Después de probar suerte en los terrenos del space rock satánico (“Twins”, 2012), el folk ácido (“Sleeper”, 2013), la psicodelia (“Manipulator”, 2014), el glam en clave lo-fi (“Ty Rex”, 2015), el rock experimental (“Emocional Mugger”, 2016) y las canciones sin guitarras (“First Taste”, 2019) o sin letras (“Love Rudiments”, 2024), ¿qué le quedaba por hacer al estajanovista clasicista rock Ty Segall?
Pues, quizá, algo como “Possession”, un disco de pop (más o menos) normal. Sus canciones más directas y contagiosas hasta la fecha, eso por descontado. También las más cinematográficas, gracias a unas cuerdas y vientos que son lo único que Segall no toca en el disco; en los arreglos se deja ayudar por su habitual Mikal Cronin. Las ha compuesto con el piano, un instrumento que hasta ahora le resultaba bastante ignoto, lo que puede explicar su ocasional simplicidad. O quizá eso venga de su nueva vida, del hecho de estar casado y querer tener canciones que pudieran gustar a su pequeña hija.
Esta última teoría tiene sentido hasta que pegas la oreja a las letras, esta vez coescritas por Segall con el cineasta Matt Yoka, quien ha firmado la mayoría de sus videoclips y para quien compuso la banda sonora del documental “Whirlybird” (2020), sobre los primeros días de las noticias por helicóptero en Los Ángeles. En entrevista con ‘Brooklyn Vegan’, el batería de Fuzz dice haberse inspirado en la colaboración de Dylan con el director de teatro Jacques Levy en “Desire” (1976): “Es guay cuando la gente trabaja con no músicos”. Juntos, Segall y Yoka escriben un puñado de historias sobre personajes que toman las decisiones equivocadas en momentos límite de sus vidas. O las mujeres que ardieron en la hoguera de Salem, en la canción que da título a un álbum que, bien pensado, no debe estar hecho para su niña.
Esa pegadiza “Possession”, en la que Segall suena a veces a David Bowie y otras a Richard Ashcroft, todo dicho como un cumplido, es solo uno entre los muchos hits de un álbum que a ratos puede llegar a confundirse con recopilatorio. Antes ha llegado “Shoplifter”, brillante pop de cámara bajo la clara influencia (otra vez) de The Beatles, juegos con el espectro del estéreo incluidos. Otro ladrón, un tipo fichado para desvalijar una mansión, es el narrador de “Fantastic Tomb”, nueva muestra del dominio de Segall del rock clásico y oportunidad de Cronin para sacar puro arrebato del saxo. “Hotel” y, todavía más aún, “Alive” sorprenden por su amplio uso de las cuerdas; en la segunda, esos arreglos desbocados sustituyen a lo que en principio iba a ser guitarra eléctrica. Todo desemboca finalmente en “Another California Song”, otra canción (pero muy buena) sobre California o, más en concreto, Los Ángeles, que nuestro héroe quiere contribuir a reconstruir con el recopilatorio benéfico “L.A. Recovers” (2025), en el que lo oiremos (solo si compramos el vinilo; no hará streaming) versionando a su colega Charles Moothart. ∎