Cambio de tercio en Últim Cavall. Más formal que de fondo, eso sí. Adiós al shoegaze, a los estribillos ensoñadores, a las guitarras incandescentes y a las canciones con nombre de ciudad (o de regiones e incluso de planetas). Bienvenidas las melodías acolchadas sobre los pliegues de la calentura bedroom pop, con textos abiertamente sentimentales, francamente directos, prendados de una sencilla melancolía tamizada por el filtro de la esperanza. Esas canciones tristes para ponernos –moderadamente– contentos. La formación que ahora integran Francesc Pascual, Rafa Monzó, Elba Vallés, Jacob Serra, Toni Jordán, Galdric Bover y Jordi Moncho ha madurado hasta entregarnos, en este tercer álbum, diez canciones lo suficientemente concisas para no empalagar, que se despliegan a lo largo de 32 minutos que a mí, particularmente, me obligan a desempolvar una playlist que seleccioné hace dos años y medio, surtida de nombres contemporáneos que evocaban (de una o otra forma) las vibraciones de la música de Prefab Sprout: TOPS, Parting Lines, Lake Heartbeat o Wild Nothing, entre muchos otros. Ahora añadiré a los del Garraf, sin duda.
Hay algo también de la tangente indie pop británica con regusto ochentero de The Field Mice o Felt, incluso de reflejos especulares tan nuestros como La Buena Vida en canciones como “El teu vinil”, que se contonea con suma elegancia sobre las cenizas de una relación finiquitada. Las ráfagas de sintetizador de “El verí” tronchan la vis más pausada de su discurso, que también se desenvuelve en esa oda a la imaginación en estado puro que es “Mons”, aderezada con una deliciosa trompeta, o en el pertinente cierre que es la contenida “Becs”. Las inflexiones más dinámicas vienen marcadas por la melancólica “Abans de marxar”, por la reconfortante “Ariadna” (esos cambios de ritmo al servicio de una melodía que indaga en la sensación de sentirse perdido, eterno motivo pop), por la refinada “El buit” y por el estallido synthpop de “Capvespre”, uno de sus puntos álgidos. Sobrevuela en todo momento, eso sí, la sombra del ejercicio de estilo. Pero su olor a orfebrería casera, su tierna emotividad y su destreza para depurar melodías certeras disipan la tentación de despacharlos como aplicados amanuenses. Aquí hay artesanía, pero también –sin duda– algo de arte. ∎