El 7 de octubre pasado, los noticiarios de Seattle informaron sobre el insólito robo que la banda Spirits Of The Beehive sufrió. Se llevaron la furgo y el tráiler con que giraban por Estados Unidos. Esa mañana, el trío de Filadelfia despertó para descubrir que los vehículos habían desaparecido junto a todos sus equipos y merch. Durante la jornada, la policía logró recuperar la furgoneta completamente vacía. Horas más tarde, la volvieron a robar.
La historia fue seguida de cerca desde Estocolmo, Suecia, por Rhys Edwards, guitarrista y vocalista de Ulrika Spacek. La banda con base en Londres que completan el guitarrista Rhys Jenkins, el guitarrista y teclista Joseph Stone, el bajista Syd Kemp y el batería Callum Brown acaba de terminar su tercera gira por Norteamérica, que incluyó fechas en Estados Unidos, Canadá y –por primera vez– México, a las que se dirigieron justamente en una furgo y un tráiler.
Cada noche, entre shows, paradas en comedores tipo “Pulp Fiction” y moteles al estilo “No es país para viejos”, la cabeza de Edwards se dirigía a un pensamiento: que Ulrika pudiera terminar engrosando el triste listado de bandas que, como Sonic Youth en 1999, sufren el robo de sus equipos. “En la Costa Oeste hay un gran problema, porque bandas delictivas están siguiendo a músicos de gira para robar sus equipos. Sentíamos que cada noche teníamos un cincuenta por ciento de posibilidades de que nos pasara algo así. Fue agotador, pero tuvimos suerte”, relata.
Más allá de la paranoia atizada por la amenaza latente, Edwards dice que fue una buena gira. Entre otros hitos, la banda tuvo su primera presentación frente a un público latino y grabó una sesión para la legendaria emisora de Seattle que, desde finales de los ochenta, ha servido de impulso para músicos independientes. De Nirvana a quién sabe… ¿Ulrika Spacek, quizá? “Vemos muchas sesiones de KEXP, es un lugar increíble para una banda en vivo. Hasta ahora no habíamos tenido una plataforma como esa. Pero eso es algo en lo que no se puede pensar mientras se está grabando, porque se te mete en la cabeza”, cuenta entre risas.
Este año, Ulrika Spacek cumple su primer decenio de vida, tiempo en el que ha registrado tres discos de estudio, un EP, un single de siete pulgadas y un álbum en vivo recientemente editado. Un trabajo hecho desde la independencia y la autogestión, que ha suscitado buenas críticas pero que, sin embargo, no ha sido suficiente para dar el salto a ligas mayores.
Lo cierto es que la banda inglesa, fundada esencialmente por cinco amigos de la adolescencia –y que fusiona los nombres de la alemana Ulrike Meinhof, fundadora de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), con el apellido de la actriz estadounidense Sissy Spacek–, es una de esas agrupaciones que, cuando estaba en pleno ascenso, se vino abajo por las crisis internas, el infortunio y, cómo no, la pandemia del COVID.
Su tercer y último álbum en estudio, “Compact Trauma” (Tough Love, 2023), pudo terminar siendo un repositorio de las tensiones internas y externas que afectaron a la banda a partir de 2018, si es que no el punto final de esta. Pero en cambio es testimonio de la fortaleza, capacidad de regeneración y tolerancia a la frustración que posee el conjunto. Elementos clave para la trascendencia de un proyecto que se mueve por un camino tan incierto –y a ratos hostil– como el de la música.
A comienzos de 2014, Rhys Edwards vivía en Berlín junto a su amigo Rhys Williams. Los Rhys no solo compartían gustos musicales, sino que habían participado como guitarristas en proyectos que pasaron de un gran entusiasmo inicial al olvido. Lejos de quitarles el sueño, la experiencia echó más leña a la ambición. En una noche, particularmente inspirada, el dúo armó el proyecto, lo bautizaron Ulrika Spacek –muy acorde con la feminidad que transmite– y compusieron lo que se suponía sería su primer EP.
Viajaron a Londres, donde reclutaron a Joseph Stone y al bajista Ben White, ambos viejos compañeros de escuela y de bandas de Edwards; y también a Callum Brown. El grupo hizo base en una vieja galería de arte llamada KEN, que reconvirtieron en su hogar y en el estudio en el que grabarían la mayor parte de su discografía.
KEN era para Ulrika Spacek algo así como el Inner Space para CAN; ensayos y grabaciones cuando y a la hora que quisieran. Y la convivencia motivó el virtuosismo de la banda. La idea de original de un EP de debut devino en “The Album Paranoia”, trabajo de diez canciones sólidas de rock alternativo en clave años 2000, que dan espacio suficiente para que tres guitarras inspiradas en la química de Tom Verlaine y Richard Lloyd se avengan con una electrónica ambient y la persistencia kraut con resultados psicodélicos. La fina voz de Edwards, filtrada entre reverbs y delays, le da una pátina extra de musicalidad. El álbum se publicó en febrero de 2016, con ediciones físicas en Estados Unidos por parte de Lefse Records y Europa a través de Love Tough Records. Este último, un sello indie inglés con el que la banda trabaja hasta hoy.
En junio de 2017 llegó “Modern English Decoration”, álbum que consolida la línea de sonido del grupo, esta vez aportando mayor grano a través del fuzz en las guitarras, lo que motivó la denominación de art rock por parte de algunos medios. Acto seguido, en abril de 2018, se estrenó “Suggestive Listening”, EP que incluye “Freudian Slip”, canción ineludible en los shows de la banda.
El desarrollo de estas producciones configura la estética, filosofía y metodología de trabajo de Ulrika Spacek. Minimalismo, cinematografía retro y geometría, en lo primero; independencia, autogestión y el lema “uno para todos y todos para uno”, en lo segundo, y el collage, en lo tercero. “Nunca hemos sido una banda de cinco tipos componiendo en la misma pieza, no somos de ‘jams’. Trabajamos en parejas y pensando mucho cada sección. Treinta segundos de una canción nos puede tomar cinco meses de trabajo”, cuenta Edwards.
Aprovechando los beneficios de la tecnología, Ulrika Spacek hace uso de la nube para el trabajo a distancia. En una carpeta Dropbox acumulan ideas como si se trataran de recortes de canción que, luego, ponen en su lugar, como un collage. “Creo que es una forma de trabajar interesante, porque muchas cosas vienen de lugares distintos”, describe el vocalista. Edwards reconoce que tras “The Album Paranoia”, cuya composición les resultó sumamente sencilla, cada trabajo se les hizo como una “montaña” que debían escalar. Algo difícil de juzgar, considerando que en dos años publicaron tres producciones. Pero, luego, pasaron seis años hasta el lanzamiento de “Compact Trauma”. Un lapso que en la era de lo instantáneo parece una eternidad y que puede resultar mortal para la supervivencia de una banda independiente. ¿Qué pasó? Edwards lo explica con una analogía: “Actualmente, uno termina un disco y todo el mundo dice ‘eso estuvo bien, pero ¿cuándo llega el siguiente?’. Es como estar en un tren de alta velocidad, constantemente de gira y haciendo discos. Cuando el tren se detiene en una estación y las puertas se abren, algunas personas corren por sus vidas. Y es muy entendible, porque hay una vida fuera de Ulrika. Y si eres infeliz, tienes problemas de drogas o con el alcohol, es mejor cuidarse”.
En 2018, cuando Ulrika Spacek iba por la mitad de la composición de “Compact Trauma”, el propietario de KEN les reclamó el espacio. En un momento perdieron su hogar y estudio de grabación. Fue entonces cuando las tensiones internas latentes se convirtieron en una verdadera crisis. Cada miembro debió buscar un nuevo lugar para dormir. Rhys Williams y Ben White decidieron abandonar la banda. Edwards, que no tenía dónde caer, optó por irse junto a su novia sueca a Estocolmo, en un cambio temporal que se ha prolongado. En ese momento decidieron poner pausa al proyecto y entregarse a lo que llamaron un autoexilio. “No éramos felices. Se suponía que la pausa sería por un año, pero luego llegó la pandemia. De los seis años que duró, dos y medio fueron forzados porque no podíamos estar juntos”, explica Edwards.
El autoexilio cortó la racha creativa que les estaba permitiendo tomar altura a nivel internacional: Ulrika Spacek se insertaba en circuitos de festivales como Levitation y Desert Daze, compartiendo cartel con bandas como Kikagaku Mojo, King Gizzard And The Lizard Wizard y Tame Impala. Sin embargo, el tiempo fue bien aprovechado por cada integrante. “Creo que es bueno para una banda pulsar pausa de vez en cuando”, dice Edwards. “Yo aproveché para hacer mis discos –los excelentes “Flickering I” (2022) y “The Foreign Department” (2024), bajo el seudónimo Astrel K– y otros miembros de la banda colaboraron con otras personas, y creo que eso nos ayudó a volver con mayor perspectiva”.
Cuando Ulrika Spacek se rencuentra, en 2022, lo hace con dos nuevos miembros en las filas: Adam Beach (luego sustituido por Rhys Jenkins) y Syd Kemp. Este último, un viejo conocido de la casa: es también el productor de la banda y su currículo lo asocia a artistas de la talla de Thurston Moore, The Horrors o Vanishing Twin, entre otros. Según Edwards, la pausa semiforzada fue un “respiro” para la banda que, entre otras cosas, sirvió para examinar el avance de “Compact Trauma”, identificar lo bueno y lo malo de este y trabajarlo con mayor precisión y mejor ambiente. El resultado se pudo apreciar en marzo de 2023, cuando finalmente se estrenó el álbum. Al igual que sus predecesores, el disco está compuesto por diez canciones cargadas de guitarras “agresivamente limpias”, como describe Edwards, que hilvanan exquisitas texturas acolchadas sobre samples, sintetizadores y juegos rítmicos geométricos, trazando laberintos que, como recuerdos que van y vuelven en la memoria, llevan permanentemente a loops y nuevas salidas.
Una de las mayores preocupaciones de la banda durante la composición del disco era que se sentían encajonados en el mundo sonoro que habían creado y, por ende, corrían el riesgo de repetirse o, peor aún, caricaturizarse. Sin embargo, “Compact Trauma” muestra una ampliación de recursos y sonidos propios de una maduración forjada desde la autoconciencia.
Las letras de Edwards se mueven entre el dolor y su subjetividad, las crisis existenciales, la angustia, el pánico y la paranoia. “Soy yo hablándole a mi subconsciente, que me quiere joder”, sintetiza. Lejos de la catarsis y los efectos terapéuticos de la música, Edwards se embrolla en la compulsión y la obsesividad por armar un puzle en que las piezas que faltan son motivo de insomnio. De ahí que no vea con malos ojos las pausas.
Tras el retorno desde Norteamérica, la banda tiene unas semanas de descanso antes de retomar la composición de un nuevo álbum que, según Edwards, ya tiene medio camino avanzado. Con aire renovado, el trabajo fluye como en los viejos tiempos. “Parecido a cómo fue con ‘The Album Paranoia’. La mayoría de las bandas se habrían separado por todo lo que pasamos. Por eso sé que tenemos una muy buena base”, comenta.
Sobre qué esperar del nuevo material, afirma esto: “Estoy convencido de que el primer álbum de una banda es como su ‘blueprint’, y estamos en un punto en que podemos tomarnos como referencia y eso es divertido. Están las guitarras, el ambient y la electrónica, pero buscamos nuevos recursos porque los viejos ya no sirven”. El reconocimiento llegará con el tiempo, lo cree firmemente. En cierta medida, así fue también para sus bandas favoritas: Television, The Velvet Underground, CAN, Duster. “Mientras tengamos vinilos en las tiendas, estaremos felices. Es difícil llegar a todos lados, pero supongo que somos el tipo de banda de culto en la que siempre soñé estar”, concluye. ∎