El trío australiano The Necks se formó a finales de la década de los ochenta. Más de tres décadas practicando un jazz de vanguardia que flirtea también con el clasicismo. En “Signal”, el primero de los cuatro largos temas que conforman su último y decimonoveno disco en estudio, el doble “Travel”, destacan dos señas de identidad de la banda: la robusta y persistente línea del contrabajo tocado por Lloyd Swanton, sostén y armazón de la pieza en el sentido más panorámico de la palabra, y las espaciadas notas del piano acústico de Chris Abrahams. El tema es bastante hipnótico, enriquecido por el juego de platos del baterista Tony Buck, y lo es aún más cuando Abrahams abandona el piano para pulsar un órgano Hammond de sonido repetitivo y lunar: la melodía reducida a la mínima esencia mientras contrabajo y batería mantienen el pulso en un bucle que parece no tener fin. El órgano no desaparece, repitiendo periódicamente las mismas notas, cuando regresa el piano para expandir más la composición. La filosofía de la banda no se altera, ni en estudio ni en directo. Uno de sus lives se titula explícitamente “Piano Bass Drums” (1998). Solo tres instrumentos improvisando sobre el escenario. En estudio “colorean” su música con aportaciones de los instrumentos eléctricos.
Se ha dicho que en la base de la música en espiral de The Necks está la influencia de La Monte Young y de dos bandas de krautrock, Faust y Can. Aunque la idea de la repetición pueda partir del minimalismo sonoro, creo que el trío de Sídney guarda más relación con la forma de tejer ritmos en bucle y tamizada progresión de unos Can, aunque la concepción de los temas no se parezca a la de los autores de “Tago Mago” (1971). Swanton es más jazzístico que Holger Czukay, y la batería de Buck no suena tan seca y metronómica como la de Jaki Liebezeit, pero, por caminos distintos, The Necks y Can llegan a un mismo fin: un sentido rítmico prodigioso, magnético, que lo envuelve todo y en el que los instrumentos solistas quedan democráticamente fundidos en uno solo mientras la línea básica del tema crece y crece sin que apenas nos demos cuenta.
Un jazz más espiritual y astral, a lo John Coltrane versus Sun Ra, tiene también cabida en el ideario de The Necks, como demuestra el segundo corte del disco, “Forming”: el contrabajo con arco y sin arco parece replegarse sobre sí mismo, los platos de la batería son muy aéreos y el piano eléctrico le confiere a la pieza una cualidad pictórica, pero también, sin que nos demos cuenta, el tema va recargándose y elevando en intensidad a partir de un crescendo repetitivo con gongs en la lejanía y la guitarra eléctrica agazapada del mismo Buck. Adentrándose por otro camino, “Imprinting” resulta misteriosa y abstracta, con percusión tribal, piano eléctrico, teclados electrónicos y contrabajo reverberante. Cierra “Bloodstream”, con un mantra creado con el órgano de tubos al que se suman las cadencias blues del piano acústico y unos redobles de batería al principio contenidos y finalmente furiosos. Una liturgia, de la elegancia al caos.
Las cuatro piezas de “Travel” no son exactamente improvisaciones capturadas al instante en el estudio, ya que cuentan con elementos añadidos en las mezclas e instrumentos doblados, pero responde bastante bien a la idea de una música improvisada que, partiendo del jazz, se diversifica por muchos otros posibles géneros y texturas sonoras. ∎