Siempre que se habla de él salen a relucir la juventud eterna, el regreso a la infancia, el Mediterráneo como forma de vida, la sempiterna bonhomía, el espíritu libertario y la joie de vivre a esta orilla del mar. Son visiones muy lógicas en el caso de Julio Bustamante (nacido Julio Balanzá en Valencia, en 1951), pero uno acaba teniendo la sensación, especialmente después de charlas como esta, de que algo se pierde en el camino tras tantos lugares comunes: hay una mayor carga de profundidad de la que a simple vista trasciende. Hay toda una filosofía.
La del músico que vive (básicamente) como le da la real gana porque es una opción vital que aborda hasta sus últimas consecuencias. La de quien compone como un acto curativo, una medicina. La de quien es consciente de que somos tan insignificantes que nos creemos que vamos camino de destruir el planeta cuando somos nosotros quienes estamos a punto de autodestruirnos. La de quien no valora demasiado lo material porque es rico en lo espiritual. Son cuestiones que asoman en la charla que mantengo con el veterano músico en una terraza del barrio valenciano donde vive desde hace dos décadas, Marxalenes.
Catorce álbumes en algo más de cuatro décadas dan la medida de este creador infatigable y singular, vértice esencial de lo que se dio en llamar “pop mediterráneo” a principios de los 80 junto a los también valencianos Remigi Palmero y Pep Laguarda, agraciado con múltiples reconocimientos en las dos últimas décadas por la prensa y la industria cultural valenciana –Premio de la ‘Cartelera’ del diario ‘Levante EMV’ en 1998, Premio Cartelera Turia en 2014, Premio de Honor de la Música Valenciana en 2020– y también por músicos mucho más jóvenes que le homenajearon con sendos conciertos en octubre de 2011 en Barcelona y en mayo de 2012 en Valencia: Fred i Son, Doble Pletina o Joan Colomo en la primera; Tórtel, Maronda, Néstor Mir o La Gran Alianza en la segunda.
Más allá de los reconocimientos, están discos como “Sueños emisarios” (El Volcán Música, 2022), a nombre de Julio Bustamante & Lavanda (que son Montse Azorín, Lucas Balanzá –su hijo–, Ferran Pardo, Andreu García y Antonio J. Iglesias, con las mezclas posteriores de Ferran Resines y Cristian Pallejà), para demostrar que su tintero está lejos de secarse, a cuatro décadas (y un año) de la publicación de “Cambrers” (Anec, 1981), su referencial debut. Él nos lo cuenta.
Primera mitad del disco antes de la pandemia y la segunda ya en confinamiento. Dos partes diferenciadas, ¿no?
En abril de 2019 teníamos ya nueve temas hechos con Montse, Andreu y Lucas, y durante la pandemia hice cinco más en casa. Mi hijo Lucas estaba entonces conmigo. A mí me vino bien para descansar. Llevábamos unos años de demasiado subidón, por lo menos para mi edad. La música siempre nos regenera a todos, pero el parón me vino bien. En noviembre de 2020 viajé solo a Santander y Logroño para dos bolos puntuales y me sentó muy bien la sensación de viajar únicamente con mi guitarra. Luego Ferran grabó los teclados conmigo y en casa de Antonio grabamos las percusiones que quedaban. Queríamos que el disco fuera más íntimo que los otros. Nuestras canciones siempre empiezan en el monte, en la casa de Chiva de Montse Azorín. No quisimos salir de esa sensación de tocar como en casa.
Se nota el tacto artesanal.
Sí, y también en canciones de discos anteriores como “València no s’acaba mai”, en la que se nota que Montse y yo cantamos en el mismo micro, aunque luego la acabaron Xema Fuertes y Caio Bellveser con Josh Rouse. Esa intimidad te puede salir en casa, pero estar en medio del monte le da más realismo. Y menos trascendencia.
Canciones concretas: “Jocelyn Rae”. He tenido que buscar en internet para saber que es una tenista británica.
Pues no lo sé. Se me apareció en sueños. Tiene huevos la cosa, apareció en medio de la niebla una mujer, no se la veía bien, y me dijo: “Hola, soy Jocelyn Rae; no sé quién soy, pero tampoco me importa”. Nunca supo qué rumbo tomar, ni le importaba. Me quedé flipado. Me dio mucha paz ese sueño. Fue muy liberador. La letra empieza cuando desperté del sueño, justo antes de amanecer.
Obviamente, has encontrado en los sueños otra fuente de inspiración.
Sí, sí, “Tizón”, la última del disco, es otro sueño completo, con frases directamente extraídas de ahí. “Somriure astut”, de “En el nombre del gato” (Comboi, 2014), también la soñé. Soñé la música y, como entonces no tenía el móvil para grabarlo, estuve todo el día cantándola para que no se me olvidara. En la playa escribí su letra. Supongo que a muchos artistas les pasa lo mismo.
Siempre he tenido la sensación, de todos modos, de que nunca has necesitado mucho para inspirarte. Ni grandes viajes ni experiencias extremas.
Las experiencias extremas ya las trae la vida. Por su cuenta. Siempre me ha gustado tener una idea y madurarla durante mucho tiempo, a menos que sean canciones-regalo como “Somriure astut”, “Jocelyn Rae” o “Tizón”. Soñar y estar despierto son dos caras de la misma moneda. Se viven ambos con la misma intensidad. No siempre puedes recordar los sueños y, por mi experiencia, suelen ser los que tienes cuando va a amanecer.
“Hombres prácticos” habla de esos tipos que “hacen una compra enorme para toda la semana, llenan el depósito a tope y se incorporan luego a la autopista los sábados por la tarde, y el dilema sobre si sus vidas se llenan de sentido o no, parece preocuparles poco, viendo cómo te miran cuando pasas a su lado”.
Es un poema de Karmelo Iribarren que leí hace un par de veranos en Altea. Escribe fácil y profundo. No tardé nada en hacer la música. Habla sobre la gente que hace de menos a los demás. El hijo pequeño de unos amigos dijo que le gusta mucho “porque es así como los mayores miran a los niños”. Con desdén. “Y es como los jóvenes miran a los mayores”, añadí yo. Es una canción muy esclarecedora.
Y además quizá está sobrevalorado todo aquello que tiene una consecuencia práctica en la vida, ¿no?
Efectivamente, también habla de eso. No es oro todo lo que reluce. Al revés, el oro puede ser una trampa mortal.
Como que la filosofía no sirve para nada, por ejemplo.
Y luego lo que nos salva es la filosofía y la religión, fíjate. La espiritualidad, más que la religión. Es lo que al final conservas. Y cuanto antes lo sepas, mejor. Vivimos en una sociedad esclavista, porque el norte sigue teniendo esclavizado al sur. No hemos salido del colonialismo. Con guerras para hacer grandes negocios. Y es un sistema que esclaviza a sus propios súbditos, un modo de vida que ha ido a más. Es triste. Y hay gente que dice que vamos a matar el planeta. Pero ¿qué dices? Si el planeta se ha regenerado millones de veces. Lo que vamos a acabar es con nuestra especie. Los árboles están siempre. Son nuestros bisabuelos. Sin ellos, no podríamos respirar. Yo estoy al aire libre siempre que puedo, hasta que me mata el frío.
“No hemos salido del colonialismo. Con guerras para hacer grandes negocios. Y es un sistema que esclaviza a sus propios súbditos, un modo de vida que ha ido a más. Es triste. Y hay gente que dice que vamos a matar el planeta. Pero ¿qué dices? Si el planeta se ha regenerado millones de veces. Lo que vamos a acabar es con nuestra especie”
Has rescatado “Una ensaimada considerable”, que grabaste hace ocho años con La Gran Alianza y era muy eléctrica.
También habla de esas cosas. Somos fans de La Gran Alianza y del poderío que tenían en directo Iván Vega y Vanessa Prado, pero queríamos hacerla tal como somos nosotros, aunque no lleguemos a su exuberancia. Dice muchas cosas. Lo de “donde hay beneficios sobran los principios, sin tener esclavos nadie se hace rico”. Lo sabemos, pero lo olvidamos.
En “París eres tú” entiendo que la ciudad es una metáfora de belleza.
Es una conclusión tras la pandemia: los grandes tesoros que tenemos son la gente. No el turismo ni la opulencia. Lo que más necesitamos es a los demás.
“Estatuas de piedra” tiene unos coros que recuerdan a los de “Walk On The Wild Side”, de Lou Reed.
Salió probando. Ya Montse me lo dijo. Recuerda, aunque las notas no tienen nada que ver. Mola poner un poco de desparpajo, por contraste con la letra, que es muy contundente.
El año pasado se cumplieron cuarenta años de “Cambrers”, tu primer disco. ¿Podías imaginarte entonces viviendo de la música tanto tiempo años después?
Siempre hemos sido muy del día a día, pese a que hayan pasado cuarenta años. Pero yo sí sabía que me iba a dedicar a la música como forma de vida. Como Pessoa, que decía eso de “ser poeta no es mi ambición, es una forma de que me dejen tranquilo” (risas).
Pero materialmente es una vida jodida, lo sabes.
Lo tomé más como una forma para salir de lo establecido, salir del sistema todo lo que pudiera. Además de que adoro la música, claro. Estar en contacto con ella es medicina pura. Para el que la hace, el que la escucha, el que la baila, para todo el mundo. Y tengo muchos amigos músicos de diferentes generaciones. Eso también sabía que iba a ser así.
Tocaste “Cambrers” entero a finales de mayo en el Centro Excursionista de Valencia, ¿no?
Sí, y tres canciones de “Entusiastas” (Chewaka-Virgin, 1998). Por el quinto aniversario del bar. Con Xema Fuertes y Caio Bellveser. Y con Fred i Son hice una pequeña gira por el 33º aniversario del disco. Me sorprendió que quisieran hacerlo, pero son excepcionales instrumentistas, no descubro América al decirlo, igual que Amadeo Moscardó al piano y Víctor Vila a la batería. Se lo sabían como si lo hubieran grabado ellos y fue muy emocionante porque la gente cantaba todas las canciones, hasta el punto de que no nos oíamos entre nosotros. Y con la atmósfera tan especial del Centro Excursionista, que es como la del Heliogàbal en Barcelona. Un referente.
“Cambrers” y “Entusiastas”. No es casualidad. ¿Son tus dos mejores discos o son los que la gente dice que son tus mejores discos?
No, yo no pienso en discos, yo pienso en canciones. Yo no digo “voy a hacer un disco así o asá”. Lo que pasa es que luego todo se reúne. Sigo haciendo canciones, es mi día a día. No tengo una idea tan clara como tiene la gente. Tampoco sabía que este disco iría sobre los sueños, pero todo cuadró. Es lo bueno de trabajar despacio. Yo estoy muy contento de canciones, más que de discos. Como “Sur del corazón”, “Mundo sereno”, “Hablando de Van Morrison” o “Avions”. Tal y como trabajo, podrían haber estado mezcladas con otras canciones en otros discos. Es deformación profesional. Canciones que se quedan fuera del disco anterior y salen luego en uno de los siguientes.
Pero no me dirás que a lo largo de cuarenta años no has sentido que tenías mejores rachas compositivas que otras.
Es que, como es una cosa de todos los días, siempre es igual. Es una manera de vivir. Sí que me he quedado alguna vez flasheado con canciones: volvemos a lo mismo. Con letras como las de “Mundo sereno” o “Hablando de Van Morrison”, que luego dices “¿cómo coño he escrito yo esto?”. Yo empiezo por el texto, escribo versos, como si fueran artículos, y con la letra de “Hablando de Van Morrison” pasaban los meses y no daba con el modo de hacer una canción con aquel galimatías que tenía escrito. Fue el propio Van Morrison el que me dio la solución: sin ningún tipo de prejuicio o de vergüenza me puse a imitarlo. Porque no hay otra. Si no, me quedaba demasiado sofisticado. Y eso me ayudó a hacer “Mundo sereno”. U otras canciones.
Eres de los pocos músicos valencianos que se distinguen por colaborar habitualmente con músicos mucho más jóvenes, que podrían ser tus hijos. En una escena tan discontinua como esta, con tan pocas conexiones intergeneracionales, llama mucho la atención.
Me siento muy afortunado. Podría no haber sido así, porque cuando vinieron Caio y Xema para tocar conmigo en lo que fue Maderita podría no haber salido bien. Pero conectamos. Siempre he estado muy abierto a todo lo que pasara. Hubo una temporada que estaba con mi grupo, que eran Montse, Lucas y Carlos Carrasco, con Maderita y con Fred i Son. Tenía 61 años y estaba tocando en tres grupos. No me lo hubiera imaginado nunca. Y para que veas el nivel de toda esta gente: así como con mis grupos yo sí llevaba la voz cantante, con ellos no era así, yo me fiaba para que dirigieran ellos la cosa. Era muy liberador dejar de ser Julio Bustamante y formar parte de un grupo.
¿Has aprendido más de ellos o ellos de ti?
Ambas cosas. Ellos dicen que han aprendido de mí, pero yo también de ellos.
¿Crees que tu carrera habría sido muy distinta si hubieras vivido fuera de Valencia?
Desde que tuve claro que quería dedicarme a la música, también tuve claro que quería seguir viviendo en Valencia. Estuve muchos años viviendo entre Madrid y Valencia, pero tener aquí a mi madre y a mi hijo ya eran razones suficientes para estar aquí.
¿Y como artista? ¿Te sientes igual de valorado en Valencia que en Barcelona o Madrid? Periodistas de Madrid te apoyaron desde un principio. Y en Barcelona fue donde te hicieron el primer concierto de homenaje. Luego vino el de Valencia.
Sí, me siento igual de valorado aquí que fuera. Estar en Valencia forma parte de mi manera de vivir, y siempre supe que habría gente que me comprendería. Ya de joven pensaba que todo lo demás eran planteamientos capitalistas, y hemos tenido suerte de tener los amigos y la familia que tenemos. Llevo veinte años en este barrio, Marxalenes, desde que falleció mi madre. Vivía en el centro de la ciudad, pero me compré una casa aquí y me gusta mucho este barrio porque urbanísticamente es de puta madre: está lleno de parques, de árboles, es tranquilo, está bien comunicado y hay gente llegada de todo el mundo. Yo ya era de los pocos valencianos cuando llegué. Siempre ha habido portugueses, andaluces, africanos, pakistaníes, hindúes, chinos... Muchas culturas y mucha tranquilidad. El mundo siempre ha crecido así, mezclando gente de todos los sitios. ∎