Stella Maris es una parodia de un grupo que ya parecía una parodia de por sí. Aunque los Javis desmientan (entendemos que por motivos legales) que
“La Mesías” sea una serie sobre la familia Bellido Durán, los paralelismos entre ambas historias evidencian que el grupo que lidera Amaia es un homenaje a Flos Mariae: “A, G, S y L, siempre SIN MIEDO. GRACIAS” es el texto que aparece en los créditos de la serie y, a su vez, las iniciales de los hermanos que no profesan el mismo fanatismo religioso y no mantienen relación con el resto de su familia. Otros detalles (la hermana mayor es modista en la vida real, el incidente del incendio también ocurrió de forma similar, las conversaciones con Dios son tomadas de forma literal del blog de María Durán, Monserrat en la ficción) parecen indicar que, efectivamente, Stella Maris es Flos Mariae.
Dicen que hay dos tipos de aves en el mundo: los pájaros cantores y los pájaros imitadores. El sexteto, liderado en la sombra por Carlos Ballesteros y Genís Segarra (integrantes de Hidrogenesse), se inserta bien en ambas categorías, y es que, pese a los veinticinco años de trayectoria del dúo, sus miembros siguen dominando los códigos juveniles que imperan en internet. Así, el proyecto es virtuosamente feísta y no trata de embellecer un producto que es antiestético por naturaleza, entendiendo que lo apasionante de su relato radica en lo kitsch y lo moderno por pasado de rosca: Stella Maris es poshumor sonoro.
Por esa misma razón, no tenía sentido producir unas Stella Maris que cantasen bien (a excepción de Amaia, por supuesto, si bien esta explota su registro más limítrofe en las canciones de la formación). La condición televisiva (y seudomarciana) de su nacimiento implica la hiperproducción de su producto: cualquier detalle, incluso el más cutre, está medido con escuadra y cartabón, como si fuesen la versión española (y católica) de las
Disney Channel’s pop stars (Hannah Montana, los Jonas Brothers y también Olivia Rodrigo). Así, no solo las voces de sus miembros se encuentran en los márgenes de la tonalidad, sino también el marco armónico de sus composiciones:
“Stella Maris”, su carta de presentación, posee melodías excesivamente ambiguas y acordes demasiado indefinidos como para concretar un tono. A todo ello se le suma una estructura construida por anexión dosificada (
“GPS gratis, fuerte como un mástil, más rápido que un taxi, etc.” se van añadiendo en cada estrofa como si de una canción infantil se tratara), lo que aumenta la sensación de caos.
“La alcantarilla”, con
“la esperanza es el quitamanchas que quitará las manchas (…) la esperanza es el desatascador que desatascará”, prosigue con la estética facilona de letras sin sentido por su excesiva obviedad: recuerda indudablemente a la
“como una loncha de queso en un sándwich preso” de “Amén”, la frase más conocida de Flos Mariae, serigrafiada hasta en las camisetas de su tienda de ropa (para quien no lo sepa, las chicas son todas unas
entrepeneurs con varias empresas a sus espaldas). Por su parte, Albert Pla (Pep en la serie) participa en la que probablemente sea la canción más cercana al preciosismo y la que menos parte del sarcasmo:
“Las flores de mi jardín” es una fábula bucólica sobre el acto sexual y los lugares comunes propios de este (la semilla, el árbol, la germinación).
El producto se completa con un contenido audiovisual que disimula su volumen de trabajo en torno a unas ideas creativas propias de un estudiante de secundaria, si bien el contenido cristiano que se difunde a través de internet (se me vienen a la cabeza los GIFs de
“Dios te bendiga, pasa un lindo día”) suele tener la misma estética pomposa y hortera: Stella Maris beben de todo el imaginario memecristiano en el que, por supuesto, hay espacio para los vestidos de confirmación y las cortinillas de estrella de las Bellido Durán originales.
Así,
“La casa huele a Gloria” se define por una reproducción fidedigna del producto que busca simular, si bien deja espacio para una composición refinada y un imaginario que requiere más planificación de la que se percibe a simple vista. Sin embargo, no deja de partir del terreno más artificial, lo que convierte el álbum en algo anecdótico y temporalmente fugaz: ojalá dentro de medio año, cuando actúen en Primavera Sound en su primer (¿y último?) concierto, el producto siga manteniendo su gracia, su ingenio y, en definitiva, su tirón. Tendremos que esperar para verlo. ∎