El festival MIRA ha construido un monolito identitario desde su irrupción en la Fàbrica Fabra i Coats en el ya lejano 2011. Un espíritu que logró conservar en su traspaso a Fira Montjüic gracias a un programa selecto, acogiendo nombres de mayor envergadura en cada nueva edición pero sin descuidar el talento en ciernes ni las propuestas más arriesgadas. Otra de sus máximas, intacta a lo largo de estos trece años de andadura, fue reducir la saturación tan propia de los festivales de mayor formato. Una apuesta firme con la que los organizadores evitan el FOMO para trazar así un único itinerario. Todo ello canalizado a través de una logística de escenarios y servicios accesible y controlada. Navegar por su propuesta siempre había resultado un deleite en tiempos de urgencia y macroconsumo.
Sin embargo el pasado viernes, con las entradas agotadas por el poder de convocatoria de Bicep, el festival descuidó ese gen identitario tan reconocido por sus asistentes, abriendo pequeñas fisuras que fueron percibidas entre los más fieles con cierto temor. El primer signo de alerta ante este crecimiento, que se había absorbido siempre con medidor, fueron las colas que se produjeron en el cambio de acceso al recinto. También desconcertó el cambio de emplazamiento del escenario secundario. Así como el principal no ha variado su ubicación, el escenario DICE sufrió un desplazamiento de coordenadas que no terminó por absorber con eficiencia las necesidades asignadas. Su único acceso no fluyó del todo. Tampoco ayudaron los despreocupados que se ponían a charlar en las zonas de mayor afluencia. Ni la propia sonoridad, ni las escaleras, rampas y mobiliario no óptimo para festivales nocturnos hicieron de este el lugar soñado. Y tampoco contribuía la escasa ventilación de un espacio de techos bajos. Curiosamente el respeto de una de sus máximas, evitar solapamientos dolorosos, jugó a la contra en esta primera jornada de afluencia desmedida en comparación con otras ediciones. Que no hubiera alternativa a Bicep dificultó seguir como correspondía su show, el sonido en las zonas alejadas del escenario fue bastante deficiente, así como pequeñas aglomeraciones a la entrada y salida de este.
Pequeñas erosiones que se suavizaron en la jornada del sábado con una asistencia menor que en la jornada anterior, en la que el festival recuperó su aspecto más lustroso para regocijo de los más fieles. En lo musical, la programación volvió a encontrar un punto de equilibrio deseado entre propuestas asentadas y formatos arriesgados. El público pudo deleitarse con veteranos de la escena, descubrir nuevas voces, bailar hasta la extenuación, así como experimentar el amplio rango de instalaciones visuales e inmersivas que poblaban, como de costumbre, distintos puntos del recinto.