Álbum

Tigres Leones

Todo va bienSonido Muchacho, 2023

Bien sea por todo eso que todos sabemos que hemos pasado en los últimos tres años, bien sea porque diez años de carrera generan el callo suficiente como para ciscarse en cualquier cálculo estratégico, Tigres Leones han facturado el que es el disco más diverso, heterogéneo y multicromático de su trayectoria. Con diferencia. Una gozosa celebración del pop y del rock, siempre según su prisma, y en compañía de muy buenos amigos. Porque tampoco hasta ahora se habían marcado semejante derroche de colaboraciones: nada menos que siete de sus nueve cortes están hechos en alianza con otros músicos. Lo complicado a priori en estos casos es que esos featurings, que aquí (insistimos) no tienen viso de prospección de ninguna gran nueva audiencia, encajen sin desviarse demasiado de la personalidad del grupo. Que no deriven en esquizofrenia ni tampoco en capricho cosmético. Que se cuezan en el fogón de un equilibrio –tirando a perfecto– entre los discursos de los anfitriones y de los invitados. Y puede decirse que por ahí andan los tiros.

Curiosamente, son los dos únicos dos cortes sin aportación externa lo que descorchan su minutaje, y también apelan a dos epidermis que tienen poco que ver entre sí. Porque entre el bajo post-punk, los sintetizadores cegadores y las referencias líricas a Vinicius de Moraes, Antônio Carlos Jobim y João Gilberto que emanan de “Creo que empiezo a ver la luz” y la cadencia premiosa de “Vuelvo al mar”, con sus ecos de La Buena Vida o Carlos Berlanga y sus metáforas marinas, media también un enorme trecho.

Su vena más pop emerge en la dulce “Proserpina”, con Marta Movidas ayudando en un estribillo que araña lo memorable, y algo similar ocurre en la rutilante “A banda”, con Miren Iza (Tulsa) también prestando su voz: por algo fue adelanto del álbum. No hay nada en ellas ni de pop electrónico ni de agreste rock garagero, sino algo mucho más indefinible, en algún punto intermedio entre sus respectivos universos. Y no por eso dejan ambas de ser sensacionales canciones.

Hay también algo de folk pop asomando en “No lo digo por ti”, con Caliza. Un ligero acento fronterizo en “Todos los santos”, quizá porque la trompeta de Josep Peris (Medalla) pesa lo suyo (“esta canción no sé a dónde va”, reza su letra: perfecta alusión a la bendita imprecisión de anclajes que puebla el disco). Algunas ráfagas de vibrante shoegazing al final de ese emotivo recuerdo familiar que Marcelo Criminal evoca en “Mexico ’86”: aquellos goles de Butragueño a Dinamarca la primera vez que vimos un partido de fútbol en plena madrugada. Y unos “paparapás” bien sixties en “Viernes noche en casa”, con Andrea Buenavista, de una serenidad cercana a la bossa y un broche rayano en la psicodelia.

Pero son tan solo leves pinceladas, ligeras irisaciones con las que Javier Marzal, Paco Ramírez, Miguel López y Luismi Pérez dan forma a un cuarto álbum (producido por Carlos Hernández) que es el más luminoso, inclasificable, recreativo y (seguramente) falto de pretensiones de una discografía cada vez más lejos de todo lo que apuntaban hace diez años, cuando emergieron como una de las esperanzas del rock underground madrileño junto a Biznaga y Juventud Juché. ∎

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