Una conversación de ascensor después de una fiesta, una habitación con luces rojas, una mesa de billar, alcohol, ceniceros llenos de colillas y chicas borrachas. La puesta en escena del vídeoclip de “Hong Kong”, el nuevo adelanto del disco de C. Tangana, nos remite al after en un hotel de un rockero trasnochado, un escenario manido que nos resulta familiar al haberlo visto con anterioridad en películas de Scorsese. Después del primer minuto se introduce el estribillo, que dice “tengo una flor en el culo y un camello en Hong Kong, tengo un cohete en el pantalón”, y podemos ver al cantante argentino haciendo el gesto de agarrarse el paquete. A los pocos minutos del release, la polémica estaba servida y las críticas en redes hacia el supuesto machismo de la letra y el videoclip no tardaron en llegar.
Una usuaria de Twitter expresaba así su rechazo a la canción: “QUE PUTO ASCO CALAMARO, QUE ASCO TANGANA QUE ASCOOOOOOOO !!! ES QUE LOS CISHETEROS NI UN DÍA SIN MENCIONAR SU RABO QUE ASCOOOOO QUE HORROR DE CANCIÓN LA ODIO!” (sic). Una apreciación cuanto menos curiosa cuando se podría poner la mano en el fuego porque uno de los términos más frecuentes entre las traperas femeninas, también cisheteras, es “pussy”. El presentador y escritor Quique Peinado también se llevaba las manos a la cabeza: “Calamaro agarrándose la polla y diciendo ‘tengo un cohete en el pantalón’. Vale que nosotros creciéramos con referentes de señores que daban tirria, pero que en 2021 estemos así…”.
La interpretación artística es cada vez más subjetiva: poco importa lo que quisiera decir el autor frente a lo que la sociedad interpreta a través de determinadas lecturas como la de género; y, si juntamos la frase con la pose de Calamaro agarrándose el paquete, no hay más que hablar. El mismo revisionismo que está censurando películas de Disney por racistas, descontextualizándolas históricamente, llega a los lugares más insospechados poniendo la lupa sobre las expresiones que representan, lo quieran o no, la cultura machista. Pero nada de esta polémica es casual y las pistas están en el propio video. Calamaro y C. Tangana son dos colegas que, en la fase de la borrachera de exaltación de la amistad, se abrazan, ríen y celebran su éxito. Como si fueran Bill Murray y Scarlett Johansson en un remake de “Lost In Traslation” grabado en la Castellana, le cantan al éxtasis de la fiesta, a lo romántico de los desamores de madrugada y a su posterior bajona. En un momento del videoclip, mientras la pareja de canallitas fuma y baila en la azotea del edificio, se escucha un fragmento de conversación en el que podemos oír a Calamaro decir “es mi letra más famosa (...) el cohete en el pantalón”, a lo que Tangana le contesta “me la has dado, es un regalo que me has hecho”. No se trata de un momento espontáneo ni de una licencia artística propia del videoclip, sino de un registro premeditado, un micro abierto sin despiste alguno para que quede constancia de que El Madrileño es consciente de lo que pretende provocar con la frase. No sería la primera vez que el artista va un paso por delante de las redes dejando material potencialmente polémico en sus vídeos o el contenido que sube a sus redes. La puesta en escena de “Los chikos de Madriz” comiendo palomitas de maíz (en referencia a Los Chikos del Maíz), aquella caída del videoclip de “Bien duro” o las fotos de promo de ese videoclip, que pronto se convirtieron en memes, en un ejercicio de lo que en el mundo del anime y el manga se denomina fan service: la inclusión de contenidos secundarios sin relevancia para la trama, pero que sirven de gancho para la creación de memes y polémicas.
Pero las reacciones se superan por momentos, llegando a tachar lo nuevo de Tangana de “violódromo”. No podía faltar una acusación en la línea de que todos los hombres son potenciales violadores y, si se agarran el paquete, probablemente lo sean. Pero ¿por qué la frase de Calamaro es la enésima expresión del heteropatriarcado mientras que Cardi B y Megan Thee Stallion cantando que “tienen el coño tan húmedo que vas a necesitar un cubo y una fregona” y “que pases por su coño tu nariz como si fuera una tarjeta de crédito” es empoderamiento?
“WAP” fue probablemente el himno de 2020 y demostró que no existen barreras que impidan la expresión relacionada con la libertad sexual y el placer de las mujeres de la forma más explícita posible –hace mucho que se superaron debates como el de si el twerking era feminista o no–, pero sigue sin haber un hueco para hablar de una simple erección, como si fuera el máximo exponente de lo grotesco y lo inadmisible.
Pero no podemos entrar a debatir sobre este doble rasero moral sin tener en cuenta previamente la historia de la mujer en el arte, que desde que logró imponerse ante la prohibición y el seudónimo ha estado constantemente expuesta ante la mirada condescendiente de la crítica masculina, que ha juzgado su talento tanto como ha concedido y aplaudido el atrevimiento y la experimentación como un eufemismo de la falta de talento de muchos artistas masculinos. Si en esa historia pensamos en concreto sobre la representación de la sexualidad, directamente no existía un lugar posible para que las artistas se expresaran. Cuando las Vulpess cantaron “Me gusta ser una zorra” en el programa musical “Caja de ritmos” de TVE en 1983 (el mismo año en el que Calamaro cantaba que “tenía un cohete en el pantalón”), el debate sobre la libertad de expresión y la sexualidad de la mujer en España saltó por los aires. La actuación terminó siendo objeto de un editorial a página completa del diario ‘ABC’, titulado “YA BASTA”, en mayúsculas, como quienes se indignan en Twitter. En él, se publicaba la letra de la canción y se acusaba a las artistas y al programa de haber “transgredido ampliamente los límites constitucionales”, de “transmitir un mensaje que degrada a la sociedad española, subleva al padre de familia, indigna al ciudadano responsable, quebranta la intimidad del hogar”.
Lo que no está bien es que en toda esta libertad sexual y expresiva, donde las críticas dirigidas a la vulgaridad o poca feminidad de las artistas están totalmente fuera de lugar, siga sin haber hueco para que los hombres hablen de su sexualidad desde el respeto. O al menos hombres mayores como Calamaro, “señoros” que representan la masculinidad tóxica que nada tienen que ver con Bad Bunny, al que le entusiasma hablar de sus relaciones sexuales, autor de algunas perlas que le buscaron intentos de cancelación como “ella es mi Lady Gaga yo su Bradley Cooper, ella se lo traga y me lo escupe” o “tás tan dura que hasta Ricky Martin quiere darte”, un “cumplido” homófobo que si lo dijera un albañil desde un andamio, ese arquetipo del machismo callejero, sería un cliché del machismo propio de una viñeta de Mortadelo y Filemón, pero que viniendo de Bad Bunny, contra todo pronóstico, logra mantenerle como un icono de la nueva masculinidad y cuenta con el beneplácito de la mayoría.
El problema con el caso de “Hong Kong” es puramente generacional, un choque cultural entre la era boomer de Calamaro y el público millennial y zeta de C. Tangana. Mediante la estrategia de mezclar la cultura popular y los artistas que han sonado toda la vida en los viajes en el coche de nuestros padres con una estética y un sonido contemporáneo, se crea una disonancia en la que cuesta encajar una canción de uno de los referentes de la vanguardia artística de nuestro país que mañana puede sonar en Los 40 y llenar las listas de Spotify, pero que genera polémica por el verso y el gesto machista de un señor que podría ser tu padre.
Casi cuarenta años después, el himno de las Vulpess sigue vigente como símbolo del empoderamiento femenino, y la frase del cohete en el pantalón tiene un significado radicalmente diferente, que si no ha provocado que se cancele a Calamaro es porque ya lo está, por taurino, por machista y por casposo. El crítico musical Víctor Lenore contestaba a aquel tweet de Quique Peinado diciendo que “la izquierda debe hacer las paces con las erecciones”. Es difícil sostener hoy en día que las expresiones masculinas de libertad sexual son producto del machismo, pero que las femeninas lo son a su vez de la liberación sexual y empoderamiento. Décadas de contenido artístico que denigraba a la mujer tienen hoy su efecto secundario, haciendo que las alertas salten con la misma sensibilidad, o incluso mayor, que las de los puritanos que consideraban que las Vulpess atentaban contra la Constitución y traspasaban los límites de lo tolerable. ∎