La octava canción de “Born In The U.S.A.” (1984) –el álbum cumplió 40 años el pasado 4 de junio, y hoy, 14 de junio, se publica una edición especial en vinilo de color rojo translúcido, con un formato que incluye una funda desplegable y un libreto exclusivo con material de archivo de la época, nuevas notas escritas por Erik Flannigan y una litografía en cuatro colores–, tal vez la de letra más personal de las doce; la que no salió como single a pesar de su ligereza anhelante y de que siete de ese disco sí lo hicieron; la de la melancolía arrastrada y nostálgica; la que ha sonado en todas las giras que ha dado su autor desde que se publicó, sea con la E Street Band, sea con “the other band”, sea con Bruce Springsteen en solitario; la que se supone que compuso para despedirse de Little Steven cuando este decidió volar en solitario (“buon viaggio, mio fratello”, le escribió en los créditos del disco), aunque Springsteen nunca lo ha reconocido en público; la que puede interpretarse como la versión madura, treintañera, de la veinteañera “Backstreets”, aquella oda sobre la amistad rota y el yo contra el mundo, la traición y el dolor; la que –volvemos a “Bobby Jean”– funciona como ungüento curativo, entre lo platónico y lo romántico, contra cualquier suciedad futura, como si se estuviese avanzando ocho años a la declaración de amor de “If I Should Fall Behind”; la que nos dice que estar fuera de vista no es estar fuera del recuerdo; la que –me cuenta el amigo Oriol Lladó, que la tiene en su top springsteeniano– resuelve de forma magistral el triángulo que enlaza amistad, tiempo y cultura (“we liked the same music, we like the same bands, we liked the same clothes”); la que perdura por todas las preguntas que deja abiertas y porque cada vez que se vuelve a escuchar vuelve a sugerir respuestas; la que –esto me lo cuenta el amigo Santi Comelles, otro die-hard fan del de Freehold– le hace pensar en su Bobby Jean particular, porque todos tenemos uno, en su caso aquel compañero de la escuela al que la vida, las decisiones incorrectas y las drogas le han mermado la salud y con el que se rencontró hace dos años, casualmente, cerrando así una serie de preguntas que se les habían quedado en el aire, pero abriendo también otras que no estaban; la que –sigue contando Comelles– tal vez tenga en “I’ll See You In My Dreams” su versión setentañera. Porque la muerte no es final y reiremos de nuevo. ∎