Has grabado con Donato Dozzy, otro músico de la escena electrónica. ¿Por qué le has elegido?
Me contactó cuando saqué el primer álbum, que le gustó mucho. También me compró un cuadro. Siempre ha estado ahí apoyando y dando un feedback. Él es toda una figura en la electrónica, del techno alternativo, pero también del ambient. Me pidió que teloneara a su grupo Voices From The Lake en Londres. Ahí nos conocimos ya en persona y hablamos de hacer algo. No fue tanto una estrategia de pensar en un sonido concreto sino un encuentro entre dos artistas a los que nos gustaba el trabajo del otro, para intentar hacer algo juntos, sin pensar mucho en qué iba a salir. Nos estaba gustando lo que hacíamos, y al final teníamos muchas canciones para poder hacer algo más largo, un álbum. La verdad es que ha sido un poco sobre la marcha.
Esa admiración mutua es importante para trabajar con alguien. ¿Qué es lo que crees que has encontrado con él en este “Bizitza eztia”?
Algo que igual no esperaba es esa dulzura que hay en todo el álbum. Yo creo que hay un beat que entra en estos loops que él tiene de una cosa un poco trance, pero de una manera muy delicada.
¿Has encontrado que esa conexión enriquece tu sonido?
Sí, totalmente. Al final le da otra sofisticación, le da mucha profundidad. Creo que hay muchas capas, hay una producción mucho más elaborada, quizá más compleja de lo que yo había trabajado y desde un lado muy tierno, con un sonido muy dulce y cálido. Igual con otros productores, con Bronquio o con Jon, el sonido se queda más frío, es otro resultado. En este sentido me ha parecido muy interesante probarlo, y muy diferente también.
¿De dónde viene esa conexión eusko-italiana? ¿Es por el arte, es por el cine, un poco por todo?
Es una referencia muy importante a nivel estético. Al final he estudiado Bellas Artes y después un máster de pintura. Yo pinto y en ese máster solo pensaba en Italia. Para mí ha sido una referencia importante como país creador: los colores, o cierta teatralidad también; Fellini, o esta cosa del disfraz, de la pose, mezclado con un humanismo. Todo eso me ha parecido siempre superatractivo como creadora, y también como persona que vive el mundo y lo siente. Siempre me identificaba con referentes italianos, por ejemplo los frescos de Giotto o de Piero della Francesca. Hay siempre muchas referencias estéticas para mí y también hay algo místico en todos esos frescos con esa luz con nosequé, que me atrae mucho. Entonces para mí fue claro, estoy haciendo un disco con Donato, lo voy a grabar en Roma… ¿Qué mejor excusa para meter todo esto aquí para sacarlo, por fin?
En tus letras abordas temas muy universales. ¿Qué querías contar a nivel lírico?
Todo lo pensé un poco al mismo tiempo. Iba viendo el tono, qué título ponerle, qué conceptos iba a haber ahí. Y “La vida dulce” era un guiño a esa Italia, pero al mismo tiempo llevándolo a algo muy personal, en el sentido de que hay temas también para esa vida dulce ideal, pero también cosas que hasta ahora no había trabajado tanto de una manera explícita, como son el feminismo o un reclamo de diversidad, de lo diferente, de la libertad. En las letras hay cosas más literalmente políticas que antes. Quería dar ese paso desde esa luminosidad, porque me gustan siempre esos contrastes. Desde la delicadeza siempre me ha gustado y me ha interesado ser radical. Y que esa delicadeza no se quede en algo frívolo, sino que signifique algo más profundo. Delicadeza, pero incluyendo lo que haya que reivindicar. Todo eso, de alguna manera, también lo quería en el disco.
Rezuma mucha libertad. Tu música creo que tiene eso, pero sobre todo por cómo utilizas la voz. Desde tu primer disco el tema vocal ha sido una apuesta personal. Es de donde parte todo. Y eso conecta con las raíces, con toda la tradición folclórica, viene del canto vocal o empieza ahí. ¿Lo vocal es tu punto de conexión con el folclore de tu tierra?
Sí, totalmente. Hay ciertas melodías que tienen esa conexión con el folclore. Cuando me han unido con el folclore, o con la tradición vasca, muchas veces me he sentido incómoda porque realmente lo único que hay de conexión va por ahí en algunas canciones. Y no me siento con la propiedad de decir que esto es folk, porque no hay ningún instrumento folclórico o tradicional en mis canciones. Desde la voz sí hay ciertas melodías, una cadencia, me inspiro mucho en eso. Es que la voz es al final el principio de todo. O sea, somos nosotros, es nuestro medio de expresión. Aunque estés haciendo música, la voz siempre va a ser muy expresiva porque te habla de la emoción de esa persona en ese momento. El temblor de la voz te da información emocional. En ese sentido, me parece siempre muy interesante la voz como instrumento. Y luego llevarla a los extremos, intentar ser libre en ese sentido de no tener prejuicios, de a ver qué va a salir. Me gusta ver esos límites de la voz. Aparte, también es lo que más puedo dominar dentro de lo que hago. Aquí es donde mejor me defiendo, e intento desarrollarlo más, llegar a un virtuosismo o lo más parecido a eso. Llegar al límite, sí.
Has hablado antes del feminismo en tus letras. Es muy significativo el avance que ha habido al respecto en la última década. Cada vez hay más mujeres en la música, siempre las ha habido, pero cada vez están más en su sitio, cogiendo su sitio natural. ¿Cómo ves esa evolución feminista en la música? ¿Todavía queda mucho por hacer? ¿Cómo lo sientes tú?
Veo por un lado que hay mucho avance, que gracias a que otras lo han luchado ahora nosotras podemos tener cierto lugar. Es verdad que también veo cosas un poco cuestionables. Pero, bueno, esto ya lo sabemos, es como en todo. Me parece que hay cosas bastante importantes todavía por alcanzar. Y sin porcentajes, cantidad, cuotas, eso es evidente. A nivel de roles, de diversidad dentro de la música, del rol que tiene una mujer, me parece que hay mogollón por hacer. Todavía hay pocas figuras mujeres que no pasen primero por un rol complaciente, de chica agradable que no va a dar problemas. Y es como que o te colocas ahí en algún momento o te colocas como la chica sexi y parece que eso da la legitimidad para ser reconocida, como que por ahí también puedes. De repente hay muchas menos que no pasan por ninguno de esos filtros. A mí esas cosas me chirrían mucho, parece que no puedes escapar. Para llegar a la música y a la revista musical tienes que tener algo de eso. Pero me parece también que va mejorando. Solo que me gustaría que fuese de una manera más natural y abierta.
En 2022 publicaste el EP “Euskal Pop Erradikala”, que es una declaración de tus orígenes, de tu cercanía al rock radikal vasco y también a la tradición. Están ahí las dos vertientes, con Kortatu y Hertzainak; con Lourdes Iriondo y con una canción tradicional. Hacer una versión de un clásico de Celia Cruz, “La vida es un carnaval”, también es un reto ¿Qué supone para ti enfrentarte a una versión? ¿Cómo la abordas?
Es verdad que tiendo ahí a cosas vascas que pueda darles una vuelta. Me gusta mucho coger cosas que son muy diferentes a lo que yo hago. De pronto tengo mucho margen para hacer lo que yo quiera. Siento que es más fácil hacer lo que yo quiera. Por ejemplo, versionar a Mikel Laboa me parecería mucho más difícil porque lo veo muy cerca de mí. La versión sería más parecida a la original, porque no cambiaría nada, es que es perfecta. Pero cuando tengo margen de llevarla a un terreno de manera natural para mí, distinto a esa canción, como las de Kortatu o Negu Gorriak, pues me atrae mucho porque son canciones que me encantan y que a la vez solo si hago un ejercicio de “la voy a imitar” ya va a ser superdiferente. Para mí eso es guay, porque es muy divertido y también es un poco... no voy a decir provocador, pero me gusta que haya un punto punk. Es cogerlas de un terreno hipermasculino, con el pogo en la cabeza, y llevarlo a otra cosa. Transgredir un poco me gusta, me divierte. Luego la de Celia Cruz o la de Lourdes Iriondo sí que vienen desde otro sitio y, aunque sean mujeres, son muy diferentes a lo que yo puedo hacer. Y puedo llevarlas a algo mío. Es desde otro sitio, más desde la belleza, ya no hay esa cosa tan provocadora.
Has ido cada vez trabajando con los beats, con los ritmos, de una manera distinta. Tus ritmos están muy abiertos a lo contemporáneo. ¿Cómo lo has hecho en este disco con Donato?
Al final los beats yo los hago de una manera muy primitiva. Porque eso es lo que menos controlo. De toda la parte electrónica estoy aprendiendo mucho. De producción, por ejemplo, no sé nada. Lo hago con mis cajas de ritmos, también con algún programa, pero me gusta más con cacharritos. Soy menos digital. Hago unos esqueletos, digamos... A ver, la versión de “La vida es un carnaval” es mía, nadie la ha tocado, pero no está para ponerla en un disco, está para el directo. Hago demos de las bases y luego el productor o la productora en ese momento las hace más sofisticadas.
¿De qué manera te ha influido en tu música que hayas estudiado Bellas Artes y que pintes? Todo el trasvase que hay siempre entre las disciplinas artísticas, ¿de qué manera crees que influye?
Creo que influye mucho. Al principio creía que no, porque no es de una manera tan evidente quizá desde dentro, porque tú eres tú y vas haciendo. Pero es verdad que luego pasan los años y me doy cuenta, al ver a otros músicos, de algunas diferencias. Por ejemplo, no puedo aislar las cosas en plan la música, la portada, el videoclip, la foto. Para mí es todo uno. Estoy viendo las cosas en una totalidad: qué quiero decir, qué quiero expresar, estéticamente dónde estoy, qué me gusta, qué no. Todo es uno. En ese sentido hay cosas que me atraen… El significante siempre va a ir por un lado que decido yo. Esa forma se lo da todo. Se lo da cómo me visto en escena, cómo planteo ese directo. Lo tengo que pensar todo a la vez.
Algo muy natural es cantar en tu lengua materna. Cantas en euskera, pero no reniegas del castellano. ¿Cómo eliges un idioma u otro? ¿Surge de manera natural o es de pronto que la canción te pide otra sonoridad?
La verdad es que es todo un tema, porque a mí me sale en euskera en principio y me gusta que sea así, quiero hacer música en euskera. Al mismo tiempo hay canciones que me piden… las escucho ya en mi cabeza antes de que suenen y digo “es en castellano”. Es algo intuitivo. Podría no seguir esa intuición por un compromiso con el euskera, con hacer las cosas en euskera, pero es que también quiero ser libre en eso. No quiero casarme con nada. El castellano en mi música es minoritario, y eso me hace gracia porque, claro, yo también soy esa. Con cada lengua que hablas eres un yo diferente, en esa lengua. Es muy curioso. También eso me atrae. Es Verde Prato, pero es diferente.
La música le da una sonoridad distinta a la lengua. Por ejemplo, tú haces más dulce al euskera. ¿Cómo la música puede amortiguar o darle otra dimensión al idioma? ¿Cómo modulas tú el idioma y la música?
Al final lo haces sin querer. Hay maneras de cantar en castellano que a mí me gustan menos, o que no las quiero para mí. Cosas muy explícitas, la letra, con mucha dicción, todo muy vocalizado, todo bien marcado, que se entiende perfecto, pero que se me hace casi agresivo. Y eso me puede gustar en otros. Dentro del abanico infinito de lo que puedes elegir sobre cómo cantar, me parece que todo influye, cada decisión influye. En el tema de la dicción priorizo lo que quiero transmitir, y normalmente no es esa cosa explícita, no es ese tipo de forma la que quiero. Para los mensajes de los que quiero hablar, para el mood que quiero crear con una canción, es más abstracto, más abierto, más de sensación y no tan literal. Mucha gente me dice “no te entiendo cuando cantas”, y no me molesta que no me entiendan, porque priorizo lo musical. En euskera y en castellano trato el idioma como un recurso más, un recurso musical más. El mensaje claro que es importante para mí, pero no es importante que quede en primer plano y que todo el mundo sea consciente. No. Es un recurso más musical.
La música es de las artes más accesibles o por lo menos tiene más impronta o puede calar de una manera más primaria. A lo mejor no hay un discurso tan elaborado o una interpretación más compleja. En la música se pueden decir muchas cosas y se puede buscar ese impacto, esa revolución en el oyente. ¿Eso es algo que utilizas?
Es que para mí el arte, la música, es de lo más importante que tengo. Pero no como creadora, como público también, como humana. En las letras lo que voy a poner va a ser algo muy serio para mí. En el arte me gustan quizá menos los lenguajes literales. Me gusta más que te den un espacio como oyente. Todo eso creo que se ve, cómo lo hago, en el resultado final.
La escritura es un arte más solitario. La música siempre es más colaborativa. Y tú has colaborado con mucha gente. ¿Cómo surgen esas elecciones o cómo vienen?
Primero, para mí es importante que vea posible, en la imaginación, esa mezcla. Digo que no a colaboraciones, pero no porque no me guste lo que hacen. Me ha pasado alguna vez que igual me ha gustado, incluso lo he intentado, y de repente no lo estoy viendo. Y, claro, eso es una movida porque puedes ofender sensibilidades.
Han elegido una canción tuya para la banda sonora de la película “Sorda” porque tu música tiene ese punto etéreo, natural, fluido. ¿Qué supone para ti participar en proyectos audiovisuales?
En “Sorda” justo querían la canción como tal. Cada vez que me piden algo para cine o para alguna serie me encanta, porque en mi cabeza lo veo muchísimo. He creado también alguna canción per se para alguna película y me parece muy coherente con cómo lo siento al hacer música, con toda esta cosa de la totalidad. Esta cosa etérea o abstracta me ayuda. A mí me encanta hacerlo. Justo he hecho una banda sonora con Jon Aguirrezabalaga, así que podemos decir que estoy en algún proyecto como banda sonora de alguna peli que se estrenará.
¿También has hecho cosas para teatro o danza?
Sí, para teatro he hecho alguna cosa, pero no ha quedado registro. Era in situ, era un live.
¿También tienes esa puerta abierta?
La verdad es que sí, esa conexión la veo. ∎