Ocho años –o sea, una barbaridad– ha tardado Yasmine Hamdan en alumbrar un álbum de nuevo cuño. Nacida en el Líbano en 1976, pasó gran parte de su infancia en Abu Dabi, Grecia y Kuwait. De regreso a Beirut, integró junto a Zeid Hamdan –con quien no le une ningún parentesco pese a la coincidencia de apellido– Soapkills. Este dúo –una de las primeras agrupaciones electrónicas de Medio Oriente, jugando con el encaje entre el trip hop y la fértil tradición musical árabe– facturó tres álbumes entre 1999 y 2005, año en el que Yasmine hizo las maletas rumbo a París. Allí, tras asociarse con Mirwais en el proyecto Yas (“Arabology”, 2009), debutó en solitario en 2012 con un álbum homónimo fraguado con la colaboración de Marc Collin (Nouvelle Vague); siguieron otros tres con canciones originales hasta “Al Jamilat” en 2017.
Desde entonces, la actualidad de su patria no ha sido precisamente un camino de rosas. Baste recordar episodios tan inquietantes como la terrible explosión en el puerto de Beirut en 2020, el colapso económico, o los ataques israelíes en 2024 contra posiciones de Hezbolá en el país… Subyacen en este disco la memoria y el dolor, matizados por la distancia y, según palabras de la propia artista, entendiendo la situación descrita como una metáfora de las inquietantes realidades que nos asaltan a todos a un nivel más global.
Reunida de nuevo con monsieur Collin, Yasmine Hamdan no propone en este trabajo un singular viaje en diez etapas. Un cancionero exquisito que arranca con “Hon“ (“Aquí”), un vaporoso y dramático pero de algún modo también sosegado lamento acerca de las heridas abiertas, cuya letra firma junto al poeta palestino Anas Alali. Pálpito sereno en al menos aparente contraposición con el leitmotiv del cancionero que nos ocupa, cualidad que también hallamos en “The beautiful losers”, con su crescendo sintetizado, o la más rumbosa, aunque bastante oscurita, “Abyss”.
Partiendo de lo doliente, su discurso se enriquece con toda suerte de matices. Ahí está el tema que da título al álbum, “I remember I forget”, donde una lírica de tintes sombríos y, según se lea, sarcástica –“matar es normal, mentir es normal… la manipulación es normal, la intimidación es normal”– convive con una fórmula electrónica bailable, avanzada y atávica a un tiempo, que de algún modo deviene catártica.
Bellamente puntuada por los pulsos graves, “Shmaali” –con letra y música tomadas del acervo folklórico palestino– va adquiriendo un nervio obsesivo de resultados fascinantes. En “Shadia”, donde la voz de nuestra intérprete nos muestra un registro agridulce y algo arrastrado, entramos en un hemisferio más retro, con ecos setenteros y un cierto trazo cinematográfico.
Sin olvidar otros aciertos, como “Mor”, el nuevo álbum de Yasmine Hamdan se nos revela como un juego, muy a menudo hipnótico, de equilibrios entre memoria y contemporaneidad, tradición y emoción. De este modo, y, pese a todo el dolor que encierra el temario, contiene también una esencia reparadora, a caballo de lo más íntimo y lo universal. ∎