Detrás de Warmth se encuentra el productor español Agustín Mena, entusiasta de la liturgia ambient, de la que ha hecho su religión a lo largo de una colección de LPs que, más allá de su círculo musical, no han tenido la repercusión merecida. Quizá por ello el nacimiento de esta recopilación, compuesta de veinte canciones, con “Taiga” como única novedad, es un movimiento ciertamente inusual que, escuchado de principio a fin, conforma una experiencia totalmente cohesionada de noventa y cinco minutos de pura evasión neuronal. Dentro de la misma, sobrevuelan paisajes aéreos tan tremendamente evocadores como “The Infinite”: sin duda, una de las piezas más bellas de entre todas las escogidas para darnos a conocer la obra de este alquimista de la expresión antipianística del sinte.
Capaz de modular el mismo aire antártico del sonido, lo que subyace en todo momento es la posibilidad de asistir a un acto de magia absoluto. Todo suena gaseoso en este viaje en slow motion por la inmensidad del espació interior.
La sensación más recurrente en la formulación compositiva de Warmth es la de estar sumergido bajo el agua, en comunión con una arcadia de sonoridades acuáticas que, tal como en “Wave Growth”, parecen ser el resultado de una conversación entre esporas marinas. Y es que, en cierta manera, esta recopilación suena como si se tratara de una respuesta acuática al “Conference Of Trees” (2020) de Pantha Du Prince, en el que parece que los árboles hablan entre sí.
En torno a la dialéctica neblinosa aquí expuesta, nos encontramos con huellas de la escuela minimal alemana de los años 90, ecos del Aphex Twin ambient, el reflejo del Fennesz más balsámico y majestuoso, pero también se cierne la sombra de Rafael Anton Irisarri, quien ya trabajó en los dos últimos álbumes del español.
En base a estas cuatro esquinas referenciales, podemos hacernos una idea muy aproximada de lo que supone adentrarse en la evocación extrasensorial facturada por un autor para el que monotonía es sinónimo de mantra y virtud. La misma de la que hace gala a la hora de pulimentar el mismo oxígeno en los siete minutos de pura ingravidez que conforman “Afterwards”. Esta última es una de las piezas más simbólicas de todas las aquí recogidas, mimbres de un todo mayor, que irradia el genoma ambient hasta la máxima expresión de su versión más inasible y ascética. De hecho, estamos ante lo que se entiende como un masaje para los oídos. Frenesí espartano a través del cual nos topamos con uno de los autores más puros e imprescindibles de lo que significa esta condición evocadora del sonido y su materialización mediante el derretir neuronal del oyente. Uno que, por más que busque, jamás va a encontrar una muestra tan atmosférica de lo que supone el acto musical, concentrado en títulos ya de por sí elocuentemente evocadores del espíritu mayestático de sus composiciones, como “Odessa”, “The Mourning” o “Waves”. ∎