Tal día como hoy, 7 de marzo, pero de 1983, se publicó “Blue Monday”, mito y palanca de lo que tendría que venir, el cambio de paradigma de la mentalidad indie buscando una pista de baile donde agitarse. “Blue Monday” podría considerarse la piedra de Rosetta del pop electrónico británico, ampliando el campo de acción del synthpop o tecno-pop inglés, paralelo en el tiempo y siempre endulzando y copiando del melodismo de Kraftwerk.
Viniendo de las sombras existencialistas de Joy Division, fue un pequeño trauma para algunos (siniestros) y una explosión de alegría para muchos (fiesteros). Aunque, en cierta manera, los singles precedentes “Everything’s Gone Green” y, sobre todo, “Temptation” ya habían abierto la puerta a otro mundo más luminoso. No obstante, Bernard Sumner cantaba (como contraste): “How does it feel / To treat me like you do? / When you’ve laid your hands upon me / And told me who you are”.
El espíritu de Arthur Baker en una Nueva York electro sobrevuela el tempo de un tema que, entre el colchón de “Uranium” de Kraftwerk, el ritmo de Sparks en “The Number One Song In Heaven” y el bajo de “La muerte tenía un precio” de Ennio Morricone, absorbe el pálpito dance del “Dirty Talk” de Klein + MBO, el “You Make Me Feel (Mighty Real)” de Sylvester y el “Our Love” de Donna Summer (vía Giorgio Moroder). Musicalmente, esto es una fiesta, claro. Una fiesta apoteósica que sintetiza el pop, el rock y la disco music en lo que fue el maxi más vendido de la historia –un millón de copias– con un diseño de portada troquelado que desequilibraba sustancialmente lo que se ingresaba por ventas: una ruina… por amor al arte. El arte de Peter Saville. Así se hacían las cosas en Factory.