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Firma invitada / Escalera de incendios

El privilegio

H

ace décadas el privilegio era tener acceso a la cultura y a la información, ahora el privilegio es tener el tiempo y la capacidad para seleccionar la cultura y la información que nos interesa cuando nos interesa, poder parar el ritmo impuesto. Llevo años luchando contra la dejadez de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor y sin embargo empiezo a sucumbir, echo de menos aquellos años silenciosos, aquellos años en los que aunque estaban pasando cosas en el mundo, en nuestro país, en nuestra ciudad, en nuestra calle, en nuestra familia, no nos enterábamos hasta que llegábamos a casa y poníamos el telediario o cuando, al día siguiente, comprábamos el periódico. Mientras llegaba ese momento atendíamos a lo que teníamos delante: a nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestras parejas, nuestras macetas, nuestra cena.

Ahora somos absoluta y permanentemente conscientes de que están pasando cosas que podríamos estar viendo a través de nuestros móviles y de que pasan tan rápido que incluso el famoso FOMO –fear of missing out–, ese miedo a quedarse atrás, va quedándose obsoleto. Según algunas fuentes, Spotify sube al día unas 20.000 canciones. La tecnología lo permite, la tecnología –se nos dice– democratiza el acceso a la cultura tanto para usuarios como creadores, pero yo no lo creo. Si alguien que no sea un algoritmo no ordena esas canciones, las selecciona o las desecha, tener 20.000 canciones es no tener ninguna. Es como el mundo, si nadie te lo ordena no lo ves, ahora creemos verlo entero porque estamos en línea directa con los acontecimientos, pero si estamos preparados para verlo todo a la vez en todas partes, al final no vemos nada en ningún lado.

Por eso me gustan los domingos, entiendo el mundo los domingos cuando me siento a leer el periódico y me cuentan lo que pasó el día anterior. Toco el periódico en papel, acotado, confío en mis colegas editores de periódicos, y siento que estoy tocando el mundo, aunque me duela, que todo está ahí dentro y que cuando lo cierre sabré algo de lo que pasó ayer y que el mundo puede esperar a que no sepa nada más hasta el día siguiente, mi desconocimiento no alterará ninguna catástrofe. Eso me pasa con la música o los libros, confieso que la angustia clásica de asumir que nunca podré leerlo todo, oírlo todo, se ha convertido en los últimos años en algo menos intelectual para mutar en algo físico, ahora se parece a la ansiedad cuando respondo que no, que no leí aún el éxito literario del año pasado o que aún no he oído el nuevo disco de Bad Bunny.

Hace unas semanas me crucé con uno de los periodistas musicales que más admiro de nuestro país, que me confesó que vivía muy tranquilo sin haber escuchado nunca a cierta banda española actual. No era desprecio, simplemente ha conseguido vivir en el tiempo, el lugar y al ritmo que él desea y es él quien elige qué escuchar, qué leer, cuándo y dónde. Añadí otro puñado a mi admiración por él. “Eres un privilegiado”, le dije sin sorna. Yo de mayor quiero ese privilegio y el lujo de informarme solo una vez al día, por la mañana, con un periódico en papel que me ordene el mundo y, después, dedicarme al silencio, a disimular, a ignorar la rotación bajo mis pies. ∎

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