n amigo cumbiero, de esos con los que comparto el amor por el acordeón, me mandó un mensaje por Instagram:
“Carnal, aquí andamos. Cuando ande por allá te caigo y nos echamos unas caguas. Éxito, andamos al millón”.
Y así fue. Una semana más tarde llegó a mi estudio, con una comitiva de 20 personas entre novia, gente filmando, mánagers, amigos. Santa Fe Klan era tal cual como me lo había imaginado, lo que no me imaginaba es la música que iba a escuchar. Brevemente me contó que estaba obsesionado con la cumbia, que no dejaba de oír a los clásicos colombianos y que empezaba a tocar el acordeón y quería que le produjera unas canciones para su proyecto de cumbia.
Le puso play a su mp3 y me fui de espaldas.
Santa Fe Klan era mucho más que un rapero en ascenso, sin duda era algo sensiblemente más profundo. Su música hablaba del barrio, como siempre retrató Maldita Vecindad, del amor. Letras supersofisticadas y una musicalidad enorme, Andrés Landero con pinceladas de Manu Chao, rabia à la Clash pero con la modernidad de Sleaford Mods.
Decir que se me erizó la piel sería lo menos: sentí que tenía enfrente a uno de los grandes, a uno de esos músicos que no le tienen miedo a reinventarse, de esos que marcan época destruyendo y construyendo. Un visionario.
Trabajamos duro por semanas y finalmente aparecieron dos canciones autoeditadas que preceden la llegada de Ángel al mundo de la cumbia, “Vuelve” y “María”. Con ellas, Santa Fe Klan entró a una arena completamente lejana al hip hop, en un movimiento que nadie vio venir. En México la cumbia es un bicho aparte: o es vista con ironía o como un arte menor, pero nunca se la piensa como contracultura cuando en realidad lo es. Y lo es tanto como el punk o el hardcore.
Este salto al mundo de la cumbia, en un equivalente ajedrecístico, sería tan arriesgado como dejar desprotegida a la reina para lograr un jaque mate fulminante. Y su jaque mate fue rotundo, tanto que dos días después de haber lanzado los vídeos de ambas canciones, estos entraron al top 20 de los más vistos en el mundo entero.
Es emocionantísimo pensar cómo Ángel, intuitivamente, optó por volverse más local que nadie. Encontrar la fuerza en su barrio de Santa Fe en Guanajuato a través de la música que sonaba como banda sonora mientras maduraba a golpes en la calle. Haciéndose rebelde a través de la música que escuchaban sus papás, la que sonaba en la pollería o en el camión, la que no escuchaban los modernos y, mucho menos, la gente de su edad.
Es maravilloso que Ángel no se avergüence de su origen, de su tierra: como con Santa Fe Klan, siento que por fin volvió una generación de músicos que entienden la denominación de origen, que no quieren sonar a la estrella de hip hop en turno de Estados Unidos. Artistas con el orgullo de hacer música pa’ la raza y por la raza, que siendo locales son infinitamente universales. Con ellos, el hip hop es la crónica de la calle, de quiénes somos.
Larga vida al Santa Fe Klan, ya escucharán un remix que me pidieron los Run The Jewels y en el que invité a este genial personaje a tirar unas barras de poesía. Un tipo que no le pide nada a nadie y les deja un pescado caliente en la mesa. Si andan por Guanajuato, no olviden visitar Santa Fe. ∎