El mito Metallica se mantiene. Foto: Alfredo Arias
El mito Metallica se mantiene. Foto: Alfredo Arias

Concierto

Metallica, maestros titiriteros

Metallica regresaron a Madrid –12 y 14 de julio, Estadio Cívitas Metropolitano– con un repertorio cargado de clásicos, con un formato circular que funciona a medias y en un recinto que debería sonar mejor.

Camiseta negra, pantalón vaquero pitillo y zapatillas de deporte. El uniforme heavy por excelencia. Era lo que pensaba que sería la tónica en el concierto de Metallica en 2024 porque era lo que vestía el noventa por ciento de quienes estuvimos en 1999 en Festimad la primera vez que los vi en directo. Pero, claro, hace tanto de aquello que a muchos les ha dado tiempo a sumar kilos, a restar pelo, a tener hijos y a cambiar radicalmente en general. Son las cosas de la vida y se notan en un alto porcentaje del público de esta noche. También ha pasado el tiempo por nuestros protagonistas. Cuando tenía 14 años y sus caras tapizaban las paredes de mi habitación, tenían melenas imponentes, pero hoy lucen canas y entradas. El paso del tiempo es inexorable y cruel, pero aquí estamos una vez más para rendir pleitesía al rock’n’roll, para cabalgar a lomos de algunos de los himnos más universales de la historia del heavy metal. Y da igual que James Hetfield, guitarra y cantante, luzca ya profundas arrugas y pelo canoso y corto, que Lars Ulrich, batería, lleve ya gorra de manera obligada e insista en portar un triste palillo colgado del labio, que Kirk Hammett, el guitarra solista, parezca haber asumido definitivamente su papel secundario en la banda y que Robert Trujillo, el imponente bajista, siga pareciendo el recién llegado pese a llevar ya veintiún años en el grupo. Son Metallica y molan.

Antes de que el cuarteto protagonista entre en acción, Mammoth WVH, el grupo del hijo de Eddie Van Halen, desplegaron su arte con toneladas de metal y aún escasísimo público. Después, los ingleses Architects ofrecieron un concierto intenso y potente ante un puñado de fieles que iban accediendo poco a poco al recinto. Pero es cuando Metallica salen a escena, pasados diez minutos de su hora prevista, cuando el público enloquece de verdad. Suena “It’s A Long Way To The Top (If You Wanna Rock And Roll)” de AC/ DC mientras salen al escenario en forma de dónut arropados por gritos de histeria y alegría. Por supuesto, después escuchamos a Ennio Morricone con el tema central de la banda sonora de “El bueno, el feo y el malo”, como es habitual desde hace décadas en sus conciertos. El clamor del público es ya ensordecedor, pero el sonido del concierto aún dejará mucho que desear. El eco del recinto es difícil de sortear y los técnicos deben de estar sudando tinta para corregirlo. Mientras tratan de domar a las ondas sonoras, suenan primero “Creeping Death” y después “Harvester Of Sorrow”, que calientan el ambiente mientras el grupo pone todo de su parte para contentar al público con acercamientos físicos a las primeras filas.

 James Hetfield, el rey de la pista. Foto: Alfredo Arias
James Hetfield, el rey de la pista. Foto: Alfredo Arias
Una vista panorámica de la pista da una visión un tanto desangelada de algunas zonas, más vacías de lo que cabría esperar. Quizá la contraprogramación frente a Mad Cool haya tenido algo que ver. Quizá no. Quién sabe. Por aquí el show avanza por los derroteros esperados, con contadas paradas en sus discos más recientes y algún intento un tanto forzado por agradar al público español como es “Sangría Brain”, la “canción” que Trujillo presenta como una composición que han escrito especialmente para Madrid y cuya interpretación junto a la guitarra de Kirk Hammett, mientras Ulrich y Hetfield toman aliento fuera del escenario, nos deja con la seria duda de si alguna vez la escucharemos en algún disco de Metallica. Apuesto a que no.

Cansado de escuchar el sonido con un rebote tal que me impide disfrutar del concierto, decido probar suerte y usar mis dotes de persuasión para cambiar de zona. Por suerte, logro acceder a una más cercana a la pista y bastante más amable con el sonido. Este ya no es infame, y aunque aunque sigue sin ser bueno sí es tolerable. Aquí escucho “The Day That Never Comes”, “Shadows Follows” y “Orion”. Este instrumental, que aquí no interpretan completo, es probablemente la mejor canción de todo su repertorio. Al finalizar, Hetfield remata con un “miss you, Cliff”. Aún hoy, casi cuarenta años después, se acuerdan de Cliff Burton, primer bajista del grupo, fallecido en un traumático accidente en mitad de una gira y uno de los miembros de la banda más queridos por sus seguidores de siempre.

Antes de estas dos últimas canciones mencionadas hay una ligera variación de set. Lars Ulrich cambia de batería y el resto de miembros del grupo hacen lo propio con su ubicación para reunirse en una de las zonas centrales del escenario circular para que todo el público pueda verlos por igual. Hay algo mecánico que se deja entrever en toda esta coreografía pero, aún así, se agradece. A estas alturas del concierto, la cerveza comienza a hacer estragos en buenas parte del público. Porque un concierto de metal sin cerveza no es un verdadero concierto de metal.

Buscando el centro de gravedad. Foto: Alfredo Arias
Buscando el centro de gravedad. Foto: Alfredo Arias
Con “Nothing Else Matters”, que suena a continuación, el público se vuelve loco. El estadio se ilumina con miles de luces de teléfonos móviles grabando el momento y el recinto entero canta al unísono buena parte de la letra. Hay aquí una comunión excepcional entre público y artistas, y eso hay que celebrarlo, pero que una balada sea la canción más aplaudida de la noche dice muchas cosas que darían para una reflexión que no cabe en estas pocas líneas.

“Sad But True” pone otra vez las cosas en su sitio. Es puro sonido heavy pesado. Pero para heavy old school, la que llega inmediatamente después: “Battery”, uno de los clásicos más populares del grupo. Pura adrenalina sónica que aún hoy sigue funcionando a la perfección. Con “Fuel”, que suena después, pasa tres cuartos de lo mismo. Incluso “72 seasons”, de su último disco, encaja a la perfección entre semejantes clásicos. La descarga final sigue con “Seek And Destroy” y una “Master Of Puppets” con la que se despiden del público madrileño en la primera de sus dos citas de este año, sin bis ni minutos de demora; repitieron ayer domingo.

Tras el concierto, la sensación general para quien escribe es agridulce. Metallica son una banda clásica del heavy rock, con un repertorio imprescindible que va mucho más allá del thrash metal que los vio nacer para convertirse en clásicos del rock en general. Además, aún editan discos con nuevas canciones que les confieren vigencia y una continuidad que mantienen de manera más que digna. Pero el espacio, tan grande y frío como carente de buena acústica, no es el idóneo para un espectáculo como el que los californianos están ofreciendo en la actualidad. El escenario circular en forma de dónut donde se desarrolla todo el concierto, totalmente desprovisto de amplificadores, monitores y demás parafernalia técnica y estética propia de una actuación en vivo, resulta demasiado frío. Resta emoción a lo que podría ser una comunión entre banda y público mucho más directa. Siguen siendo reyes en lo suyo, pero apuesto lo que sea a que se les disfrutaría cien veces más en otro tipo de recinto. ∎

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