“Yo llegué a Barcelona cuando aún estaba estudiando periodismo en Madrid”. Porque Adriano Galante nació en Madrid, donde vivió hasta los 10 años. Luego su familia se trasladó a un pueblo en mitad de la nada de León. “Era el ‘far west’. Mi padre trabajaba en la RENFE. De hecho, toda la familia Galante era de ferroviarios”, explica.
Esto no es un cuento tallado en las formas del realismo mágico, es su vida. Adriano aún no era un adolescente cuando los Galante se instalaron en la estación de tren de un pueblito en León: “Estábamos en mitad del desierto”. No es una exageración. Insisto, no es un cuento. Es su vida. “Gente de León que conozco ahora, que viene del mundo de la cultura y del activismo político, me pregunta cómo pude vivir allí. Ese pueblo es el núcleo del fascismo. Estos amigos pasan de largo cuando van por ahí, porque la gente en ese pueblo es muy violenta”. Aquellos años marcaron su afiliación a una ideología que, lejos del panfletismo de barra de bar, ha marcado todo su trabajo artístico.
Más allá de la estampa rural idílica, para el pequeño Adriano aquellos fueron unos años duros: “Era como vivir dentro de la película ‘El desencanto’, de los Panero, que tan bien apuntala esta maldad tan ibérica”. Hartos de aquel clima hostil, tan pronto como les surgió la posibilidad los padres de Adriano se mudaron a Cataluña. Él se fue a Madrid a estudiar periodismo. Hasta que su madre lo convenció para que terminará la carrera en Barcelona: “Por aquel entonces yo no tocaba ni había estudiado música ni nada. Tocaba en plan casi de broma, en casa. Pero empecé a ir a ‘jam sessions’ y en una de estas conozco a un tipo que me da una tarjeta y me dice que quiere montar un grupo conmigo”.
De verdad, os lo prometo, esto no es un cuento, es la vida real de Adriano Galante: “El tipo, además, me dice que tiene un trabajo para mí”. El trabajo era formar parte de la banda de acompañamiento de una compañía de teatro. Ese misterioso mecenas le compra un bajo a Galante con el compromiso de que aprenda a tocarlo. Pocos meses después, Adriano estaba girando por escenarios de todo el mundo: “Fue algo muy loco: yo tocando el bajo, que no lo había hecho en mi vida, en grandes estadios de Suecia, en México, en Singapur… Fue como llegar a Barcelona y que Barcelona fuera el inicio de la música para mí”.
Trabajar en solitario –aunque no está solo, porque en “Toda una alegría” se hace acompañar de amigos y compañeros gremiales como Maria Arnal, Rita Payés, Pol Batlle, b1n0, Refree, Ana Tijoux, Lucía Fumero, Tarta Relena, Júlia Colom, las hermanas Judit y Meritxell Neddermann y la ya mentada Sílvia Pérez Cruz– ha permitido a Galante sentir esa libertad necesaria para distanciarse de las declinaciones utilizadas con Seward y navegar sin destino –pero con rumbo– por otros derroteros: “Con Seward hemos puesto siempre toda la carne en el asador. Siempre hemos arriesgado a todos los niveles, no solo en el musical o artístico, creativo y escénico, sino también en el de gestión. Hemos puesto en práctica la duda. No tememos, nos lanzamos a comprobar qué pasa si hacemos las cosas de una manera y qué pasa si las hacemos de otra. No nos movemos impulsados por la vanidad de querer hacer la pirueta más difícil, sino de encontrar respuesta a las inquietudes que nos mueven y que nos hacen preguntarnos cosas. A veces lo ponemos en práctica de manera más artística, a veces más empírica. Es un proceso complicado que requiere de un tiempo y de una disponibilidad. Y si esa disponibilidad no es colectiva y no está al alcance de la mano de los que formamos parte de Seward, hay que buscar alternativas en solitario”. Así ha nacido “Toda una alegría”.
Adriano Galante podría haber firmado este disco como Seward, pero dice que no hubiera sido honesto: “Hay muchos cantantes o artistas que hacen esto: saco un disco con el nombre del grupo con el que me he dado a conocer y aprovecho toda la gente que me sigue, que me escucha, y ya”. A él no le conmueve eso. Para él la música no es un lugar habitual. No es el restaurante favorito al que sueles ir a cenar. No es la playa a la que te gusta ir a bañarte cada verano: “Seward es un lugar que existe, que siempre estará ahí, pero el mundo es mucho más grande y hay más cosas por ver. No hay por qué estar siempre capitalizando todo en el mismo proyecto, y este disco ha salido como Adriano Galante porque lo necesitaba”.
Entre estas necesidades, una es primordial, pasar de cantar en inglés para hacerlo en castellano, algo con lo que venía experimentando desde hace años y que no se ha atrevido a materializar hasta ahora: “Siempre digo que canto en inglés por mi madre. Teníamos un tío que se exilió en Inglaterra en los sesenta durante el franquismo y mi madre se fue a vivir con él un tiempo. Para ella, aquellos años fueron superimportantes. De pequeño me hablaba en inglés cuando quería hablarme en secreto para que la gente no se enterara. El inglés se convirtió en algo muy nuestro. Además, ella no escuchaba música en castellano, sino a cantautoras inglesas y norteamericanas. Por contra, la familia de mi padre, los Galante, vienen de Cádiz, y él sí que escuchaba música en castellano, sobre todo flamenco, pero lo hacía siempre con los auriculares y, curiosamente, o tal vez por ello, sus vinilos no fueron referentes para mí. O no hasta ahora”. Ese giro idiomático le ha permitido realizar un viaje interior y descubrir una parte de él que hasta ahora desconocía: “Hacer mi disco me ha liberado para adentrarme en el legado de otros músicos, otros cantantes, otros tipos de letras. Y eso me ha dado confianza para probar otra manera de componer y otra manera de cantar también. Soy yo, pero a la vez es una manera de presentarme de nuevo, de decir que aquí empieza otro camino”.
“Toda una alegría” es un álbum conceptual, un tratado sobre la felicidad lejos de convencionalismos manidos. En realidad el disco en un principio no iba a ser un álbum, sino un single que iba a incluir dos canciones: “En los mares por los aires” y “Ser que sí”. Un single, un EP como máximo, que Adriano Galante iba a publicar junto a “Mediante”, el libro de poesía que en 2022 editó Arrebato Libros –el volumen 17 de su colección inédita “Preposicionarse” (2006–2029) y primero que ha visto la luz–: “Ya entonces la idea era que ese disco-libro se iba a llamar ‘Toda una alegría’, porque era toda una alegría haber hecho música de ese tipo, tan diferente a lo que había hecho siempre. Me gustó tanto la premisa que me dije que la aventura no podía quedarse solo en un EP”.
Fue entonces cuando se propuso explorar qué es la alegría, llegando a la conclusión de que puede ser una canción triste, una canción política o social: “Un disco alegre no tiene que ser bailable, tiene que ser bueno. Y por ahí ha ido toda la escritura de las canciones, y la grabación también. De hecho, algunos de los amigos que han colaborado se sorprendían cuando les mostraba las canciones. Les chocaba porque no eran alegres. Justamente ese era el objetivo. Eso era lo que quería”.
¿Y si este trabajo lo hubiera grabado pero hubiera quedado guardado en algún rincón de un disco duro extraíble sin que nadie lo hubiera podido escuchar?, ¿habría existido?, ¿habrías estado alegre?: “Sí. Aunque puede que de manera diferente. Es curioso, porque, desde que salió el disco, me siento diferente, incluso físicamente. Siento mi cuerpo de otra manera, como si hubiera renacido. Es una cosa muy extraña y tal vez demasiado mística, pero el momento que estoy viviendo es muy, muy, muy particular. Hay discos que son flores o canciones que son flores. Y hay discos que son árboles y necesitan un cuidado diferente. Para mí, este álbum es un árbol. Todavía no sé qué tipo de árbol es, lo sabremos cuando crezca”. ∎