Steven Brown fue, junto con el violinista Blaine Reininger, uno de los dos miembros fundadores de Tuxedomoon, una de las bandas fundamentales de la escena post-punk surgida en Estados Unidos a finales de los años setenta. Que su primer álbum, “Half-Mute” (1979), apareciera en Ralph Records –el sello que The Residents se vieron obligados a fundar, ya que nadie se atrevía a publicar su música– ya es indicativo de por dónde iban los tiros: tenían un componente visual tan importante como lo estrictamente musical (y la musical era peculiar, con referentes que iban de la electrónica a la clásica contemporánea, pasando por el jazz u otros géneros elegantes como la chanson o el tango), así que se les tendía a situar en el ámbito artístico, casi en la misma medida que Laurie Anderson. De hecho, ellos se definían a sí mismos como “cabaret electrónico teatral” y llegaron a componer la música para un ballet del coreógrafo francés Maurice Béjart.
Pianista y saxofonista y clarinetista, Brown comenzó a desarrollar su carrera en solitario en 1983, primero en Bélgica, a donde Tuxedomoon se había “exiliado”, huyendo intelectualmente del reaganismo, y desde 1993 en México, donde ha desarrollado una amplia trayectoria, en la que ha creado bandas como Nine Rain (con siete discos publicados), además de retomar, de vez en cuando, el pulso de Tuxedomoon, para giras o grabaciones esporádicas (hasta que se produjeron los fallecimientos del responsable visual Bruce Geduldig, en 2016, y del bajista Peter Principle, en 2017). Pero desde 2013, cuando puso en marcha Ensamble Kafka –quinteto de viento dedicado a la investigación de los sonidos tradicionales de las bandas de viento de la sierra de Juárez, en el estado mexicano de Oaxaca, en cuya capital vive–, su trayectoria ha sido algo más guadianesca. Lo siguiente que supimos de él, discográficamente hablado, fue la aparición, en 2018, de “Cinema Domingo Orchestra”, el único disco publicado en los más de quince años de un proyecto que comenzó como proyecciones semanales de películas antiguas en su casa, y luego se convirtió en una banda (también llamada Cinema Domingo Orchestra) que se dedicaba a componer e interpretar públicamente nuevas bandas sonoras de películas mudas –desde la rusa “La venganza del cámara de cine” (1912) hasta la joya del expresionismo alemán “El gabinete del doctor Caligari” (1920), pasando por el clásico de Buster Keaton “El maquinista de La General” (1926)–.
Por eso, la aparición ahora de “El hombre invisible” resulta toda una sorpresa, ya que son las primeras piezas en formato “canción” que compone Brown en más de veinte años. El disco se grabó en Oaxaca de Juárez con músicos locales –incluyendo la presencia estelar de Lila Downs, que canta a dúo con Steven en “Familias ricas”, la canción más corta (apenas un minuto) del disco, casi un divertimento satírico– y unos invitados externos: su viejo colega de la etapa belga de Tuxedomoon Luc van Lieshout a la trompeta, el alemán Nikolas Klau –que ha trabajado con Michael Nyman, además de en numerosas ocasiones con Brown, tanto en Tuxedomoon como en Nine Rain– a los teclados, y Chris Haskett (ex Rollins Band) a la guitarra. Profundamente vinculado a México, donde ha vivido ya más años que en los Estados Unidos, “El hombre invisible” tiene referencias autobiográficas: Brown es un trasunto del protagonista de “El hombre invisible”, la novela homónima de Ralph Ellison publicada en 1952, que vive toda su existencia como “invisible” porque es negro y los blancos se niegan a verlo o aceptarlo. Hay que considerarlo como una metáfora para contar las historias de aquellos que, como el propio Brown, han elegido vivir un estilo de vida diferente y cultivar ideas que difieren de la mayoría. Todo ello se retrata en unas letras que reflejan experiencias de casi treinta años de vida en México (pese al macarrónico español que emplea en dos canciones, la que da título al álbum y la del dúo con Lila Downs), donde su intenso trabajo como músico y agitador cultural (reconocido hasta por las instituciones oficiales: la música del pabellón de México en la Expo 2000 de Hannover era suya) ha estado acompañado de momentos difíciles como secuestros y terremotos, y otros excitantes, como sus encuentros con los artistas locales y los zapatistas de Chiapas. En “Resist”, por ejemplo, se refiere al movimiento asambleario que sacudió Oaxaca en 2006 y forzó el cierre de numerosas dependencias gubernamentales. En “The Book”, en cambio, acusa a los conquistadores españoles de “asesinar a los indígenas americanos” –influido por la “leyenda negra” sobre España difundida por el imperio anglosajón– y “quemar sus libros” (sic) para sustituirlos por la Biblia, “el libro más peligroso del mundo” (esto sí es cierto y evidente).
El eco del sonido de Tuxedomoon es permanente, sobre todo en lo que gira en torno al piano, los vientos y la voz de Brown, y no cuesta trabajo imaginar que el autor echa de menos el sonido del bajo de Peter Principle, por el protagonismo que otorga al instrumento en varios de los temas, aunque sin la sonoridad característica que le infería el músico fallecido. Las cumbres del álbum se encuentran en “Fireworks”, la citada “Resist”, “It Occurred To Me” y “Vice And Virtue”, el único tema en el que comparte autoría musical con Chris Haskett, que completan un disco serio, majestuoso y oscuro en el que se encuentra la atmósfera de los Tuxedomoon más líricos, para perdernos sin dificultad en sus sonidos desérticos. ∎