mpezar así: como si uno estuviera sentado en la barra de un bar que bien puede llamarse Shadow Kingdom y que, de pronto, un desconocido (pero que sin embargo nos suena tan conocido) se sentase junto a nosotros y pidiese una copa. Y comenzase a hablar en voz más o menos alta con ese fraseo y cadencia y tempo. Y nos dijese, palabra más, palabra menos, de golpe y sin detenerse, algo así como: “Bueno, si hubo un asesinato, no podría saberlo, yo no estaba allí. Yo estaba ocupado visitando a un amigo en la cárcel. Cuando sucedió, tan solo hubo dos mujeres en la escena, pero ninguna de ellas vio nada porque ambas llevaban velo. Sí, dijeron que lo sucedido fue algo de lo más normal: el hombre había llegado demasiado alto y acabó precipitándose al suelo. Ya saben lo que dicen en cuanto a ser amable con las personas cuando vas de subida: ‘Puede que te los encuentres cuando vengas de bajada’”. Y, después de una pausa que dura un suspiro, el conocido desconocido añade: “Pero ya es muy tarde para traerlo de regreso... Demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde para traerlo de regreso”.
Y después sigue, claro. Y el extraño cada vez más extraño (pero a la vez tan familiar) nos cuenta que el caído y tardío en cuestión tenía un hermano llamado Paul, quien frecuentaba el Café Royale, y que allí actuaba una tal Miss Dolly con críticas más bien variadas. Y por ahí –con manía nominal y referencial digna de un paseo por la distante en el tiempo pero siempre cercana en la geografía Desolation Row– se invocaba el recuerdo de un amorío con Errol Flynn. Y que de tanto en tanto se aparecía por allí un tal Doctor Silver Spoon (¿un dealer?) llegando desde el Empress Ballroom. Y también estaba la curtida Rosetta Blake. Y todos esos falsos patriotas con su dinero depositado en bancos suizos. Y tipos sin piedad capaces de matar a bebés en sus cunas y prostitutas pasando la gorra y la insistencia, una y otra vez, en que ya es demasiado tarde para traerlo a él de vuelta. ¿Y quién es, o era, él? ¿El salvador o el salvado? ¿El crucificado Mesías o el escalador George Mallory o el amigo y cantante cristiano Keith Green? ¿Importa?
Sobre el final, antes de arrojar unos billetes sobre el mostrador, aquel que nos cuenta y nos canta y se despide con un “Sí, yo también lo amé y todavía puedo verlo en mi mente trepando por esa colina. O tal vez era una pared, no lo recuerdo. En cualquier caso, no importa y no importará porque aquí ya no queda nada, socio, salvo todo esa polvareda que es la abundante marca que suelen dejar los tontos. Más te vale saber que de aquí en más este es el sitio del que vendrás y que lo mejor es dejar que los muertos entierren a los muertos y que, sí, ya sientes ese hierro brillando al rojo vivo mientras subes las persianas. O tal vez tus gafas oscuras. Y, de nuevo, ya es demasiado, demasiado, demasiado, demasiado tarde”.
Todo lo anterior (y mucho más) sale de una canción titulada “Too Late” e incluida en el reciente “Springtime In New York: 1980-1985” (2021), decimosexta entrega de las bootleg series de Bob Dylan. Otro de sus tan perversos como justicieros ejercicios de autorrevisionismo por el solo placer de contentar a seguidores siempre a la búsqueda de una nueva dosis de “dylanina” y, de paso, restregarles en la cara a los críticos adictos a él lo muy equivocados que estuvieron en su momento al juzgar su conversión eléctrica o la pintura de su “Self Portrait” (1970) o su flamígero y apocalíptico predicar desde los más alto del altar de un cristiano renacido.
Aquí y ahora –y entonces– Bob Dylan iba saliendo sin salir del todo, pero siempre saliéndose con la suya de su encendido trip evangélico. Y, se suponía, Dylan había perdido el norte y el sur y el este y el oeste. Y, por primera vez, era considerado anticuado y ya más parte de la historia que Histórico con mayúsculas. Dylan, para muchos, sorpresivamente sorprendido y desorientado y perdido en los pantanos de neón de la MTV mientras todos cantaban que ellos eran el mundo. Así, se supone, los 80 como su década perdida que esta boxset de título primaveral (pero traviesamente ilustrada con fotos invernales en las que el cantautor aparece pateando callejones cubiertos de nieve) pone en foco y pasa un poco en limpio. Años de álbumes irregulares y dispersos porque, según dice Dylan, ya nada le importa menos que grabar: la verdad, insiste, pasa por girar sin pausa, interminablemente, por los escenarios del mundo.
Está claro que la cosa no era tan así y aquí está ahora “Springtime In New York” para cerrarles la boca y abrirles las orejas a todos aquellos que por entonces renegaron en vano de su nombre y vida y obra. Como yo no fui uno de ellos –disfruté sin problemas de “Shot Of Love” (1981), “Infidels” (1983) y “Empire Burlesque” (1985), e incluso de los maldecidos “Knocked Out Loaded” (1986) y “Down In The Groove” (1987)–, mi conciencia está tranquila. Y así ahora solo me regocijo sin culpa alguna ante la exhumación de este tesoro de descartes y versiones alternativas que, ya se sabe, muy a menudo suelen ser muy superiores a lo que en su momento fue seleccionado por el propio Dylan para su edición.
Y entre los milagros resucitados destaca “Too Late”: una de las tantas magníficas outtakes del “Infidels” producida por Mark Knopfler con amor y dedicación para enseguida ser autosaboteado por Dylan con la más apasionada de las indiferencias, dejando fuera muchos de sus mejores tracks; entre ellos esa cima indiscutible que es “Blind Willie McTell”.
“Too Late” no solo es otra de esas cumbres, sino también (en sus tres mutaciones incluidas en la edición deluxe de “Springtime In New York”) una ocasión de lujo para maravillarse y no comprender del todo el misterio de su mente, pero sí apreciar un tanto el modus operandi con que el hombre se aproxima dando rodeos a una canción y finalmente vivir para cantarla y contarla, aquí, con aires post-beatnik y semper-epifánicos que recuerdan al Richard Brautigan de “Revenge Of The Lawn” (1971) y anticipan al Denis Johnson de “Hijo de Jesús” (1992) y “Sueños de trenes” (2002) y “El favor de la sirena” (2018).
La primera de las versiones (del 23 de abril de 1983, y que el pasado abril fue anticipada en uno de sus bonus CD por la revista ‘Uncut’ con motivo del ochenta cumpleaños de Dylan) es casi a solas, con guitarra acústica y armónica, y parece la visita de un espectro talkin’ blues en Navidades pasadas folk y juveniles de un recién llegado a Manhattan. Dylan la recorre rápido y como si se le ocurriese en el momento o alguien se la dictase en el acto o como si fuese el muñeco de ese ventrílocuo que es él mismo.
La segunda de ellas, registrada el mismo día, ya es con banda: Mark Knopfler, Mick Taylor, Alan Clark, Robbie Shakespeare y Sly Dunbar –que, inconscientemente o a propósito, recupera a la batería el sonido de “Tangled Up In Blue”, la apertura de “Blood On The Tracks” (1975)–, y aquí y entonces la voz y el ritmo narrativo de Dylan ya parece más y mejor pensado. Ahora, ya habiendo recibido el mensaje, es como si Dylan leyera. Calculando silencios y subrayando palabras y anticipando lo que, con el paso de las décadas, se alcanzará en latitudes y longitudes, como las de las magistrales “Key West (Philosopher Pirate)” o “Murder Most Foul”, de “Rough And Rowdy Ways” (2020), a la hora de enredar con los versos en apariencia sueltos de la mejor atada de las tramas en la voz del más curtido de los testigos del crimen privado o el magnicidio público.
Apenas dos días después, todo ha cambiado. Incluso el título de la canción. Ahora “Too Late” se llama “Foot Of Pride”. Y todo truena y relampaguea con aliento bíblico y ganas de apocalipsis ahorita mismo condenando la soberbia de los mediocres y denunciando a aquellos incluso capaces de “vender tickets para un accidente de avión”. Es la más lenta y cenagosa instancia previa (hay por ahí incluso una aproximación bossa nova y otra reggae; se trata de una de las canciones que más veces, cuarenta y tres, grabó el por lo general veloz y expeditivo o “abandonador” Dylan en estudio hasta por fin dejarla ir y venir) a ese incandescente “Foot Of Pride” que ya había aparecido en la primera entrega de las bootleg series, en 1991. Canción que, en una entrevista, Dylan explicó con un “jamás he podido entender la seriedad de todo eso, la seriedad del orgullo. Las personas hablan y actúan y viven como si nunca fueran a morirse. ¿Y qué es lo que dejan detrás? Nada. Nada salvo una máscara”.
Así, yendo del afecto al cinismo, el pesar por la ausencia en “Too Late” se ha convertido en “Foot Of Pride” en desprecio por todos aquellos responsables de esa ausencia. En “Foot Of Pride” no se testifica, sino que se condena la traición a Cristo, la polvareda de los tontos es ahora las esporas de una plaga, la seguridad de haberlo amado es ahora un “supongo que lo amé”, y el “demasiado tarde para volver” del parroquiano que busca conversación es ahora un “no hay retorno posible” en el monólogo funerario de quien despide a aquel a quien “se traga la tierra”.
Se sabe que “Foot Of Pride” fue la canción escogida por Lou Reed para honrar a Dylan en ese corporativo “30th Anniversary Concert Celebration” con el que Columbia celebró en un multiestelar Madison Square Garden a uno de sus hijos más dilectos en 1992; quien, cabía esperarlo, lució allí más ausente que cualquiera de sus célebres invitados a la fiestita para versionearlo y reverenciarlo.
Se sabe también que Lou Reed siempre tuvo problemas con casi todo el mundo y que, por supuesto, también los tuvo con Dylan, a quien consideraba no su evidente superior, sino su imbatible némesis. En cualquier caso, su aproximación a “Foot Of Pride” fue de lo mejor de la velada y Reed parece ejecutarla como diciendo: “Ya ven, Dylan puede haber influenciado al universo, pero esta canción que se parece tanto a una de las mías demuestra a las claras que yo lo he influenciado a él”. Lo que no deja de ser cierto si pasamos por alto el pequeño pero decisivo detalle de que “Foot Of Pride” es la mejor canción jamás compuesta por Lou Reed que Lou Reed jamás pudo llegar a componer.
En cualquier caso, por suerte, nunca es demasiado tarde y siempre regresa, sí. Esa inequívoca certeza de que la lejana y oriental y milenaria y nocturna Scherezade reencarnó, tanto tiempo después, en un encandilador nativo de Minnesota para quien no parece pasar el tiempo.
Mientras tanto, allí fuera y allá ellos, en el invierno de su descontento, todavía, demasiado tarde y orgullosos, aúllan aquellos que consideran una injusticia y una burla el que le hayan concedido a Dylan el premio Nobel de Literatura. Mi menos sentido pésame a todos y cada uno de los indignados, que en paz no descansen, y otra vuelta para todos hasta la próxima vuelta de Bob Dylan. ∎