Hasta hace poco tiempo, el nombre de Yerai Cortés era solo conocido por los entendidos del flamenco. Un guitarrista joven (29 años), dotado de un estilo muy particular –elegante, sutil–, de cierto renombre en el mundillo por actuaciones en tablaos y teatros y colaboraciones con diversos cantaores. Desde hace unos meses, sin embargo, se ha convertido en un personaje semipopular entre los aficionados a todo tipo de música y al cine, vuelco debido a la película “La guitarra flamenca de Yerai Cortés” (2024), dirigida y producida por un artista a priori alejado de su esfera, como C. Tangana (Yerai participó en el “Sin cantar ni afinar tour” que trasladaba al directo “El Madrileño”).
¿Cómo es que un filme que tiene tanto de documental como de cinta de misterio ha puesto el foco de atención sobre este músico? La historia que narra, la suya, la de su familia y la de su pareja, causa en el espectador verdadero impacto. Mismo efecto tuvo en Antón Álvarez, quien tras escucharla de labios de su protagonista en una fiesta, decidió poner su ingenio y los medios a su alcance para que todo el mundo la conociera.
Su intriga aconseja no desvelar la trama. Diremos, no obstante, que Cortés es hijo de padres separados que evitan verse, y su obsesión es conocer el verdadero origen de una mujer fallecida muy cercana (Tania). Las secuencias revelan intimidad atroz. Como subtrama, el oscilar del arte de Cortés, excelentemente reflejado en actuaciones callejeras de imagen potente y sonido superlativo, entre la tradición más pura del colectivo gitano y la modernidad de su vida en Madrid. Los temas que aparecen en la película componen el disco “LA GUITARRA FLAMENCA DE YERAI CORTÉS” (Sony, 2024), que no es exactamente una banda sonora, sino una grabación en directo en la que el guitarrista, en escenas aparentemente cotidianas, se rodea de figuras como Remedios Amaya, La Tana o Farruquito.
Sentado a la mesa de una cafetería hípster situada justo enfrente de la casa donde vive en el centro de la capital, reconoce que hacer justicia a la memoria de esa enigmática mujer ha sido el objetivo de todo este batiburrillo de cosas. “Es el motor, por ella hago esta película, este disco, estas canciones”, explica. “Por ella me expongo tanto. Era un secreto necesario de contar, para mí y para mi familia; de no ser así, no podría haber hecho una película de desatar nudos. He debido introducirme dentro de mí, de esos nudos que todos tenemos y a los que resulta difícil acceder sin que duela. Causa mucho vértigo; da miedo rascar en sitios donde sabes que te va a doler”.
La gestación del proyecto parece fruto de un “sujétame el cubata” en una parranda entre amigos. Llama la atención que lo que pudo haber sido una loca idea noctámbula de las que se disuelven con el despuntar del día se haya llevado a la práctica tan intensamente. Los miedos, en cualquier caso, han estado ahí. “Claro”, añade Cortés. “Es impensable hacer esto y tener las cosas claras. Sentía un impulso: voy para allá, voy a hacerlo y luego veremos cómo salimos, pero debe ser contado”.
Las pesquisas sobre Tania llevaron a otros nudos, como “la relación con mis padres, ese desencadenamiento que hemos hecho en la familia, que ha sido una revolución interna increíble de la que salimos todos victoriosos, así como de mi relación sentimental. Se cuenta de forma explícita; estoy acostumbrado a usar la poesía, no a contar las cosas del todo, pero al exponer el propio secreto, el dolor deja de ser tuyo y pasa a ser de quien lo ve. Por eso no me da tanto miedo”.
Mientras la inmensa mayoría de músicos españoles se esfuerza por trazar una gruesa línea entre su actividad profesional y su vida privada, no deja de llamar la atención que Yerai Cortés se haya abierto en canal en esta obra. “En el arte flamenco el artista no diferencia el personaje público del privado”, explica. “El flamenco es para mí un cante de protesta, de necesidad, en el sentido de que necesitas expulsar cosas que tienes dentro. Por eso es muy difícil crearte un personaje, porque lo que quieres soltar son tus fatigas, penas o alegrías”.
Prosigue: “Pasa mucho en el flamenco, en la copla, que van al grano: son textos muy cortos, y se cuentan historias muy grandes en muy poquito espacio, pero por ser tan explícitos, a la hora de contarlo no hace falta decir más. Por costumbre, me cuesta inventar algo; si no es real lo que cuento, me va a costar mucho. Todavía no sé cuál es mi personaje público o mediático; siento que todo el rato voy como yo soy, y cuando me siento en una entrevista no tengo una forma distinta de hablar, cuando me pongo en un ‘photocall’ no tengo una forma distinta de posar y cuando grabo un disco no tengo una forma distinta de tocar a si lo hiciera con amigos en mi casa”.
Aflora en la película la frase “Tengo dos vidas”. Hace referencia a ese insólito lugar que ocupa Cortés en el flamenco: un músico que respeta la tradición, que gusta de rodearse de sus amigos gitanos cuando regresa a su tierra, Alicante, pero al mismo tiempo un joven con inquietudes propias de su edad, que convive en Madrid con gente alternativa y otros tipos de expresiones artísticas. “No es que deje una cosa y me vaya a la otra”, alega. “Simplemente cojo lo bueno de cada lado y cada vez lo inflo más”.
“En determinadas escenas de tu vida –continúa– para poder comunicarte eliges más unos recursos que otros. Cuando tienes una cita, te perfumas y te pones más guapo que si quedaras con tus amigos a tomar café. Vas rediseñando y cogiendo tus distintas almas para poder usarlas según la situación. Es un problema de identidad, pero en realidad es pura vida natural y pura supervivencia del ser humano. Una persona que venga de una familia de mucho dinero y buena educación también tiene corsés a la hora de expresarse: le han instruido para no comer de determinado modo, no hablar de cierta manera… Hay otros códigos, y lo que busca es juntarse con personas diversas para aprender cosas nuevas. Mucha gente que viene de ese lugar está buscando un colectivo superalternativo donde no hay ‘dress codes’ y todo es más llano y abierto”.
Aun así, esa existencia pendular no siempre ha sido bien entendida, sobre todo en el ámbito gitano. “Me han dicho desde ‘te vas con una paya’ a ‘parece que vas disfrazado’”, desvela. “O cuando colaboro con artistas que no son flamencos puros como Niño de Elche, me dicen: ‘¿Qué haces trabajando con él, que nos está amargando a todos los flamencos?’. Pero es más flamenco que muchos flamencos, un tipo que ha estudiado. Lo que pasa es que la forma de exponer su arte es lejana del flamenco por concepto, aunque la forma de expresión es la misma. Son emociones que las saca hacia fuera. El problema es la etiqueta: esto es flamenco o no es flamenco”.
Pero su música es muy flamenca; no parece posible que a ningún talibán del género le pueda provocar urticaria. “No me ciño a nada”, aduce él. “Voy intentando sobrevivir con mi guitarra en este mundo. Voy cogiendo lo que más me gusta. No sé cuál es la fórmula correcta para que un artista llegue a ser ‘mainstream’ siendo guitarrista flamenco, pero tampoco me interesa. Me considero un guitarrista bastante voyerista: me gusta mirar, aprender cómo la gente sigue su proceso. No siento que me vaya de lo tradicional. Hay flamencos que dicen que soy muy moderno y revolucionario; otros que soy muy puro”.
Le chifla la bulería, “el palo que se festeja –dice–, el que siempre te encuentras en una fiesta, y estoy muy cómodo con él, porque es uno de los más difíciles: estás siempre al borde de la piscina, pero si te sale bien es un gol muy grande”. Aunque a cualquier palo aplica su temple exquisito, delicado, alejado del histrionismo y el sudoroso esfuerzo del guitarrista habitual: “Me siento bastante libre como artista, fuera de prejuicios y con muchas ganas de seguir aprendiendo y empaparme de cosas nuevas. Y mi forma de hacerlo es bastante tradicional y flamenca, solo que con una mirada hacia otros sitios”.
Esos otros sitios a los que mira son variados, y van del flamenco al jazz pasando por otras sonoridades. “Tengo mucho en la cabeza a Sabicas, a Melchor de Marchena... En el cante me gustan mucho El Niño de las Cabezas, Gordito de Triana; disfruto del arte de Candela Capitán, los temas que hace el Centollito y la parte conceptual de John Cage, el piano de Bill Evans, las entrevistas de Antonio Gala con Jesús Quintero…”.
El pasado 20 de diciembre publicó el disco asociado a la película, en realidad el primero que lanza. Un trabajo que, dado lo anteriormente expuesto, puede dar la impresión de haber sido fácilmente producido. Idea falsa, por lo que cuenta. “Es la misma grabación de la película, con otra mezcla”, apunta. “No es la banda sonora. Las canciones están registradas para el disco, solo que hemos querido salir del estudio para grabarlo. Hemos incluido diálogos de la película con música detrás. Te lo tienes que poner entero. Siento que es un disco bastante diferente de guitarra, pero muy flamenco”. ∎