La noticia de la muerte de David Bowie (1947-2016) impactó a lo grande. En el Rockdelux 347 (febrero 2016) le dedicamos un especial de 30 páginas para analizar los factores de su reinado en el mundo del pop. Esta playlist con sus 25 mejores canciones –en orden cronológico– seleccionadas por la redacción de Rockdelux acompañó el despliegue.
La BBC usó el primer hit de Bowie en la cobertura del alunizaje del Apolo 11, lo que no sabemos si fue una idea sensible, porque el Major Tom se quedaba varado en el espacio. Épica y semiorquestal, revela la pasión del artista por los musicales.
Aunque ahora se considere un clásico, en su día no se prestó gran atención a esta perla psicodélica sobre la búsqueda de la identidad. No fue un éxito hasta la versión de Lulu de 1974 (producida por Bowie); en 1993, Nirvana le dio otro empujón popular.
En esta optimista, valiente llamada a pasar de voces ajenas y seguir la propia, Bowie subrayaba tanto su autonomía como su adicción a la metamorfosis. Fue, significativamente, el último tema que cantó en vivo antes de su retiro de los escenarios.
Nadie sabe muy bien de qué habla, pero dice algo a todo el mundo. Es imposible no (tratar de) cantarla cuando suena. Su huella en la cultura pop es infinita; llegó a titular una gran serie de la BBC entre el drama policial y, claro, la ciencia ficción.
La canción más inmediata (e influyente) de un álbum de concepto (“Ziggy Stardust”) hecho para romper convenciones y abrir mentes. De ella hay mil versiones, pero pocas tan emotivas, sobre todo ahora, como la de Killian Mansfield, fallecido de un raro cáncer con 16 años.
Canción clave del personaje que convirtió a Bowie en estrella. Es tanto sobre Ziggy como sobre su propia banda, The Spiders From Mars, quienes planean vengarse de un líder con el ego desbordado. En 1982, Bauhaus la llevó con éxito del glam al goth rock.
Difícil saber en qué pensaban Mott The Hoople cuando rechazaron este tema de Bowie (aceptaron otro clásico: “All The Young Dudes”). La letra es críptica, pero la energía es fácil de absorber: canción ideal para prepararse para la fiesta o sublimarla.
Descrita por Bowie como un “bufé de Americana imaginada”, toma su inspiración del blues, pero, en particular, del blues según The Rolling Stones (esa armónica). El protagonista del tema fue creado, según parece, a imagen y semejanza de Iggy Pop.
A modo de adiós al glam, Bowie se marcó uno de los himnos definitivos del estilo, un hit de puño en alto (en gran parte, por ese riff stoniano) a favor de la ambigüedad: “Tienes a tu madre hecha un torbellino / No sabe si eres un chico o una chica”.
El triunfal tema titular de un disco infravalorado en su momento, por razones que cuesta discernir. Bowie se atrevía (y acertaba) con la apropiación del rhythm’n’blues de Filadelfia en este corte suntuoso, elevado por unos coros arreglados por Luther Vandross.
Pocas cosas bien dispuestas: riff funk impepinable de Carlos Alomar, la guitarra no menos brillante de Bowie y, quizá, sobre todo, esos coros icónicos (con John Lennon en las voces agudas); uno de los samples del clásico “Takeover” de Jay-Z.
Fue la engañosa puerta de entrada funk-soul al frío “Station To Station” (1976), vehículo krautrock para su último personaje, The Thin White Duke. Irresistible, también en el cover de James Murphy para “Mientras seamos jóvenes” (Noah Baumbach, 2014).
La canción más larga de Bowie: algo más de diez minutos. Y no se desaprovecha un nanosegundo. Empieza con el ruido de trenes cogiendo velocidad, sigue con una fase instrumental art rock y acaba en radiante emoción disco; no es la cocaína, es el amor.
“Low” (1977) es, desde el título, un disco sobre la depresión; el retrato de un hombre que huía de la coca y de sí mismo. Lo más interesante de este hito del álbum es el contraste entre forma (melodía alegre, guitarra soleada) y fondo (aislamiento).
Ahora se considera uno de sus hitos, si no Su Hito, pero en su día fue un fracaso. Extraño, porque sus elementos son adictivos: los sintetizadores de Eno, la guitarra con feedback de Robert Fripp y, sobre todo, una voz que pasa del murmullo a la locura.
Continuación de la trilogía de Major Tom iniciada con “Space Oddity” y finalizada, en 1996, con un remix de “Hallo Spaceboy” por Pet Shop Boys en el que Neil Tennant interpolaba versos del primer tema. Gran estructura melódica y sintes exultantes.
Bowie habló del tema como una continuación de “Dedicated Follower Of Fashion”, aquella clásica sátira de la moda y sus fieles a cargo de The Kinks. La moda no se lo tuvo en cuenta; es raro el diseñador importante que no ha hecho algo influido por Bowie.
Fue regrabada un año después para “Let’s Dance”, pero la versión superior es la primera, exuberante tema principal de “El beso de la pantera” (Paul Schrader, 1982). Quentin Tarantino la recuperó para una escena clave de “Malditos bastardos” (2009).
Canción pop bailable moderna pero clásica: su llamada-y-respuesta es un tributo a Little Richard. La dejaremos en intemporal. Fue banda sonora de imborrables carreras callejeras en “Mala sangre” (Leos Carax, 1986) y “Frances Ha” (Noah Baumbach, 2012).
El segundo número 1 de Bowie en USA tras “Fame” fue este funk-pop más estilizado y reluciente que, quizá, cualquier tema grabado por el genio hasta la fecha. Mejor en su single version que en la de siete minutos de álbum y 12”, incluía un gran solo de Stevie Ray Vaughan.
La relación de Bowie con la música de cine tiene grandes ejemplos como esta maravilla de pop sutilmente suntuoso (sofisti-pop) en alianza con el Pat Metheny Group. Fue tema principal de uno de los mejores filmes de John Schlesinger: “El juego del halcón” (1985).
Más Bowie de cine (en todos los sentidos): el tema principal de “Principiantes” (1986), la adaptación de Julien Temple del libro de Colin MacInnes sobre la vida londinense a finales de los cincuenta. Torch song de las que crean grupos, como Suede, posiblemente.
Su cumbre de los noventa apareció primero en “1. Outside” (1995), reunión con Brian Eno tras la trilogía de Berlín, pero entró realmente en el imaginario colectivo con su empleo en los créditos iniciales y finales de “Carretera perdida” (David Lynch, 1997).
La madurez es esto: rigor y elegancia en los arreglos, una mirada reflexiva sobre el pasado (en particular, sus días en Berlín), la emoción lograda sin aspavientos. Bowie no regresaba con una explosión, sino con una implosión; delicada e imperecedera.
Bowie le dijo a un músico suyo que iba sobre ISIS. También podría ser sobre la enfermedad: la “estrella negra” es un tipo de lesión cancerígena. Pero las canciones, el arte, no son misterios que deban “resolverse”. Mejor disfrutar de la ambigüedad y la belleza.