Paseando por Sevilla en los meses previos a este concierto, podían verse en las paredes los carteles de AC/DC confundidos entre los de todo tipo de bandas-tributo a artistas vivos o muertos. En estos tiempos distópicos en el negocio del rock, cada vez cuesta más distinguir lo original del simulacro. Bueno, dirán los fans más picajosos de los autores de “High Voltage” (1975) que esta banda es la genuina con muchas reservas si se tiene en cuenta que solo queda Angus Young de la formación original. Pero los dos llenazos en el Estadio de La Cartuja –el segundo concierto se celebra el 1 de junio– y el ambiente de Gran Acontecimiento que se vivía en las calles a lo largo del día da la razón a los no escépticos. Eso sí, nadie negará que, en escena, estos AC/DC vienen a ser, como tantas macrobandas de largo recorrido, un tributo a sí mismos, a su pasado, a su iconografía, a su valor como piezas de un museo de historia natural del rock.
Porque algo hay en estos conciertos de lucha contra el inexorable paso del tiempo, la decrepitud, una entropía que nos lleva a toda velocidad por una autopista tras la que nos estrellaremos en el infierno: el de la muerte o, peor todavía, el de la decadencia y la enfermedad. Confieso que me rompió el corazón el diagnóstico de demencia que apartó del grupo a Malcolm Young en 2014 (falleció tres años después) y que ver a su hermano Angus en acción es ponerse de frente ante lo sobrehumano. A sus 69 años, resulta entre grotesco y enternecedor verle enfundado en su uniforme de colegial, replicando los mismos tics de siempre, intentando hacer honor a su apellido aunque, en el fondo –o visto en las pantallas gigantes–, parezca el vivo retrato de Dorian Gray, un niño travieso ignorando su declive físico, en un acto casi más circense que musical, como el espectáculo de unos Harlem Globetrotters del rock agasajando al público con sus piruetas técnicas, con esos paseos por la pasarela mientras encadena sus punteos marca de la casa.
Porque, al final, nadie duda de que el fan de AC/DC no quiere sorpresas. Si paga cientos de euros y una noche de hotel en la cada vez más cara Sevilla para ir a ese concierto, es porque quiere presenciar el ritual de lo habitual. La última vez que cambiaron el guion y tuvieron que reemplazar por problemas auditivos al vocalista Brian Johnson por un bizarrísimo Axl Rose sentado en un trono –el 10 de mayo de 2016, en este mismo emplazamiento–, la mayoría de los seguidores se mostraron descontentos. Mejor la corriente continua que la alterna. Y, por todo eso, el “Power Up Tour” –aparentemente, gira de presentación de su decimoséptimo álbum, “Power Up” (2020), aunque solo tocaron un par de temas de él, que fueron recibidos con frialdad– viene a ser una reconciliación con los fans con aroma a despedida. Junto a los citados Brian Johnson y Angus Young, los dos iconos más reconocibles del grupo, el nuevo guitarrista introducido por pleno derecho familiar, Stevie Young (sobrino de Malcolm), y una remozada sección rítmica formada por Chris Chaney al bajo y Matt Laug a la batería. Los fans más metaleros, supongo, les perdonarán a ambos su pasado como músicos de acompañamiento de Alanis Morissette. Labor meramente funcionarial la de los tres recién llegados, parapetados y estáticos en la parte trasera del palco –guitarra rítmica y bajista solo daban unos pasitos adelante cuando tocaba hacer coros–, mientras que el cantante y el guitar hero se movían libremente por toda la superficie del escenario, asumiendo el protagonismo desde el minuto uno.
A partir de su ya clásica apertura con “If You Want Blood (You’ve Got It)”, fueron dosificando los momentos estrella en ese repertorio en el que todo parece perfectamente medido. “Back In Black” como segundo tema y, como quinto, “Thunderstruck”. A la altura de “Hells Bells”, una campana con el logo del grupo bajando del techo. Y aquí es cuando hay que recordar que en AC/ DC hay tanto de culto a la autenticidad rock como una parafernalia kitsch con la que, en cierto modo, se ríen de sí mismos. Solo así se puede entender que en los visuales que emergían en las pantallas hubiesen dado el visto bueno a imágenes como de fantasía heroica cutremente digitalizada, o a que en “Highway To Hell” –sobre la imagen de Angus, cuernos postizos en la cabeza– se sobreimpresionaran unas llamas que, más que las del averno, parecían de esos simuladores de chimeneas para televisores de plasma. Y, por supuesto, tampoco olvidemos la estrella del merchan, esos cuernos rojos tan horteras como de despedida de soltero heavy. Pero lo cierto es que dieron un especial efecto a la platea, como de estar todos a una, y también creo que este factor kitsch es una de las razones por las que había tantos niños con sus padres entre el público: les resulta un grupo divertido.
Hubo unos minutos –entre el 60 y 90 de concierto, aproximadamente– en que, salvo alguna excepción como “Dirty Deeds Done Dirt Cheap”, Brian y Angus parecían pasárselo mejor rockeando juntos en el escenario que un público ya como cansado y contemplativo. Las sonrisas de gozo del vocalista eran elocuentes en este sentido, en plan “no hay nada mejor que esto”. Pero la masa volvió al alirón celebratorio con las obligadas “You Shook Me All Night Long” y “Highway To Hell”, aunque la traca final se reservó para el lucimiento de Angus Forever Young. Primero, con “Whole Lotta Rosie” y luego con un litúrgico “Let There Be Rock” con el que dio una clase magistral a los del Golden Ring desde el glande de la pasarela, para subirse a una plataforma elevadora y eyacular confeti. Eso sí, el interminable solo que se marcó en la plataforma trasera del escenario después del primer orgasmo de guitarra eléctrica se hizo un poco bola.
Pero el manifiesto ya estaba entregado. Lo culminaron con el también habitual bis conformado por “T.N.T” y ese “For Those About To Rock (We Salute You)” con el que finalizaron –literalmente– a cañonazos. Aquello de “We ain’t no legend, ain’t no cause / We’re just living for today” perdió su sentido hace muchos años, pero en ese himno de autoafirmación y de celebración tribal se podía advertir el porqué de todo esto, del llenazo, del fervor colectivo. Aunque se vea nítida la tramoya, los trucos, o aunque uno no sintonice con ese lado más exhibicionista-onanista del rock, es difícil ser cínico y no admirar la entrega y la increíble energía que conserva Angus Young: un hombre que parece buscar su muerte en el escenario, caer sin parar de tocar la guitarra. El próximo sábado repetirán el mismo concierto en el mismo lugar, en la última de sus dos únicas fechas en la Península Ibérica. ∎