apple; en su segunda mitad, tras un break instrumental que se acerca al free jazz y una coda a la que se suman infinidad de tipos distintos de cuerdas, por momentos ellas parecen estar cantando como el sueco José González. El bajo colapsante que refuerza el lado lynchiano de “Street Style”, una balada misteriosa que podría haber sido interpretada en el Club Silencio, narrativa y teatral, recitada más que cantada, tiene más que ver con el dubstep o con la IDM. Y “Dreams” directamente rompe cualquier linealidad y narrativa volviendo excepcionalmente al Auto-Tune para una balada de ambient pop que sucede en los universos de SOPHIE, Caroline Polachek o Charli XCX, y que amenaza al final con estallar en plan trance posapocalíptico.
Es ese contraste entre un espíritu pulsante y de algún modo upbeat y una forma genuinamente clásica y relativamente orgánica, que es más convivencia que contraste real por los efectos de la alucinación y el sueño, lo que define realmente este “Big City Life” en el que la respuesta a “Roll The Dice” puede ser “Imagine This”, su propia versión sugerente y choppeada, que por alguna razón tanto es electro como es Gorillaz, y en el que canciones festivas, desiderativas y disparatadas como “Feisty” o “Close” pueden estar introducidas por un interludio de piano lounge music o abrazar el misterio nocturno entre golpes de piano y sintes oníricos. Porque es, quizá, ese gran misterio que es la vida, indescifrable, lo que persiguen Smerz: “A Thousand Lies” abre un portal al otro lado del espejo del pop para viajar a los mundos de ML Buch, bañándose en una sutil psicodelia pastoral y en un eco que roza el valle inquietante, y “You Got Time And I Got Money” apunta a clásico de culto contemporáneo coqueteando con el “Sexy Boy” de Air y el “Bittersweet Symphony” de The Verve apelando a un eterno verano que no sabe si se resuelve en amor o en desamor. Una historia romantiquísima, o más bien una situationship, de película indie francesa, protagonizada por artistas wannabe, que debería horrorizarte pero que por alguna extraña razón –quizá su propulsión renqueante que desafía las leyes del tiempo– te resulta hipnótica e irresistible. ∎