Pena, cielo y canción son las tres palabras que más se repiten, incesantemente, a lo largo de todo este cancionero. El reflejo de una pugna dialéctica: si la pena y la canción son antitéticas, la única síntesis posible es el cielo, la libertad. La conciliación, la promesa de un tragaluz en medio de tanto asfalto. “A veces miro al cielo y pienso que creo que odio la música. La furgoneta me agobia, las drogas ya no me sientan bien (…) A veces creo que soy como Saturno devorando a su hijo”. En “Gemini”, por otro lado, ponen en una ferviente hoguera de rock experimental a arder todos los tópicos del artista musical como si fueran papelitos, y más que crítica lo que se lee es un recuerdo de en qué no quieren convertirse. Pero al final, en “Perfect Blue”, la promesa, la ambición, la lucha, vuelven en su constante circularidad: “Déjame que pruebe una vez más. Busco una canción, la de cuando todo esté mejor, y no volver a pensar en el futuro nunca más, disfrutando la pereza en el sofá, viendo juntos ese anime una vez más”. “A donde quiero llegar yo no existe”, reconocen. Pero ellos se agarran siempre al derecho a la contradicción.
Y en ese espacio de contradicción se sitúa su música, que se mueve entre la emoción de Turnstile o de Brand New, esa fijación con que las melodías se lean siempre en clave pop y golpeen siempre cerca del pecho –y que ellos se llevan ahora por momentos a la sensibilidad de Isa de Triángulo de Amor Bizarro–, y esa forma tan Deafheaven de llevarse el post-hardcore y el screamo al shoegaze, a lugares siempre más etéreos y también volátiles. Como persiguiendo la luz tras toda la bruma, el polvo, la ventisca. Esa luz entre las nubes que pintó Aivazovski. Tampoco renuncian a un enfoque urbano que los conecta con bandas afines –aunque del mismo modo diferentes– como Margarita Quebrada o Bernal y que los ve coqueteando con fraseos rap o colaborando con Erik Urano. Y en “Elena observando la Osa Mayor” se acercan a Portishead, pero de repente también a Alizzz.
Todas las referencias son válidas para dibujar una imagen sonora, pero muy vagas a la hora de representar verdaderamente a Viva Belgrado, que en “Cancionero de los cielos” se muestran más abiertos, si cabe, que nunca, con más ganas de aprender, con más ganas de crecer, con más ganas de creer. Coge “Jupiter And Beyond The Infinite”: ¿unos Slowdive de Tokio haciéndose un feat. con un rapero de Valladolid que termina en la intro de un anime tipo Go Nagai? Puedes tratar de acercarte a acertar con la descripción, pero la única respuesta verdaderamente posible es la personalidad totalmente única que han logrado asentar Viva Belgrado en el que no solo es su mejor trabajo: también uno de los mejores álbumes de rock que se han facturado en nuestras fronteras en los últimos diez años. ∎