Sade Sanchez, el cruce perfecto entre Hope Sandoval y Poison Ivy. Foto: Alfredo Arias
Sade Sanchez, el cruce perfecto entre Hope Sandoval y Poison Ivy. Foto: Alfredo Arias

Concierto

Los conjuros amorosos de L.A. WITCH

Los estertores del verano regalaron una noche de brujas a unos pocos elegidos que pudieron comprobar, el pasado viernes 12 de septiembre en la Sala B de Madrid –dentro del ciclo Mazo–, las virtudes que gastan las californianas L.A. WITCH, en gira europea que también registró escala en Barcelona al día siguiente. Los cofrades que se acercaron al local de Chamberí no pudieron más que rendirse a la evidencia ante el epatante y cautivador cóctel de dark wave, surf, garage, psicodelia y punk que despliega con rotundidad el combo angelino, que demuestra ser una de las sensaciones más sólidas del rock underground.

Hace unos días, convenía con mi amigo Joe Ramos, bajista de NitroPollo, que no concebíamos asistir a un concierto de rock más allá de las sudorosas paredes de un pequeño club de aforo reducido, donde se puede palpar y casi sentir la respiración de los músicos sobre el escenario. Una experiencia de comunión que eclipsa hasta el más llamativo de los festivales. Similar sensación planeó en la sala B, donde un pequeño grupúsculo de poco más de 150 almas presenciamos la liturgia del aquelarre sónico propiciado por L.A. WITCH. El trío californiano formado por la cantante y guitarrista Sade Sanchez –el cruce perfecto entre Hope Sandoval y Poison Ivy– más Irita Pai –un calco de Tsai Chin, Ling en “Solo se vive dos veces” (Lewis Gilbert, 1967)– y la batería Ellie English, reconvertido a cuarteto para el directo con la ayuda de Tara a la segunda guitarra y al teclado, exhibe sus mejores armas con un cóctel en el que la psicodelia, el lo-fi, el surf, el garage, el punk y el post-punk se alían para conseguir una fórmula que ni la más diabólica de las pócimas podría superar en plena era del reguetón.

 Pantagruélicas pedaleras y equipación de querencia vintage. Foto: Alfredo Arias
Pantagruélicas pedaleras y equipación de querencia vintage. Foto: Alfredo Arias

Empezar la velada con un tema como “Dark Horses” –perteneciente a su segundo largo, “Play With Fire” (2020), que con su poso fronterizo y de guitarras twang no desentonaría para nada en una película como “Abierto hasta el amanecer” (Robert Rodriguez, 1996)– auguraba altas cotas de satisfacción. Siguieron con “Kiss Me Deep”, con una cadencia y atmósfera propias de los Sonic Youth más melódicos: no parece casual que el tomo de memorias de Thurston Moore sea uno de los libros de cabecera de Sade en esta gira. El mantra de “Eyes Of Love”, con esos cadenciosos dibujos psicodélicos de guitarra, dio paso a “DOGGOD”, un juego de palabras entre sumisión y divinidad que da título a su radiante nuevo álbum, con un riff garagero que vira a guiños siniestros, acompañado del colchón de teclados de Tara. “Lost At Sea” derivó por derroteros acústicos y de querencia dream pop, con ese leitmotiv del amor obsesivo que planea en todos los cortes de su último trabajo. “Nunca pensé que una mirada me perseguiría. Sin ti, me siento perdida en el mar”, entonaba Sade, dejándose mecer con los ojos entornados. El recital elevó cotas de testosterona en su tramo medio. Así, “I Wanna Lose” nos puso en la piel de The Cramps y “Sexoresia” arrasó con su punk sin concesiones. No olvidemos que The Adolescents son una de las bandas favoritas de Sade. “I Hunt You Prey” rebajó momentáneamente el pistón de la intensidad con su opresiva oscuridad. El corte con el que abren fuego en “DOGGOD”, “Icicle”, nos llevó a terrenos más grunge, algo así como si 45 Grave colisionaran con Hole. “777” nos volvió a recordar el libro de estilo de Kim Gordon y sus secuaces en su faceta más amable. El arrebato punk surgió de nuevo con la corpulenta “True Believers”, uno de los números con más músculo e intensidad de la noche.

En la recta final atacaron los dos únicos temas de su ópera prima homónima que interpretaron: “Baby In Blue Jeans”, un corte de ensoñador surf que parece un híbrido entre Mazzy Star y Link Wray, y “Get Lost”, con trazas de un garage desarrapado y lánguido que se va encrespando en su tramo final. El tono dark wave de “SOS” volvió a mostrarnos la cara más melódica de las angelinas, con teclados que le imprimen una aureola pop. Sade anunció que el concierto daba término debido a que Tara no había preparado más repertorio, así que acabaron resolutivamente con “Starred”, una canción con una estética muy The Fall, trufada por unos sugerentes e incisivos solos de guitarras y capas de noise asilvestrado. Poco más de una hora para un show parco en palabras y presentaciones, con abundante reverb, delay y efectos propiciados por las pantagruélicas pedaleras y equipación de querencia vintage del grupo, como la llamativa guitarra Vox Bobcat V 90 que colgaba de los hombros de Sade Sanchez, una heroína que ha sabido conjugar como nadie la esencia genuina de un género todavía en alza, como es el rock sin paliativos. ∎

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