Cuando el doctor Samuel J. Hoffman (1903-1967) introdujo los sonidos ondulantes del theremín en las bandas sonoras de películas de Hollywood como “Recuerda” (Alfred Hitchock, 1945), “La escalera de caracol” (Robert Siodmak, 1946), “El enigma de otro mundo” (Christian Nyby, 1951), “Ultimátum a la Tierra” (Robert Wise, 1951) y “Los cinco mil dedos del Dr. T.” (Roy Rowland, 1953), nadie en su sano juicio podía haber imaginado que tan peculiar instrumento, consistente en una caja de madera, dos antenas magnéticas –una vertical y otra horizontal– y dos osciladores para manipular la frecuencia y el volumen, habría servido para futuras pistas de baile.
El instrumento inventado por Léon Theremin (1896-1993) en 1920 fue muy popular en el cine estadounidense de la posguerra y la guerra fría por representar el sonido de la amenaza exterior, en los filmes de ciencia ficción, y las fracturas del cerebro humano, en los relatos de misterio e intrigas sicológicas. Tampoco Clara Rockmore (1911-1998), una virtuosa que convirtió el theremín en el acontecimiento solista de una orquesta y fue apodada “The Queen Of The Theremin”, y Lydia Kavina, sobrina nieta de Léon Theremin y autora de discos en los que ha interpretado piezas para theremín de Miklós Rosza, Christian Wolff, Jorge Antunes y Howard Shore, saldrían de su asombro al contemplar lo que ha hecho el zaragozano Javier Díez Ena en su última obra, “Therematic”, nueva incursión en las posibilidades sonoras del theremín tras discos como “Theremonial” (2017) y “Theremonial 2” (2019).
Sin dejar de lado ese eco ensoñador y enigmático que siempre produce el sonido del theremín –esa reverberación oscilante que parece no tener fin, detenida en el tiempo y el espacio entre la mano del theremista y la antena–, en Threrematic Díez Ena expande las notas asimétricas y catapulta el clásico sonido del instrumento sobre una encimera rugosa de efectos, ritmos y loops. El resultado son fragmentos de música industrial, bailable y oscura, así como ecos de krautrock y electrónica exótica, sin desdeñar el emotivo libre albedrío del instrumento en “Califrágil” y la (casi) melancolía de una balada sideral que resitúa el theremín de siempre en su teórico hábitat natural.
El título de uno de los diez temas del disco define bien lo que es esta gozosa aventura sonora que nos traslada de las pesadillas dalinianas de “Recuerda” al baile maquinal e industrial: “Fantasmatique”. O Theremin Dance Music. ∎