Todos conocemos a una persona así. Esa persona que llega tarde a la fiesta, pero porque sabe que la fiesta no ha empezado, ni merece tal nombre sin él.
Quizá pulsan el timbre tres horas tarde, pero, más que disculparse, se anuncian. Apartan de un manotazo al anfitrión y la gente se levanta del sofá como se abrieron las aguas del Mar Rojo. Arrebatan el primer botellín que ven de las manos del tercero con el que se cruzan, porque, claro, no han traído ni alcohol ni excusas. A nadie le importa, porque se han traído a ellos mismos. A su carisma. La fiesta parecía que iba bien hasta que llegaron, pero, en retrospectiva, la fiesta era una basura sin ellos.
Son las personas termostato, claro, las que cambian la temperatura del lugar en el que entran (la mayoría somos personas termómetro, nos adaptamos a ella). La suben, eso también está claro. Y la suben con su cháchara, con su baile, con sus canciones, con sus chistes, con la profundidad insobornable de su alma lúdica. Quizá, incluso, van al trastero y escrutan el baúl de los disfraces y reaparecen, un segundo advenimiento, con mil trajes de purpurina y plataformas delirantes y gafas de montura caprichosa.
Pongamos que esa fiesta es en agosto. Un 14 de agosto. Lejos del carnaval. Pero de carnaval. Y añadamos que si esas personas fueran una banda, serían Funkadelic. George Clinton y su grupo reconocían que llegaron tarde a la psicodelia rock, que por eso la hicieron aún más extrema, pero en el intento de atraparla la redoblaron y la mandaron hacia el futuro intergaláctico.
El 14 de julio se suele celebrar en Francia la Toma de la Bastilla. El 14 de agosto podríamos instaurar La Toma de la Pastilla, con su canción de 1970 “Friday Night, August 14th” como himno. George Clinton al aparato, así se presentaba en algunos de sus conciertos: “Dicen que cuanto mayor es el dolor de cabeza, mayor ha de ser la pastilla. A mí me llaman la Gran Pastilla”.
¿Es también revolucionaria esa Toma de la Pastilla? Desde luego.
Tres años antes de grabar su himno de agosto, George Clinton triunfaba por primera vez con The Parliaments, su grupo doo-wop, escorado ya al soul, y su hitazo “I Wanna Testify”: “Friends, inquisitive friends / are asking me what’s come over me / a change, there’s been a change / And it’s oh so plain to see”. En la canción habla de un romance, aunque el verdadero cambio vendría, en agosto, tres años después.
De momento, Clinton y los suyos se buscan la vida en la ciudad del motor y de los hits para que baile la joven América. Van a Detroit para fichar por la Motown, que los rechaza pero emplea a su líder como compositor. Fueron para codearse con los gloriosos afroamericanos de traje y vestido que le cantan cohetes soul al amor y al romance. Pero resulta que se encontraron con la Cara B: Iggy Pop y los MC5, rock de lametones, cortes y todos esos clichés que se dicen de esta música y que acaban por abaratarla.
Cuando ellos le cantan a ese cambio sobre el que testifican, cuando su primer hit ya suena en las radios, meses y meses antes del cambio, Detroit arde y no solo en los antros de rock blanco.
Durante el largo y cálido verano de 1967, la poli, en un alarde de originalidad, se enfrenta con todos los negros de la ciudad. La madrugada del 23 de julio de 1967, algunos están celebrando el regreso de dos soldados de Vietnam en un club sin licencia. Los desalojan a palos, también a los dos héroes bélicos, y arrancan los disturbios que acabarán con 43 muertos, 7200 arrestos y 2000 edificios destruidos. Lyndon B. Johnson manda a la División Aerotransportada. Y otros envían mejor munición. Durante la primera noche, siguen abiertos dos espectáculos: el Fox Theatre Motown y el campo de baseball. Martha Reeves (la de, entre otras cosas, bailar en la calle) recomienda a las calles que se calmen y un jugador de los Detroit Tigers se planta en uno de los nudos de las algaradas y pide, aún con el traje de jugador, tranquilidad.
George Clinton no hablará de eso en las canciones, ni siquiera sé si alguien ha trazado esa conexión, pero sus discos, desde poco después, tendrán tantas caras como un fuego y tanta energía descontrolada como la que recorre esas calles. También tantas ganas de, por fin, imponerse en el juego de los blancos.
Un 20 de julio, justo tres años después, sale un disco que enuncia su multiuniverso en el título: “Free Your Mind… And Your Ass Will Follow” (1970). Libera tu mente y tu culo te seguirá. Algo así. También funciona al revés, por cierto.
George Clinton es ahora el patriarca de una especie de comuna intergaláctica. Presenciaron el sueño hippy y la rabia del rock sucio y se sumaron a la fiesta. Tarde, pero mejor, porque le añadieron ese funk bruto y con purpurina. Una orgía p-funk que tiene a los mejores músicos. Algunos de ellos habían tocado con James Brown, que no dejaba que se inventaran ni una nota. Él los anima a que se inventen planetas y galaxias.
Entonces, se propone un reto que ríete de querer coronar los 14 ochomiles en chanclas. Uno aún más divertido que ese con el que Perec se propuso escribir una novela que no usara la letra E y luego otra que solo usara la E. Es decir, lo que se propone (y vaya si logra) es grabar todo un disco con la banda al completo puesta de LSD, hasta las cejas de ácido.
Michael Herr ha intentado en su indispensable “Despachos de guerra” (1977) transcribir un viaje de ácido de un soldado en Vietnam. También lo probó Tom Wolfe en su “Ponche de ácido lisérgico” (1968), retratando el bus loco de Ken Kesey y sus cucos voladores, los alegres bromistas. Dos textos de la época en que Clinton ya andaba por Detroit. Chicles metálicos, acoples de guitarras, mensajes cristianos subvertidos, cuernos de alce, sombreros hexagonales llegados en nave espacial: todo lo que hay en este disco. Pero si no lo lograron ellos, no seguiré intentándolo yo.
Solo diré que para agostos mermados, limitados como este por pandemias y medidas, con mil dolores de cabeza, lo mejor sería abrir la mente, para que el culo nos siga. O escuchar este disco. Y el 14 de agosto, el día de La Toma de la Pastilla, su segunda canción: “Friday Night, August 14th”. Aunque –o precisamente porque– este año cae en sábado. ∎