Los prolíficos Gizzard.
Los prolíficos Gizzard.

Entrevista

King Gizzard And The Lizard Wizard: siguiendo la pista de lo microtonal

Aprovechando el regreso a los escenarios de la banda australiana y la publicación de su álbum “L.W.”, quizá su revoltijo musical más variado hasta la fecha, hablamos con el teclista y armonicista Ambrose Kenny-Smith, uno de sus miembros fundamentales, sobre las turbulencias del año pasado y el proceso creativo que ha desembocado en esta nueva obra.

En 2010, un puñado de colegas que se habían conocido en los garitos de Melbourne se embarcaron en un proyecto musical de nombre pintoresco. Una década y dieciocho álbumes más tarde, King Gizzard And The Lizard Wizard se han convertido poco menos que en una institución de la música australiana; un grupo obstinadamente idiosincrático, poseedor de un universo lírico-musical propio (el llamado “gizzverse”) y artífice de una discografía torrencial y por lo visto inacabable, en la cual desguazan y reinventan la psicodelia, despatarrándola por una amplia gama de géneros y tonalidades. Ahora han regresado a un territorio relativamente conocido para ofrecernos “L.W.” (Flightless-Music As Usuual, 2021), sucesor de “K.G.” (Flightless, 2020) en la exploración de la afinación microtonal.

La irrupción de la COVID-19 en la escena musical ha exigido a los artistas reconsiderar su relación con los conciertos. En el caso de King Gizzard, un grupo notorio por sus directos, debe haber sido un golpe duro. ¿Cómo habéis enfocado estas tribulaciones?

Aunque evidentemente nos fascina el álbum como concepto, podría decirse que la piedra angular de nuestro grupo es girar y dar vida a esa música. Por eso mismo, siempre nos hemos interesado mucho en documentar los conciertos y mantener un archivo dentro de la medida de lo posible. Así, a principios de 2020 empezamos a editar en formato digital directos de la gira de “Infest The Rats’ Nest” (Flightless, 2019), además del filme “Chunky Shrapnel” (Flightless, 2020), donde intentamos canalizar la experiencia del directo colocando las cámaras sobre el escenario. Que la publicación de media docena de conciertos coincidiera con la imposibilidad total de hacer giras a lo largo del año ha sido algo bastante fortuito, pero espero que le haya amenizado la cuarentena a más de uno, a modo de placebo. En Australia, la situación parece que va mejorando, y en febrero pudimos realizar un bolo. Estamos muy agradecidos de poder volver al tajo y recuperar esa sensación mágica de poder perdernos sobre el escenario. Lo colgaremos en YouTube, visto que todavía no nos será posible girar fuera del país.

“En lo que se refiere a hábitos de grabación, es probable que la pandemia no nos haya afectado tanto como a otros”.
“En lo que se refiere a hábitos de grabación, es probable que la pandemia no nos haya afectado tanto como a otros”.

Rematando el tema COVID, ¿cómo dirías que ha afectado en la realización de los dos últimos álbumes, “K.G.” y “L.W.”?

Ha sido una experiencia peculiar, y hasta cierto punto tragicómica, el tener que pasarnos semanas enteras confinados en nuestras respectivas casas intentando resolver el rompecabezas de la composición final, identificando lo necesario o lo sobrante, y enviando arriba y abajo pedazos de temas grabados con medios caseros como el iPhone. Sin embargo, aunque la pandemia agravara esta situación, lo cierto es que siempre hemos sido una banda bastante digitalizada, y estas prácticas no nos son especialmente nuevas; muchas de nuestras canciones anteriores fueron fruto de este tipo de dinámicas. En lo que se refiere a hábitos de grabación, es probable que la pandemia no nos haya afectado tanto como a otros.

El eclecticismo es fundamental en la música de King Gizzard. ¿Serías capaz de describir de dónde surge?

Me resulta difícil explicar cómo o por qué nuestra música sale de la forma que sale, e incluso creo que no es necesario racionalizarlo demasiado. Es un proceso bastante indefinible, para nada sistemático, en el cual ideas dispersas –ya sean imágenes, letras, melodías o estructuras– llegan de orígenes distintos y, de algún modo, acaban cuajando, amalgamándose en las canciones. Creo que todos los de la banda tenemos una mentalidad abierta y nos gustan todo tipo de géneros. La filosofía de Stu, que en cierto modo es el cerebro del grupo, se puede resumir básicamente en hacer lo que nos dé la gana: esta es la naturaleza de la bestia. Como fans de la música en general, nos resulta lógico querer probar cosas distintas y, además, todos militamos en bandas hermanas, lo que suma a la diversidad sónica que traemos a Gizzard.

“Como fans de la música en general, nos resulta lógico querer probar cosas distintas y, además, todos militamos en bandas hermanas, lo que suma a la diversidad sónica que traemos a Gizzard”

Ambrose Kenny-Smith

Este interés por la exploración estilística os ha visto regresar, en los dos últimos álbumes, al concepto de la música microtonal. En la historia del rock occidental hay una tradición sustancial de bandas partiendo a la búsqueda de sonidos del este. En vuestro caso, ¿a qué se debe el interés recurrente en este tipo de composiciones?

En nuestro círculo siempre ha pululado una fascinación por las músicas procedentes de la India, el Oriente Medio, Anatolia, etc. Pero no hay nada orientalista en esta admiración, no creo que seamos usurpadores ni algo así. Más bien, a nivel compositivo nos parece absolutamente orgánico introducir sonidos microtonales en canciones de corte psicodélico o progresivo, algo que descubrimos con creces en “Flying Microtonal Banana” (Flightless, 2017). Desde entonces, el microtonalismo siempre se ha asomado esporádicamente por nuestros álbumes, pero a Stu se le quedó el gusanillo y nos pidió revisitar el concepto, rizar el rizo, mezclar más. Creo que la arquitectura de los temas resultantes refleja tanto este afán por experimentar como la grabación fragmentada en confinamiento que mencioné antes: por ejemplo, la adición de microtonos a canciones que son esencialmente doom metal, como “K.G.L.W.”, o boogie-funk, caso de “If Not Now, Then When?”.

En la mayoría de canciones de los dos últimos álbumes abundan instrumentaciones peculiares. Si bien habéis utilizado propiamente instrumentos como el sitar, hay sonidos que evocan el saz turco (“Straws In The Wind”) o los gamelanes javaneses (“See Me”), incluyendo una de las piezas de tu autoría, “Supreme Ascendancy”.

Está claro que los temas no pueden definirse como experimentales, pero sí son fruto de una experimentación voraz con los pedales de las guitarras o, en mi caso, con la configuración de mellotrones, wurlitzers u otros teclados. Está claro que el fácil acceso a herramientas de edición y producción ha convertido nuestros hogares en laboratorios. Aunque anteriormente había contribuido a otras canciones, “Supreme Ascendancy” es mi primera composición pura para la banda. Anclada en la palpitante batería elucubrada por Michael y condimentada por maestría con los arreglos de Stu, es una canción que trata sobre los abusos de poder que cometen aquellos en posiciones de autoridad, utilizando su supuesta legitimidad sagrada, ya sea política o religiosa. Por eso introduje irónicamente un órgano ominoso, para evocar un entorno eclesiástico.

“Hemos entablado una gran amistad y formado una familia sin perder nunca una actitud positiva”.
“Hemos entablado una gran amistad y formado una familia sin perder nunca una actitud positiva”.

De hecho, aunque a primera vista King Gizzard no parece una banda de denuncia, lo cierto es que vuestra música cuenta con un claro componente de protesta, especialmente en lo referente a temas ecológicos.

Supongo que, hasta cierto punto, el carácter fantasioso de nuestras canciones puede ocultar el hecho de que a veces hablamos de cosas que no son para nada distópicas. Hay mucho comentario medioambiental en nuestras letras. Nuestra misión no es exactamente concienciar a la gente, pero, dado que como individuos sí nos preocupan estos temas, como banda intentamos hacer lo posible para contribuir a campañas de este tipo. Por ejemplo, parte de los beneficios que obtengamos del último álbum irán destinados a un proyecto de revegetación de una zona del interior de la provincia de Victoria.

El humor es otra constante del grupo, tal como puede discernirse en vuestros conciertos y especialmente en los videoclips. ¿De dónde sale tanta jocosidad?

Creo que cualquier banda debe tomarse en serio solo hasta cierto punto. En nuestro caso, el humor es una inevitabilidad: si metes a un montón de tíos compartiendo un mismo espacio durante largos períodos –es decir, estando de gira– lo más natural es que surjan gilipolleces. Teniendo en cuenta el estrés serio que producen las grabaciones y los conciertos, las bromas y lo absurdo funcionan como mecanismos de alivio y, además, son una forma que tenemos de sacar a relucir nuestra personalidad.

Lleváis más de diez años compartiendo espacios e ideas. Retrospectivamente, ¿qué es lo que más has apreciado de esta década de militancia en King Gizzard?

Sonará a tópico, pero lo que más se agradece es haber podido compartir profesionalmente todo este tiempo con amigos. Es decir, me ha permitido crecer como músico, dedicarme a algo que me interesa y adquirir una ética de trabajo sólida estando rodeado de personas que considero intelectualmente afines. En resumen, viajar por el mundo con colegas haciendo lo que te apasiona. En nuestro caso, el hecho de estar “casados” con la banda no nos ha suscitado ningún drama personal grave. Hemos entablado una gran amistad y formado una familia sin perder nunca una actitud positiva, sin cansarnos demasiado los unos de los otros. Creo que nos sentimos bastante afortunados. ∎

Breve guía de álbumes para gizzheads en potencia

“I’m In Your Mind Fuzz”
(Flightless, 2014)

El quinto álbum de la banda es posiblemente su primera gran declaración sónica: sirviéndose de una portada espectral, una temática extravagante y una instrumentación rockera ortodoxa, logran condensar inteligentemente espíritu bluesero, contundencia garage, hipnosis kraut, sensibilidad pop y esencia psicodélica para evacuar tracas como “Cellophane”, un clásico de sus directos. Es aquí donde establecieron su pacto fáustico para obtener creatividad sin tope aparente.

“Quarters!”
(Flightless, 2015)

Tras haberse consolidado como serios artífices de temas contundentes, la banda optó por mostrar su lado más sosegado y juguetón con este puñado de jams de 10 minutos y 10 segundos. Canalizando la vertiente más jazzística del prog rock, estos cuatro paseos impresionistas oscilan entre la escena de Canterbury y la obra de Santana, dejándonos claro que en esta vida hay más que pogos y esguinces cervicales: a veces toca reclinarse y ensoñar las fluviales melodías de “The River”.

“Nonagon Infinity”
(Flightless, 2016)

Con el terreno sónico bien dispuesto por anteriores discos, llegó este álbum conceptual que los catapultaría a la fama en los circuitos de música alternativa. Esta obra, que contiene temas esenciales de su repertorio como “Robot Stop”, es la refinación del rock psicodélico abierto que habían propuesto hasta la fecha, y está estructuralmente diseñada como un bucle infinito: pistas que se conectan orgánicamente las unas con las otras, el final enlazando con el principio.

“Flying Microtonal Banana”
(Flightless, 2017)

En un 2017 ultraproductivo, editaron nada menos que cinco álbumes de índole diversa, siendo quizá este el más innovador. Tras haber tonteado anteriormente con la experimentación compositiva, aquí se lanzan de lleno a trastear con los instrumentos y despedazar los tonos tradicionales, obteniendo un sonido exótico a la vez que conmovedor, ya sea introduciendo sonidos como el zurna o reelaborando tonadas de Oriente Medio (véase la muy anatolia “Sleep Drifter”). ∎

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