Wild Honey

El cuarto álbum propiamente dicho de Wild Honey –bandas sonoras y EPs aparte– entraría en esa poblada categoría que se podría definir como “parece sobre la pandemia y no lo es”. Líneas como “Saludos secretos / que acabaremos por olvidar / Un futuro fantasmal, nos quedan muchos años por olvidar” o “La luz se filtra por la ventana / en la reunión familiar / Videollamadas que se entrecortan / horizonte abismal” invitan a pensar en el estado mental propiciado por la situación sociosanitaria, pero lo cierto es que Guillermo Farré fue tejiendo la continuación de “Torres Blancas” (2017) a partir de notas de voz con pensamientos e ideas que se le iban ocurriendo en diferentes momentos cotidianos, muchos de ellos asociados a su azarosa vida como padre de dos niños.

Es curioso, porque su constante yuxtaposición de imágenes evocadoras u oníricas parece puro flujo de conciencia y, en realidad, tienen su origen en circunstancias reales de su propia vida. Cada canción, cada frase, posee más sentido del que parece, pero, escuchadas en conjunto y completadas por ese cuidadísimo sonido y su ya característica voz susurrante, crean una gran sensación de extrañeza. Su tema “En los límites de aquello que llamabas realidad” podría servir también para definir el espíritu del disco, ya que, al aislarnos de cualquier referente y dejar que las canciones fluyan por sí mismas, nos encontramos sumidos en la desorientación (la misma que inspira esa gran portada de Yago Castromil y Grande Graphix), en una especie de distopía como estado emocional y como relación con el entorno.

Se podrían citar muchas influencias sonoras que pueden ser atinadas o no (desde Sufjan Stevens a algunas producciones del sello Siesta, pasando por la inevitable de Brian Wilson), pero creo que la fundamental es la de Remate. Aliado habitual de Farré desde hace ya años (han compartido varias bandas sonoras, entre otros proyectos), ejerce aquí de coproductor de “Ruinas futuras” y creo que gran parte de su estilo se ha colado en el de Wild Honey para enriquecerlo, sin que este pierda un ápice de su desbordante personalidad. ∎